Bien, sin mirar a quien

Por: Antonio López Sánchez

Diseño: Iván Batista

La Biblia invita a amar a nuestro prójimo como a uno mismo. El altruismo, la solidaridad, hacer el bien para otros, debería ser una suerte de constante en nuestros actos y pensamientos. Si hasta los animales irracionales pueden ser solidarios en determinadas ocasiones (véase esas relaciones biológicas llamadas de mutualismo, en cuyas muchas manifestaciones en la naturaleza ambas especies resultan beneficiadas y, por ende, todo el conjunto de la vida), ¿por qué será que al supuestamente racional homo sapiens le resulta tan difícil comportarse mejor en bien de los demás?
Por una parte, es triste pero innegable, que los tiempos difíciles hacen aflorar las peores cualidades de muchos seres humanos. Tanto las personas como las naciones, exacerban su egoísmo en aras de la supervivencia o, a veces, en las peores manifestaciones, lo hacen en pos del más burdo y disparatado beneficio propio, sin importar qué o quién puede resultar dañado en el proceso. Por otro lado, por suerte, hay quienes entonces enarbolan lo mejor de los valores y deciden dar de sí mismos por los demás.
Mientras transcurren estos días terribles de la pandemia de la covid–19, si bien en algunos campean la indiferencia o hasta la más rampante estupidez, hay también abundantes ejemplos positivos. Baste mencionar cuántas personas, personal directo de la salud, otros muchos trabajadores asociados a la lucha contra la enfermedad, o hasta voluntarios de diversas procedencias, están ahora mismo en las llamadas zonas rojas. Desde allí, en contacto directo con los enfermos y luchando por sus vidas, ponen de manifiesto una de las más hermosas cualidades humanas. Sólo por pensar en los largos meses de sacrificio que ha tenido que asumir este sector, los cambios en sus vidas, las reclusiones en cuarentena, dejar de ver a sus seres queridos y estar en constante riesgo de contagio, deberíamos cuidarnos más y no asumir conductas de riesgo para no aumentar el número de enfermos. Calcule usted, mientras se regodea en sus sábanas de fin de semana, cuántas mañanas el doctor Francisco Durán ha debido madrugar para brindar a la nación el parte diario de la enfermedad y desde hace mucho no puede, digamos, dormir hasta las diez o las once como cualquier hijo de vecino. Este especialista es la cara visible de un enorme grupo que lleva ya muchos meses trabajando sin descanso por el prójimo.
Porque si bien es cierto que hay un gran número de personas que deben salir a diario a la calle a guapear su sustento, hay no pocos que, poniendo por delante su egoísmo antes que pensar en los demás, salen a festejos, incluso a la playa o a paseos en grupo. El pensar sólo en sus diversiones y bienestares no les permite ver que, una vez infectados, podrían contagiar a vecinos, compañeros de trabajo y hasta a sus propios familiares. Ahí, no funciona el pensamiento solidario.
Más allá de la pandemia, hay muchos momentos donde la solidaridad también hace acto de presencia. El carácter del cubano, extrovertido, un poco indiscreto y exagerado, lo hace a veces ir más allá de lo comedido e interviene en la vida de sus allegados sin pedir permiso, sean familiares o vecinos. Hay mil y una manifestaciones de este proceder que quizás ya vemos habitual y que, aunque criticable en ocasiones, carga consigo hermosas semillas de bien y ayuda. ¿Cuántas veces no viene el vecino a pedir un poco de arroz o de azúcar para terminar el día de hoy, porque no he sacado los mandados? ¿Cuántas veces una colada de café incluye una tacita destinada para la señora de la casa de al lado? ¿Cuántas veces esa misma señora nos pide la libreta, que voy a bajar al agro, y resuelve una vianda o fruta necesaria?
Alguien dirá que la pobreza y la carencia provocan tales intercambios. Puede ser, pero creemos, queremos creer, que esta nación, en abundancia, tampoco perdería esos gestos cotidianos por el otro. Hoy por ti y mañana por mí, no es una frase que naciera por culpa de la crisis. Esos pensamientos y acciones, forman parte raigal de quiénes somos. Por el contrario, quizás se acrecienten si tuviéramos de todo. A guisa de ejemplo, este escriba siempre recuerda, en las veces en que viajó a sitios intrincados por motivos de trabajo, la limpia cortesía de los campesinos y su repetida disposición a dar de lo mejor que tuvieran, sin que importara qué tan humilde fuera el sitio. La mesa podía ser pobre, pero se ofrecía con total riqueza de espíritu y sincera entrega. Así, hasta el plato más simple tenía sabor de ambrosía.
Por suerte, aunque la pobreza sí ha vuelto a algunos más calculadores y estafadores con el prójimo, algunos gestos salvan el día. Una vecina con una bebé quemada con agua caliente sale desesperada a la calle en busca de un auto. Un chofer se detiene, la lleva al hospital, y no sólo espera allí las curas y el resultado de la atención médica sino que luego la regresa a casa a ella, al esposo y a la niña. Por supuesto, no cobra un centavo, pero, además, un par de veces, pasa luego a interesarse por la salud de la beba. La anécdota es absolutamente real y conocemos a los protagonistas. Cualquier lector de seguro puede citar alguna semejante en su entorno. Más allá de nuestras muchas perezas, errores y escaseces, esos comportamientos nos hacen mejores, más humanos.
Ahora mismo, carencias y carestías aparte, la solidaridad sigue siendo presencia habitual en muchos lugares. De hecho, con privaciones incluidas. El bodeguero pícaro con el que las ancianas discuten a diario por el peso faltante en el azúcar o los granos, es el primero que deja el mostrador y corre a socorrer a esa misma señora peleona si sufre una fatiga y se cae en la cola de los mandados. Una vecina trae agua, una pastilla, un banquito… Así somos, por antonomasia, lejos de consignas oportunistas o por mandato burocrático.
Las redes sociales muchas veces son también espacios aglutinadores de la solidaridad y muestra de buenas prácticas. Recorra usted las páginas de varios sitios y encontrará que casi siempre aparece la ayuda para quienes de pronto piden un medicamento con urgencia o cómo llevarlo de un país a otro. De hecho, hasta la solidaridad con entes no humanos también tiene espacios en estos predios. No son pocos los grupos de animalistas que batallan a diario por hacer colectivo el amor por la fauna y luchan por salvar vidas o protegerlas de los desmanes de algunos. Ahora mismo, mientras una ola genocida antifollaje recorre nuestras ciudades, y la poda y la tala indiscriminada hace víctima a los árboles, un gran número de voces junta sus pedidos, y sus acciones, para salvar el arbolado urbano y sembrar nuevos ejemplares.
Podría ser, por desgracia, también visible la lista de malos ejemplos. Sin embargo, preferimos visibilizar a los buenos, esos, que, diría el Apóstol, son lo que ganan a la larga. Porque hay otro adagio que reza que el bien hecho a otros siempre encuentra maneras de regresar a uno. Ese amor por el prójimo, de seguro hallará cauces para también rebotar en nuestras vidas. Cada buena acción, grande o pequeña, tiene el poder de marcar la diferencia. Seamos solidarios.

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