V Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

6 de febrero de 2022

“¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?”. Contesté: “Aquí estoy, mándame”.

Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras;
y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras.

Jesús dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echen sus redes para la pesca”.

Lecturas

Primera Lectura
Lectura del Profeta Isaías 6, 1-2a. 3-8
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Junto a él estaban los serafines, y se gritaban uno a otro diciendo:
“¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!”.
Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo”.
Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
“Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”.
Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
“¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?”.
Contesté:
“Aquí estoy, mándame”.

Salmo
Sal 137, 1-2a, 2bc-3. 4-5 7c-8
R. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti; me postraré hacia tu santuario. R/.
Daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. R/.
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande. R/.
Tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo.
Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. R/.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios 15, 1-11
Les recuerdo, hermanos, el Evangelio que les anuncié y que ustedes aceptaron, en el que además están fundados, y que los está salvando, si se mantienen en la palabra que les anunciamos; de lo contrario, creyeron en vano.
Porque yo les transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí.
Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto yo como ellos predicamos así, y así lo creyeron ustedes.

Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 5, 1-11
En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
“Rema mar adentro, y echen sus redes para la pesca”.
Respondió Simón y dijo:
“Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
“Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”.
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Comentario

En domingos pasados hemos contemplado a Cristo como la Palabra de Dios hecha carne, como el Profeta del Padre, como el Hijo llamado y enviado a darnos a conocer el amor y la misericordia de Dios para con todos, a cumplir la promesa divina. Hoy, como cada domingo, miramos a Cristo como aquel que nos sigue hablando y acompañando en el camino de la vida, alimentándonos con su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, iluminándonos con la Verdad, llenándonos con su Amor. Cristo vivo también nos mira a nosotros, nos contempla con amor de hermano y nos llama a dejarlo todo por Él, a ser sus discípulos misioneros, bautizados y enviados para construir el Reino de Dios.

En la Palabra de Dios de hoy encontramos algunas claves sobre el discipulado y el seguimiento de Cristo que vale la pena desgranar y meditar. Son como pasos progresivos, o a veces simultáneos, que cualquier cristiano hemos de dar en el proceso de entrega personal al Señor y de crecimiento en la fe dentro de la Iglesia.
El primero de ellos es pararnos a admirar y contemplar la gloria y el poder de Dios, dejándonos sobrecoger y desbordar por toda su inmensidad. Tantas veces el ajetreo de la vida, la inmediatez de lo cotidiano, la urgencia de las tareas que nos ocupan todo el tiempo, no permiten que alcemos la mirada al universo para ver y sentir a Dios. Isaías se sintió sobrecogido por la gloria de Dios. Pablo experimentó su presencia misteriosa en el camino de Damasco cayendo de bruces. Pedro, en el evangelio de hoy, se topa de frente con el poder de Jesús que le enseña a hacer mejor lo que siempre él había hecho: pescar en el lago de Genesaret. Tantas veces Dios quiere mostrarnos su presencia y su poder en nuestras vidas, y nosotros, atrapados en las redes de lo ordinario, no lo vemos ni lo sentimos. Nos hace falta más silencio, más contemplación, más capacidad de admiración para descubrir a Cristo a nuestro lado.
En segundo lugar, viene siempre el reconocimiento de nuestra pequeñez frente a la grandeza de Dios, aceptación de nuestros límites, vergüenza por nuestros pecados. Así mismo le ocurre a Isaías que dice: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo”. Pablo se considera como un aborto al cual se le apareció Jesús; se llama a sí mismo “el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios”. Pedro, que seguramente habría porfiado con Jesús sobre el modo y la oportunidad de volver a salir a pescar, aunque finalmente obedeció, se echó a los pies del Maestro diciendo: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”.
Cierto, somos hombres y mujeres de labios impuros en medio de gente que maldice y reniega; no somos dignos de llamarnos apóstoles porque hemos sido perseguidores de la Iglesia cada vez que la hemos manchado con nuestros pecados o le hemos destruido con nuestra lengua; somos pecadores que obedecen a regañadientes o por compromiso. Pero Dios se ha fijado en nosotros como en Isaías y nos purifica y fortalece: “Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Jesús nos ha mirado con amor como a Pablo y ha provocado en nosotros el deseo de conversión; nos ha invitado como a Pedro a remar mar adentro, sin miedos, confiando en su palabra.
El tercer paso es la escucha atenta y obediente de la llamada de Dios. En la oración, en el silencio, tantas veces el Señor nos repite lo mismo que le dijo a Isaías: “¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?”. Pablo, en el momento de su conversión, se sintió llamado a emprender un camino nuevo en su vida, a tomar otro rumbo distinto al que había llevado hasta entonces. Pedro también sintió la llamada de Jesús a cambiar sus barcas y sus redes por una nueva tarea y misión. Jesús dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
¿A qué tarea o misión me llama a mí el Señor en el momento presente, en la situación actual de mi vida? ¿Qué rumbo quiere que tomen mis pasos? Necesitamos escucha orante, atenta y obediente. No basta la intuición. No se trata de gustos, mucho menos de intereses calculados y egoístas. Mi vocación arranca de Dios, es su iniciativa, y la descubriré en la oración, en el silencio, en la presencia misteriosa de Aquel que me ha amado primero.
El cuarto paso es la respuesta a la llamada, el seguimiento incondicional y progresivo del discípulo. La respuesta de Isaías al reclamo de Dios es: “Aquí estoy, mándame”. Pedro y los demás apóstoles en el evangelio de hoy sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Pablo, una vez que se encontró con Cristo, decidió que su vida sería totalmente para Él… “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. “Para mí la vida es Cristo”… dirá el apóstol de los gentiles.
Efectivamente, seguir a Cristo implica dejarlo todo por Él, convertirle en el centro de nuestras vidas; y remar mar adentro entre tempestades y soledades confiando sólo en Él, seguir echando las redes en su nombre, hacer de nuestra vida un don para los demás, predicar el Evangelio sin descanso con la propia vida y también con la palabra, decirles a todos que Cristo ha muerto por nuestros pecados y que ha vencido a la muerte, de una vez por todas, resucitando gloriosamente. Nada ni nadie podrá apartarnos de su amor. Sólo Él tiene palabras de vida eterna. También hoy, a ti como a Pedro, te dice: “No tengas miedo”.

Oración

En tus manos, oh Dios, me abandono.
Modela esta arcilla, como hace con el barro el alfarero.
Dale forma, y después, si así lo quieres, hazla pedazos.
Manda, ordena. ¿Qué quieres que yo haga? ¿Qué quieres que yo no haga?
Elogiado y humillado, perseguido, incomprendido y calumniado, consolado, dolorido, inútil para todo, sólo me queda decir a ejemplo de tu Madre:
“Hágase en mí según tu palabra”.
Dame el amor por excelencia, el amor de la Cruz;
no una cruz heroica, que pudiera satisfacer mi amor propio;
sino aquellas cruces humildes y vulgares, que llevo con repugnancia.
Las que encuentro cada día en la contradicción, en el olvido, en el fracaso,
en los falsos juicios y en la indiferencia, en el rechazo y el menosprecio de los demás,
en el malestar y en la enfermedad, en las limitaciones intelectuales
y en la aridez, en el silencio del corazón.
Solamente entonces Tú sabrás que te amo, aunque yo mismo no lo sepa.
Pero eso basta. Amén
(P. Ignacio Larrañaga, Encuentro 31)

Se el primero en comentar

Deje un comentario

Tu dirección de correo no será publicada.


*