Una vida de fe

Por: Miguel Terry Valdespino

Zoe de los Dolores Larrea Dihigo
Grata emoción le reportó a Zoe su encuentro con el S.S. Benedicto XVI durante la visita de este a Cuba.

Tiene nombre de personaje garciamarquiano, Zoe de los Dolores Larrea Dihigo, pero en 1942 no vino al mundo en ningún pueblo de Colombia ni en ninguno de Grecia, donde su nombre significa Vida; sino en uno nombrado Vereda Nueva, en La Habana, actualmente parte del territorio de Artemisa.

Su familia, matancera, ya con los golpes brutales del crack económico de 1929 a cuestas, sin las propiedades de sus colonias de caña en la propia Matanzas y Camagüey y perdidas sus propiedades en La Habana, puso rumbo salvador hacia una finquita situada en las afueras de Vereda.

El paso demoledor del ciclón de 1944 destruiría la pequeña finca y entonces la situación económica se tornaría peor. La salvadora esperanza de que los hermanos varones de Zoe pudieran trabajar en la textilera de Ariguanabo, centro laboral de grandes perspectivas, impulsó a su familia a radicarse en Bauta, donde se escribiría la historia silenciosa pero magnífica de esta mujer, hoy con setenta y siete años, ¨archivera¨ de la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, catequista de niños y adultos desde hace más de veinticinco e integrante de la Comisión Arquidiocesana de Catequesis como coordinadora de la vicaría San Francisco Javier y de la zona Marianao-Bauta.

En medio de una conversación que nació sin ningún protocolo en su pequeña oficina en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, con profunda humildad, Zoe evocó su privilegiado viaje a Roma, en 1994, para asistir a la investidura como cardenal de S.E.R. Jaime Ortega Alamino, su breve intercambio de palabras con S.S. Juan Pablo II y su encuentro frente a frente con S.S. Benedicto XVI en la Catedral de La Habana, entre otros acontecimientos que tanto la conmueven.

En tono comedido, sin pronunciar jamás una sola palabra de amargura o desencanto, Zoe se dispuso a responder cada una de las preguntas que pronuncié ante la sonriente y calmada sinceridad de sus ojos.

¿Qué antecedentes familiares más cercanos la vinculan a la Iglesia católica?

“Mis padres y mis abuelos profesaban la fe católica y también sus antecesores. Por eso formo parte de una tradición familiar católica muy fuerte. Mi padre, Pedro Larrea Melgares, estudió en un colegio religioso de los padres trinitarios de Cárdenas y mi tía, Dolores Larrea, tomó los hábitos a finales del pasado siglo para convertirse en sister Mary Josephita en las Hermanas Oblatas de la Providencia, una congregación que entró a Cuba a principios del xx desde Estados Unidos, donde había surgido con el fin de brindarles educación a niñas de la raza negra. Al radicarse en la Isla, no solo lo hizo en la capital, sino también en Cárdenas, Santiago de Cuba y Camagüey.

”Mis hermanas María Felicia y Carmen, igualmente, se educaron en las Hermanas Oblatas. La primera de ellas llegó a graduarse de abogada; pero después, como mi tía, se convirtió en religiosa, bajo el nombre de sister Mary Ángel. Y yo, que continué la tradición católica familiar, llegué a la parroquia de Nuestra Señora de la Merced de manos de mis padres, desde que tenía tan solo tres años de edad”.

¿Y cuándo comienza su carrera como maestra, otra de sus grandes pasiones?

“En el año 1959 me gradué en la Escuela Normal para Maestros, en Guanajay. (Lamentablemente esta escuela solo tuvo dos graduaciones). En 1961 participé en la Campaña de Alfabetización en el propio Bauta y me desempeñé en aulas de nivel primario, secundario y medio superior, tanto en mi pueblo como en Caimito y San Antonio de los Baños”.

¿Fue en Caimito donde sufrió los contratiempos motivados por su fe religiosa?

“Yo siempre he defendido mi fe contra viento y marea. Nunca la he ocultado. En Caimito entendieron que por ese motivo no era idónea para trabajar con adolescentes. Entonces me quedé trabajando solamente en la enseñanza para adultos en San Antonio, una labor que yo estaba compartiendo con mis tareas en la secundaria.

”De San Antonio regresaba muy tarde. A veces se me iba la guagua que salía para Bauta a las once de la noche y tenía que esperar largamente por otra. Muchas veces llegué a mi casa después de la una y media de la madrugada, muerta de cansancio”.

¿Se sintió disminuida por esta decisión tan arbitraria?

“Nunca. Esa exclusión tuvo lugar en 1969; pero ya en 1971 fui elegida delegada directa al Primer Congreso de Educación y Cultura, pude asesorar maestros, trabajar en los cursos para dirigentes, estudiar y graduarme de Licenciada en Educación, en la especialidad de Español y Literatura, con título de oro, en 1991.

”En total, ejercí la docencia durante treinta y siete años, integré la Comisión de Programas y Libros de Textos del Ministerio de Educación en la enseñanza para adultos y puedo decir que en este camino recibí muchas más satisfacciones que amarguras”.

¿Ve como un premio estos resultados?

“Para mí, el premio más grande es encontrarme con alguien que me dice: ‘maestra, ¿usted se acuerda de…?’ y me cuenta anécdotas del pasado que ya no recuerdo o fragmentos de obras literarias. Me siento especialmente conmovida también cuando me presentan a hijos y nietos y les dicen: ‘Ella fue mi maestra’. O cuando alguien me confiesa: ‘yo soy quien soy gracias a usted’. Ahí está el mejor pago a cualquier maestro”.

Usted ha estado vinculada estrechamente, durante largos años, a la parroquia de Nuestra Señora de la Merced, refugio espiritual de los escritores y artistas del grupo Orígenes y del poeta y presbítero Ángel Gaztelu, mentor de este grupo tan especial para la cultura cubana. ¿Pudo usted conocerlo personalmente?

“Sí. El padre Gaztelu fue mi maestro de Historia Sagrada en la escuela primaria José Martí. Era el director espiritual de esa escuela. Él fue quien me dio la primera comunión, en esta misma iglesia.

”Recuerdo que llevó a la escuela a figuras tan importantes de la época como el actor Alberto González Rubio, el poeta Gastón Baquero y el escritor y periodista Jorge Mañach, entre otros. También nos llevó a visitar las ya desaparecidas Canteras de San Lázaro, en donde sufrió terrible prisión el Apóstol. El padre Gaztelu era español, pero conocía profundamente la cultura cubana. Volví a verlo cuando ya estaba viejito y vivía en la Iglesia de San Juan Bosco, en Miami”.

El hecho de que esta iglesia atesore grandes obras de artistas como Mariano, Portocarrero y Alfredo Lozano, le imprime un valor especial, ampliamente reconocido. ¿Así lo siente usted?

“La principal satisfacción que yo siento por Nuestra Señora de la Merced no es tanto por sus magníficas obras de arte, sino porque es mi iglesia, mi casa, parte esencial de mi vida. Aunque no hubiera tenido ninguna fama, ninguna gran obra de arte; aunque fuera la más pequeña y humilde, yo la hubiera querido igual”.

Desde hace diez años se desempeña como “archivera” de la parroquia de Nuestra Señora de la Merced. ¿Qué atiende específicamente?

“En la iglesia trabajo como archivera y secretaria. La primera es una tarea muy interesante, pues los libros que conservamos comienzan en 1798, y se encuentran estrechamente unidos a la historia de Bauta y sus pobladores, desde los orígenes hasta nuestros días. Ser secretaria me permite entrar en contacto con muchas personas, cada una con características diferentes. Por esta razón tienes que preparar tu carácter para saber dar la mejor atención a cada una de ellas”.

¿Qué le debe al hecho de haber profesado durante tantos años la fe católica?

“Le debo mi formación completa, como mujer, maestra, cubana y cristiana, el todo indisoluble que me conforma”.

En el año 2009 recibió la medalla otorgada por el Papa Benedicto XVI, que la reconoció como Benemerenti. ¿Esperaba este reconocimiento?

“Fue para mí una distinción tanto inmerecida como inesperada. Entonces, como ahora, y repasando lo pasado, sigo diciendo como el apóstol: ‘solo he hecho lo que tenía que hacer’. Agradezco por ello a S.S. el Papa Benedicto XVI y a S.E.R. Jaime Ortega Alamino. Asimismo, a tantas personas que, durante este largo camino, me han apoyado y ayudado, aun en los momentos más difíciles. Y, sobre todo, al buen Dios por sus regalos, pues todo esto ha sido y es gracia”. Ω

 

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