XI Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

13 de junio de 2021

“Yo soy el Señor, que humillo al árbol elevado y exalto al humilde”.

 Siempre llenos de buen ánimo… nos esforzamos en agradarlo.

“El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra”.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del Profeta Ezequiel 17, 22-24

Esto dice el Señor Dios:
“También yo había escogido una rama de la cima del alto cedro y la había plantado; de las más altas y jóvenes ramas arrancaré una tierna y la plantaré en la cumbre de un monte elevado; la plantaré en una montaña alta de Israel, echará brotes y dará fruto.
Se hará un cedro magnífico.
Aves de todas clases anidarán en él, anidarán al abrigo de sus ramas.
Y reconocerán todos los árboles del campo que yo soy el Señor, que humillo al árbol elevado y exalto al humilde, hago secarse el árbol verde y florecer el árbol seco.
Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”.

 

Salmo

Sal 91, 2-3, 13-14, 15-16

R/ Es bueno dar gracias al Señor

Es bueno dar gracias al Señor y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia y de noche tu fidelidad. R.

El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano;
plantado en la casa del Señor, crecerá en los atrios de nuestro Dios. R.

En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo, mi Roca, en quien no existe la maldad. R.

 

Segunda Lectura

Lectura de la segunda carta de San Pablo a los Corintios 5, 6-10

Hermanos:
Siempre llenos de buen ánimo y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión.
Pero estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir junto al Señor.
Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo.
Porque todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal.

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 4, 26-34

En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
“El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”.
Dijo también:
“¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra”.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Comentario

 

Ya de nuevo en la liturgia del Tiempo ordinario, la Palabra de Dios nos sumerge en lo cotidiano de la vida cristiana, el camino que hemos de hacer acompañados por el mismo Cristo y por los hermanos hacia la Casa del Padre, impulsados y guiados por la fuerza de su Espíritu.

La primera verdad que nos recuerda la Palabra de hoy es que solo Dios es Dios y Señor; nosotros somos sus creaturas amadas, pero solo creaturas. Él es el que escoge, el que siembra, el que planta, y hace crecer y dar fruto. El profeta Ezequiel nos invita a reconocer la omnipotencia divina, el poder total de Dios sobre toda la creación y sobre toda la humanidad, para que así aumentemos nuestra confianza en Él, depositando en sus manos todo aquello que deseamos como algo bueno para nuestra vida personal y comunitaria y que escapa a nuestras posibilidades reales, esto es, que no depende íntegramente de nosotros. Vivir con la confianza puesta en Dios, sin embargo, no nos exime del compromiso real y la implicación en los problemas que nos rodean. No nos ha de llevar a dejarle “toda la tarea” a Él, sino a estar contantemente a la escucha de su Espíritu, a sentir que nuestros problemas antes de ser nuestros son suyos y que nada ni nadie escapa de su mano. Solo Dios es Dios.

Por eso, como dice el Salmo 91, es bueno darle gracias confiadamente por todo lo que somos y tenemos, por lo que Él misteriosamente, casi sin que nos demos cuenta, va obrando en nuestras vidas y a nuestro alrededor. Insertarnos en Él, dejarnos sembrar y conducir por Él, abrirnos a la fecundidad de su Espíritu por medio de la oración, la escucha de su Palabra y la participación en la Eucaristía, hará de cada uno de nosotros hombres y mujeres lozanos, frondosos, fecundos.

Y esto se hará realidad de mejor manera si adoptamos las actitudes que san Pablo nos sugiere en la segunda lectura: la del buen ánimo constante y la del deseo de agradar a Dios en todo. Agradamos más y mejor a Dios Padre cuando en todo lo que pensamos, decimos y hacemos nos parecemos más a su Hijo Jesucristo. Qué haría Jesús, cómo actuaría, qué diría, ante esta persona o circunstancia… son las preguntas que hemos de hacernos para actuar mejor. Ante Él un día compareceremos mostrando en qué medida lo hemos hecho presente con nuestras palabras y obras. Ciertamente, lo del buen ánimo constante no es nada fácil, particularmente en el momento presente, con la pandemia, con tantas dificultades derivadas y concomitantes, con las situaciones de dolor y desasosiego que nos invaden, con el miedo al futuro y la precariedad de las condiciones en que vivimos, con los problemas de trabajo y convivencia que nos azotan. Pero el buen ánimo no es sólo un estado anímico sino una actitud, un deseo, una forma de vivir, una opción personal del cristiano y un don que Dios Padre concede a quienes nos confiamos totalmente a Él y somos capaces de conservar la paz que solo Él nos da.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos habla del Reino de Dios –que nosotros con nuestras acciones y actitudes hemos de presencializar– y lo hace por medio de varias parábolas, de manera sencilla, para que todos le podamos entender. Traemos aquí el comentario del Papa Francisco a este pasaje de san Marcos.

“En la primera parábola, el Reino de Dios se compara con el crecimiento misterioso de la semilla, que se lanza al terreno y después germina, crece y produce trigo, independientemente del cuidado cotidiano, que al finalizar la maduración se recoge. El mensaje de esta parábola, lo que nos enseña es esto: mediante la predicación y la acción de Jesús, el Reino de Dios es anunciado, irrumpe en el campo del mundo y, como la semilla, crece y se desarrolla por sí mismo, por fuerza propia y según criterios humanamente no descifrables. Esta, en su crecer y brotar dentro de la historia, no depende tanto de la obra del hombre, sino que es sobre todo expresión del poder y de la bondad de Dios, de la fuerza del Espíritu Santo que lleva adelante la vida cristiana en el Pueblo de Dios.

”A veces la historia, con sus sucesos y protagonistas, parece ir en sentido contrario al designio del Padre celestial, que quiere para todos sus hijos la justicia, la fraternidad, la paz. Pero nosotros estamos llamados a vivir estos períodos como temporadas de prueba, de esperanza y de espera vigilante de la cosecha. De hecho, ayer como hoy, el Reino de Dios crece en el mundo de forma misteriosa, de forma sorprendente, desvelando el poder escondido de la pequeña semilla, su vitalidad victoriosa. Dentro de los pliegues de eventos personales y sociales que a veces parecen marcar el naufragio de la esperanza, es necesario permanecer confiados en el actuar tenue pero poderoso de Dios. Por eso, en los momentos de oscuridad y de dificultad nosotros no debemos desmoronarnos, sino permanecer anclados en la fidelidad de Dios, en su presencia que siempre salva. Recordemos esto: Dios siempre salva. Es el Salvador.

”En la segunda parábola, Jesús compara el Reino de Dios con un grano de mostaza. Es una semilla muy pequeña, y sin embargo se desarrolla tanto que se convierte en la más grande de todas las plantas del huerto: un crecimiento imprevisible, sorprendente. El Señor nos exhorta a una actitud de fe que supera nuestros proyectos, nuestros cálculos, nuestras previsiones. Dios es siempre el Dios de las sorpresas. El Señor siempre nos sorprende. Es una invitación a abrirnos con más generosidad a los planes de Dios, tanto en el plano personal como en el comunitario. La autenticidad de la misión de la Iglesia no está dada por el éxito o por la gratificación de los resultados, sino por el ir adelante con la valentía de la confianza y la humildad del abandono en Dios. Ir adelante en la confesión de Jesús y con la fuerza del Espíritu Santo. Es la conciencia de ser pequeños y débiles instrumentos, que en las manos de Dios y con su gracia pueden hacer grandes obras, haciendo progresar su Reino”.

 

Oración

 

¡Qué bueno es detenerse…!

Señor, me gustaría detenerme en este mismo instante.

¿Por qué tanta agitación? ¿Para qué tanto frenesí?

Ya no sé detenerme. Me he olvidado de rezar.

Cierro ahora mis ojos. Quiero hablar contigo, Señor.

Quiero abrirme a tu universo, pero mis ojos se resisten a permanecer cerrados.

Siento que una agitación frenética invade todo mi cuerpo,

que va y viene, se agita, esclavo de la prisa.

Señor, me gustaría detenerme ahora mismo.

¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué tanta agitación?

Yo no puedo salvar al mundo.

 

Yo soy apenas una gota de agua en el océano inmenso de tu maravillosa creación.

Lo verdaderamente importante es buscar tu Rostro bendito.

Lo verdaderamente importante es detenerse de vez en cuando,

y esforzarse en proclamar que Tú eres la Grandeza, la Hermosura,

la Magnificencia, que Tú eres el Amor.

Lo urgente es hacer y dejar que Tú hables dentro de mí.

Vivir en la profundidad de las cosas y en el continuo esfuerzo

por buscarte en el silencio de tu misterio.

 

Mi corazón continúa latiendo, pero de una manera diferente.

No estoy haciendo nada, no estoy apurándome.

Simplemente estoy ante Ti, Señor.

Y qué bueno es estar delante de Ti.

 

(P. Ignacio Larrañaga, Encuentro 40)

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