XIV Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

4 de julio de 2021

Hijo de hombre, yo te envío…

 Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad.

Jesús les dijo: “No desprecian a un profeta más que en su tierra,

entre sus parientes y en su casa”.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del Profeta Ezequiel 2, 2-5

En aquellos días, el espíritu entró en mí, me puso en pie, y oí que me decía:
“Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí. Ellos y sus padres me han ofendido hasta el día de hoy. También los hijos tienen dura la cerviz y el corazón obstinado; a ellos te envío para que les digas: ‘Esto dice el Señor’. Te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, reconocerán que hubo un profeta en medio de ellos”.

 

Salmo

Sal. 122, 1-2a. 2bcd. 3-4

  1. Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia.

A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores. R.

Como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia. R.

Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos,

del desprecio de los orgullosos. R.

 

Segunda Lectura

Lectura de la segunda carta de San Pablo a los Corintios 12, 7-10

Hermanos:
Para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido:
“Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”.
Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo.
Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 6, 1-6

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
“¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?”.
Y se escandalizaban a cuenta de él.
Les decía:
“No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”.
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

 

Comentario

 

La Palabra de Dios de hoy se concentra en una imagen, la del profeta que, en la cultura hebrea, en el judaísmo, tiene una gran relevancia y un significado distinto al de otras religiones o culturas. ¿Qué es ser profeta? ¿Quién es el profeta?

Si buscamos en el diccionario, encontramos que se define como la persona que hace predicciones por inspiración divina, a partir de la interpretación de ciertos indicios o señales. En el uso ordinario de la lengua, se le llama profeta a aquel que adivina el futuro y lo anuncia para preparar y proteger a sus contemporáneos.

En la Sagrada Escritura su significado es mucho más profundo. Profeta es aquel que, sintiendo sobre sí la elección de Dios, habla en nombre de Él, representa su mensaje, da testimonio con su vida de la autenticidad de lo que anuncia, es testigo de una experiencia de fe. El profeta en la Biblia no se anuncia a sí mismo con sus propias palabras e ideas, sino que, fiel a Dios, sólo dice lo que Dios le inspira; y no como predicción de futuro sino como luz y guía para el presente de las personas y de la comunidad.

Dios, que nos ha creado por amor, que nos da la vida y la sostiene gratuitamente, ha querido acompañarnos siempre con su palabra, que es luz para el camino, a través de los profetas. La profecía es uno de los pilares fundamentales de la revelación de Dios a su pueblo, a los hombres y mujeres de todos los tiempos, a todos nosotros; es un signo concreto más de su intervención en la historia de la humanidad, de su kénosis, de su acercamiento y abajamiento, que llegará a su culmen con la encarnación del Verbo, Jesucristo, la Palabra del Padre, el Profeta esperado de todos los tiempos.

En la primera lectura de hoy, del profeta Ezequiel, se nos dice que el espíritu de Dios entró en él, lo puso en pie y le dijo: “Hijo de hombre, yo te envío”. La iniciativa parte absolutamente de Dios que elige y llama a quien quiere y lo capacita para que vaya y sea su testigo ante el pueblo. A partir de ello, el pueblo nunca podrá decir que Dios no les habló, que nadie les orientó en su nombre y les dijo lo que tenían que hacer.

En el Evangelio de hoy, aparece Jesús enseñando en la sinagoga de su pueblo. Con asombro y cierto escándalo, la gente se preguntaba sobre el origen de la sabiduría que profesaba y sobre el poder con el cual hacía los milagros, pues como hombre lo conocían desde pequeño, sabían quién era y a qué familia pertenecía. Parece como si el orgullo y la envidia les impidiera entender a los paisanos de Jesús que Dios había elegido a uno de los suyos para hacerse presente. Les faltaba fe, tanto en la persona que tenían delante como en Dios, que es capaz de elegir y capacitar a quien elige para hacer presente su palabra liberadora y su acción eficaz. Preferían seguir “creyendo” en un “Dios lejano” y que no puede acercarse a nosotros, que no es relevante en la transformación del entorno que nos rodea, que no es todopoderoso. Y por eso Jesús dijo: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. Y tristemente, dice el evangelista, no pudo hacer allí ningún milagro, porque les faltaba fe.

La segunda lectura, en boca de san Pablo, nos ayuda a entender que, en todo profeta, confluyen la omnipotencia divina y la debilidad humana. El profeta no es todopoderoso sino todo lo contrario, frágil, insignificante, malinterpretado, perseguido, sufriente. Y es ahí y así dónde y cómo se manifiesta la fuerza de Dios. Por eso, llega a decir el apóstol de los gentiles, que presume de sus debilidades, para que se manifieste más y mejor la fuerza de Cristo y no la suya propia, para que nadie ponga los ojos en él sino en Cristo a través de él. Todos conocemos bien la importancia y relevancia de esta frase paulina: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”. En esta frase se concentra el misterio de la omnipotencia divina, de su bondad y misericordia, que sigue manifestándose y llegando a nosotros a través de la debilidad humana de hombres y mujeres, elegidos por Dios y capacitados por Él mediante su gracia, para ser sus mensajeros y testigos. Esta frase nos salvará siempre de la tentación de suplantar a Dios, de ocupar su lugar, de dejarnos vencer por el orgullo de la autosuficiencia, por la arrogancia de las propias cualidades personales.

En este día hemos de volver a caer en la cuenta de que Dios no nos ha dejado solos. Dios nos sigue acompañando y hablando a través de la misión profética de la Iglesia manifestada en sus ministros, y también en todos los bautizados. Sería bueno recapacitar en qué profetas el Señor ha puesto cerca de mí para iluminar mi camino, esto es, a través de quien o quienes el Señor me está hablando y guiando. Es imprescindible reconocer a los verdaderos profetas de Dios y no dejarnos guiar por los falsos profetas. Abrir el corazón de nuevo a su Palabra que me llega mediada por personas concretas es reconocer que Dios me sigue hablando porque me ama.

Por otro lado, también hemos de reconocer que Dios a muchos de nosotros, como bautizados o como ministros, nos llama a ser sus heraldos y mensajeros. Su Palabra, su mensaje, es como fuego ardiente que nos quema dentro y que hemos de compartir, testimoniar, incluso vociferar. Dios nos invita a anunciar su amor y misericordia para con todos, su Evangelio. También nos empuja a no permanecer callados ante las mentiras y falsedades, las injusticias y los atropellos, y tantas contradicciones personales o sociales. Ser profeta en nuestro tiempo y contexto no es nada fácil. Conlleva vivir en la verdad y ser coherentes con el Evangelio. La fidelidad a Dios y a su Iglesia implica asumir el riesgo del rechazo, de la persecución, de la burla, de la malinterpretación, incluso del sacrificio de la propia vida. Todo eso ya lo vivió y padeció Jesucristo, el Maestro, el Profeta del Padre. Vivirlo y padecerlo nosotros es un honor inmerecido que nos concede Dios, pues así nos asemejamos más y mejor a su Hijo Jesucristo, que ofreció voluntariamente su vida en la Cruz por la salvación del mundo.

 

Oración

 

Felices los que no te vieron y creyeron en Ti.

Felices los que no contemplaron tu semblante y confesaron tu divinidad.

Felices los que, al leer el Evangelio, reconocieron en Ti a Aquel que esperaban.

Felices los que, en tus enviados, divisaron tu divina presencia.

 

Felices los que, en el secreto de su corazón, escucharon tu voz y respondieron.

Felices los que, animados por el deseo de palpar a Dios, te encontraron en el misterio.

Felices los que, en los momentos de oscuridad, se adhirieron más fuertemente a tu luz.

 

Felices los que, desconcertados por la prueba, mantienen su confianza en Ti.

Felices los que, bajo la impresión de tu ausencia, continúan creyendo en tu proximidad.

Felices los que, no habiéndote visto, viven la firme esperanza de verte un día. Amén.

 

(P. Ignacio Larrañaga, Encuentro 11)

 

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