Un abrazo grande de la memoria

Por: Daniel Céspedes Góngora

Eliseo Diego

La verdadera obra de arte se hace con sufrimiento y alegría, al igual que una mujer da a luz un hijo. Todo lo demás es virtuosismo y no vale la pena.

Eliseo Diego

A pesar del primer año pandémico, el centenario de Eliseo Diego (1920-1994) trascendió. Al tratarse de un escritor de su importancia, no podía ser de otra manera. Para algunos, la celebración se limitó en primer lugar a develar al medio día del 2 de julio de 2020 una tarja en la Casa Borbolla, ubicada en Compostela No.318 (antes No.56) esquina a Obrapía, y más tarde al homenaje que se le rendiría ese mismo día en la Biblioteca Nacional donde el poeta, narrador, ensayista y traductor había laborado buena parte de su vida.

Durante la presentación el 28 de diciembre de 2020 del número XL de la revista Vivarium, Josefina de Diego, Fefé, evocó los contratiempos para visitar la tumba de su padre en el cementerio Colón. El 2 de julio, día de recogimiento citadino casi total, venía acaso a animarse con desconcierto para Fefé, gracias a una anécdota extraña y preciosa ocurrida allí con dos personas que nunca había visto.

Los estudiosos de las obra de Diego confiaron e hicieron hasta lo imposible para que en todo el año periódicos y revistas acentuaran el festejo de un literato entrañable para numerosas generaciones del mundo. Mientras el Granma del 1 de julio de 2020 cerraba casi en su totalidad la última página con un artículo de Virgilio López Lemus nombrado “Centenario de un gran poeta. Eliseo Diego”, El Cultural, suplemento de La Razón, de México, publicaba en su número 259 del 11 de julio un dosier a propósito de los cien años del autor de En la Calzada de Jesús del Monte. Revistas como Matanzas (No.1/2020) y Cuadernos Hispanoamericanos (No 839-840, Mayo-junio/2020) —por mencionar dos bien distantes— homenajeaban al Premio Nacional de Literatura en 1986 y el Juan Rulfo, de literatura latinoamericana y caribeña, en 1993. Por su parte Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S.A) presentaba la más reciente compilación de la poesía de Diego: Nos quedan los dones (2020), edición de Yannelys Aparicio y Ángel Esteban.

Este año, justo antes del 2 de julio, ha salido por Sapienza Università Editrice el amplio volumen Al abrigo del tiempo que me arrasa. Eliseo Diego en su centenario (1920-1994), una edición de Mayerín Bello y Stefano Tedeschi. Por lo que se infiere, es un libro que debió salir en el 2020, pero ahora es que pudiera devenir un acontecimiento editorial. Subrayo acontecimiento porque se me figura también —según las palabras de un amigo— “el empeño editorial más importante para estudiar la obra de Eliseo Diego en su centenario”. Ya hemos conocido de varias antologías poéticas, independientes de su testimonio tanto reflexivo como ficcional. Es ahora la ocasión de apreciar firmas cercanas; escritos familiares, retocados y otros más recientes que vuelven sobre la poesía, narrativa y ensayística de Eliseo Diego. Son doce textos centrados en una arista o dos, pero procurando y logrando sus editores una suma armónica muy apreciable en disposiciones y juicios.

No es fortuito que, después de la introducción, el primer texto (“El idioma inglés y la literatura inglesa en la vida y la obra de Eliseo Diego”) parta de la biografía para narrar en retrospectiva la etapa formativa de este alfarero de la palabra, quien aprendió desde temprano a mirar la poética del espacio visible y furtivo, el mundo interior de tantos personajes y así acoger visiones perdurables de la autoría foránea en lo hogaño. Nadie puede hacerlo mejor que su propia hija Josefina de Diego, editora y también prosista.

Aramís Quintero, considerando el costado confesional de la escritura de Diego y luego su afinidad —no dicha directamente— con el cine (“fotogramas”, “primer plano”, “el fragmentario de la memoria”…), tiene a bien compartir su propia interpretación de una poética, que también presenta, cual compendio, Mayerín Bello[i] en “Claves de una poética: Eliseo Diego (casi) por él mismo”; una poética desde hace tiempo acogida por los lectores por textos confesionales como “Esta tarde nos hemos reunido”, “A través de mi espejo”, “Poca vida y menos obra” y “Sobre el oficio de componer poemas”. En un momento de “La sombra y del oro en el taller de Eliseo Diego”, antes de explorar el fuerte vínculo entre la infancia y lo terrible en la narrativa de Diego, escribe Quintero:

La imagen en él se resiste a cobrar cuerpo y a ser cuerpo poético; el objeto permanece inexpresado hasta que la visión interior y el material tocado se conforman en imagen del lenguaje; el propio proceso de la creación se hace cuerpo poético y, con esa imagen, nunca del todo “satisfactoria”, pero generosa en su deficiencia, la poesía se expresa y el material se hace poético. (43)

Mientras Rafael Rojas en “Eliseo Diego: el misterio de la realidad escueta” consigue un balance entre reparo bibliográfico y análisis propios, Omar Sánchez Aguilera en “A través del soneto: casi todo Eliseo” recuerda: “Miniaturista por vocación, se entendería esa preferencia de Eliseo por el soneto” (91), que parte del poema en rigor y se explaya —como tal vez algunos no lo esperan— en la prosa confesional, la conferencia…, que en el poeta ensayista —según señala con razón Enrique Saínz en “Permanencia de Eliseo Diego. Las rutas del poeta y del ensayista”— son prosas reflexivas, “apasionados e intensos diálogos con diversos temas y autores, aproximaciones de un refinamiento inolvidable, testimonios de meditaciones jubilosas o sombrías con libros y lugares”. (33)

Si Sánchez Aguilera concibe el que tal vez sea el ensayo más filológico sin incurrir en la frialdad académica, Roberto Méndez (“La escalera trunca. Arquitectura y ruina en la poesía de Eliseo Diego”), Milena Rodríguez Gutiérrez (“La eternidianidad eliseana o algunos senderos de En la Calzada de Jesús del Monte, de Eliseo Diego: la penumbra, el sueño, el tiempo”) y Yoandy Cabrera (“El raído interior del griego: mitopoética de Eliseo Diego”) inauguran o retoman vínculos intertextuales que principian y hasta se deben a lo poemático pero lo rebasan. En “El raído interior del griego…” por ejemplo, el concepto de mitopoética en relación con Diego “parece más encaminado a hacer coincidir el proceso poético con una mitologización del entorno” (128). En una prosa precisa que no se regodea —pudiendo hacerlo sin dificultad— en terminologías para lectores especializados, todo lo contrario, Cabrera acierta mucho al decir:

Después de leer a autores como Píndaro, Luis de Góngora y José Lezama Lima, y llegar a reconocerlos como tensiones definitorias entre lo poético y lo mítico, entre el caos y el orden, entre el ser pensante y su entorno, es difícil poder localizar momentos de tensión mitopoética que merezcan ser destacados y tenidos en cuenta dentro de otros autores que son más moderados en el tono y que se interesan por una poesía menos estridente. Se trata de autores cuyas obras proponen toda una cosmogonía a lo grande, un sistema de funcionamiento vivo, universal y cambiante de enormes magnitudes. Si, además, se coincide en tiempo, espacio y palabra con uno de estos autores, el desafío es más complejo. Tal vez por ello Eliseo Diego demoró tanto en darse a conocer como poeta, lo cual, sin embargo, no impidió que una teogonía de color más local y doméstico se fuera fraguando en su pensamiento, en su sensibilidad individual. Diego mismo reconoció que crecer bajo la égida de un autor como Lezama le hizo evitar por mucho tiempo la escritura de poesía. (135)

Otro tanto sucede en los particulares relatos de un poeta que también relata casi siempre en su prosa reflexiva. Téngase en cuenta lo que nos comenta Salvador Redonet en “Entre las pequeñas grandes piezas (narrativas) de Eliseo Diego” y Arnaldo L. Toledo en “Lo fantástico en la narrativa de Eliseo Diego. Tradición y novedad”.

Un nuevo volumen, en que se contempla más que un muestrario de la obra de un autor en cuestión, en este caso de la poesía, y más que un ensayo imprescindible como “Eliseo Diego en Italia. Una historia de amistad, lecturas y traducciones”, de Stefano Tedeschi, vela porque su carácter de antología no cometa exorbitancia o atropello. En consecuencia, adquirirá lo antológico la condición de órbita. Es enorme lo que representa ese empeño. Se espera figuren voces autorizadas, no necesariamente las recurrentes. De ahí que el conocedor pudiera preguntarse por el motivo de la ausencia de otros autores, cuyos estudios sobre Diego despliegan opiniones distintas de cuanto por tradición o impericia viene repitiéndose durante años. Pero, en principio, lo distinto no es garantía de mayor legitimidad o siquiera prolongación. Bien se sabe, la calidad de página rebasa el dominio del lenguaje y el elemental conocimiento de la obra analizada. El reto consiste en la asociación cultural de la que se sirve el intérprete para adentrarse en el universo de un creador dinámico y exigente.

Está claro que pudieron comprenderse a más estudiosos de Eliseo Diego. Pero, amén de los artículos y entrevistas, ensayos y tesis que se publicaron en vida y luego de la muerte de Diego, 2020 fue el año de su centenario y los autores de Al abrigo del tiempo que me arrasa tuvieron el derecho de agrupar y distinguir lo que prefirieron por calidad y aporte al sentido de constitución armónica. Aquí prima la coherencia como la unidad sin descuidar los puntos de vista plurales.

Del presente volumen se hablará —ya se está hablando— si de homenajear con justicia a un artífice meritorio es el propósito. Estamos ante un libro imprescindible por la visión de conjunto y la urdimbre de detalles. Para expertos e iniciados. Mas iniciados con lecturas de antemano. Quienes vacilen al consultar el índice, les exhorto empezar por donde deseen. Garantizo satisfacción durante el camino, con el tiempo.

Nota

[i] Mayerín Bello recuerda también el contraste entre el adentro y el afuera —elemento clave— que se recontextualiza cual constante en muchos de los poemas de Diego. Sobre este particular reflejado también en el documental abordo en mi libro de pronta aparición Eliseo Diego: registro de permanencia (Ediciones Ávila, 2021). Es válido señalar de Bello el siguiente fragmento:

La casa se abre al mundo con sus patios, ellos también demarcadores entre el adentro y el afuera. Jardines, recodos y calles se suman, igualmente, a este cortejo de fronteras entre «un más acá» y «un más allá», que no es de otro mundo sino que está también, de algún modo, en este. La escalera, por el contrario, activa el contraste entre el arriba y el abajo, sin que puedan asociarse tales dimensiones de modo absoluto y proporcional con valores positivos o negativos. Tal relativización es común para casi todas las oposiciones binarias que se pueden distinguir en la representación de la realidad operada por Eliseo Diego, a la que habría que sumar, igualmente, el laberinto. (79)

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