XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

12 de septiembre de 2021

El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás.

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras?

Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.

Lecturas

Primera Lectura

Lectura del profeta Isaías 50, 5-9a

El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.

El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí?

Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará?

Que se me acerque.

Miren, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?

Salmo

Sal. 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9

R. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.

Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco. R.

Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor: “Señor, salva mi vida”. R.

El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó. R.

Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos. R.

Segunda Lectura

Lectura de la carta del Apóstol Santiago 2, 14-18

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?

Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: “Vayan en paz; abríguense y sáciense”, pero no les da lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?

Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.

Pero alguno dirá:
“Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”.

Ellos le contestaron: “Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas”.

Él les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”.

Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías”.

Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.

Y empezó a instruirlos:
“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”.

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
“¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”.

Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?”.

Comentario

La primera lectura nos recuerda el gesto y la palabra de Jesús que aparecía en el evangelio del domingo pasado con el sordo que apenas podía hablar. “Ábrete”, dijo el Señor, y sus oídos se abrieron y su lengua comenzó a contar la maravilla que Jesús había realizado con él. Comienza el texto de Isaías hoy diciendo: “El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás”. Estamos ante un fragmento muy paradigmático del libro de Isaías, uno de los cuatro cánticos del Siervo de Yahvé, ese personaje misterioso con el cual el mismo Jesús tiende a identificar su persona y su misión salvífica. Abrir el oído significa aquí abrirse totalmente a Dios de manera que la fuerza que de Él proviene lleva a su siervo a no echarse atrás, a aceptar el rechazo, las injurias, las calumnias, incluso la violencia ejercida contra él, confiando en que Dios nunca le defraudará. Texto precioso para leer, releer y meditar en tiempos de angustia y persecución. Texto que nos conecta directamente con el evangelio de hoy, pues nos aporta una muy gráfica y vívida descripción anticipada de la figura de Jesús, de su entrega sacrificial, de su pasión y muerte, magnífica respuesta al interrogante que el Señor plantea a los discípulos.

Jesús pregunta en el evangelio: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Jesucristo, entonces como hoy, era un personaje ante quien se tenían múltiples opiniones y visiones. Pero era necesario comprenderlo como quien verdaderamente era, en cuanto a su persona y a su misión, y no como quien cualquiera se imaginaba y opinaba. Por eso Jesús vuelve a preguntar, esta vez, de manera directa a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”.

También a nosotros nos hace la misma pregunta, ciertamente importante, pues de cómo respondamos a ella dependerá también la respuesta a la pregunta sobre nuestra propia identidad. Desde la identidad de Jesús se define nuestra propia identidad como discípulos suyos que somos. Conocemos muy bien la respuesta teórica, pues tantas veces nos la han enseñado y repetido. Y la podemos decir de memoria sin inmutarnos: Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación, el Mesías enviado del Padre. Pedro, con el arrojo que le caracterizaba, respondió así mismo, muy bien desde la teoría: “Tú eres el Mesías”.

Pero después llegó la segunda parte… qué tipo de Mesías, esto es, cómo Jesús comprendió y fue desplegando su mesianismo salvífico. Y ahí es cuando choca con Pedro, y quizás también con nosotros que, como Pedro, preferiríamos un mesianismo sin cruz ni sacrificio, esplendoroso y glorioso desde el minuto uno hasta el final, sin pasar por penurias ni calamidades. Jesús, camino de Jerusalén, comienza a explicarles con toda claridad que el Mesías padecería mucho, sería ejecutado y resucitaría al tercer día. Algo incomprensible e inaceptable para Pedro que se atreve a rectificar al Señor increpándolo.

Jesús, también de manera contundente, se vuelve hacia Pedro y le invita a ponerse atrás de él, esto es, a la zaga de sus huellas, como discípulo que tiene que aprender antes que dar lecciones. Y eso es lo mismo que nos dice a nosotros: “ponte tras de mí y aprende”. ¿Qué tenemos que aprender? Aprender a no creernos maestros antes de ser discípulos; comprender que Jesús nos invita a dar la vida como Él mismo la dio. Lo que nos identifica como cristianos es nuestra comunión con la Cruz de Cristo.

Jesús quiso que sus discípulos supieran a quién estaban siguiendo. Jesucristo no iba a ser el Mesías añorado, que les liberase del yugo de los romanos, poderoso y majestuoso al modo humano de las glorias de este mundo. Jesús venía a salvar al mundo desde abajo y desde dentro, alejándose de su condición y omnipotencia divinas, tomando la condición de siervo de Yahvé, dispuesto a cargar la Cruz y a sacrificar su propia vida por todos, con la confianza puesta en modo absoluto en el Padre y dispuesto a cumplir su voluntad siempre y en todo.

Hoy se nos pide a los cristianos un plus de identidad en medio de este mundo de culturas líquidas diluido en ambigüedades y falsos mesianismos ideologizados. Hemos de saber quién es Cristo para entender y definir quiénes somos nosotros y a qué estamos llamados a ser. Identificarnos con Cristo implica aceptar el sacrificio de la propia vida por Dios y por los demás; estar dispuestos a cargar con la Cruz, que antes de ser nuestra es de Él, a sufrir por el Reino de Dios y por la Iglesia de Cristo; a perder la vida, con sus privilegios humanos y vanaglorias, para defender la verdad y confesar la fe. Ese ha sido el camino de tantos mártires que nos han precedido. También ha de ser nuestro propio camino, cada uno en el lugar y tiempo en el que Dios nos ha puesto.

Tampoco nosotros hemos de esperar de Jesús un Dios que nos quite o resuelva todos nuestros problemas, que aplaste a quienes nos persiguen y calumnian, que acabe con nuestros sufrimientos. Jesucristo ha venido a dar sentido a todo lo que forma parte de la vida cotidiana, a ayudarnos a cargar la cruz de cada día, a encontrar en el darlo todo por Dios y por los hermanos el tesoro escondido o la perla preciosa que ilumine nuestro rostro de alegría y fecunde nuestra existencia por muy dura que sea. Siempre habrá alguien que esté sufriendo más que nosotros. Siempre habrá alguien sobre quien la Cruz de Cristo se haga más real y tangible.

Nuestra fe en Cristo Jesús, convertida en obras de vida como la de Cristo, es el testimonio que nuestro mundo necesita y espera de nosotros los cristianos. Descubrir la Cruz de Cristo en las cruces de los más pobres y necesitados, en sus heridas y calamidades, resulta imprescindible para acercarnos a ellos con humildad de corazón, sin paternalismos, ni superioridad ni prejuicios humanos, dispuestos a compartir su dolor y a paliar sus necesidades en la medida de nuestras posibilidades. Nadie es tan pobre que no pueda dar al menos una sonrisa, una palabra cálida o un poco de su tiempo a quien sufre más.

Oración

Señor Jesucristo, que tu presencia inunde por completo mi ser,

y tu imagen se marque a fuego en mis entrañas,

para que yo pueda caminar a la luz de tu figura,

y pensar como Tú pensabas, sentir como Tú sentías,

actuar como Tú actuabas, hablar como Tú hablabas,

soñar como Tú soñabas, y amar como Tú amabas.

Pueda yo, como Tú, despreocuparme de mí mismo, para preocuparme de los demás;

ser insensible para mí y sensible para los demás; sacrificarme a mí mismo, y ser al mismo tiempo aliento y esperanza para los demás.

Pueda yo ser, como Tú, sensible y misericordioso;

paciente, manso y humilde; sincero y veraz.

Tus predilectos, los pobres, sean mis predilectos; tus objetivos mis objetivos.

Los que me ven, te vean.

Y llegue yo a ser una transparencia de tu Ser y de tu Amor. Así sea.

(P. Ignacio Larrañaga, Encuentro 48)

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