Brillante, mala y un poquito loca

Por: Daniel Céspedes Góngora

Cuando supe que Cruella de Vil tendría su película, no me extrañó. El esperpéntico personaje por grotesco o desatinado, la gran malvada de Los 101 dálmatas (Dodie Smith, 1956) –luego popularizado por Disney en 1961– tiene el suficiente atractivo para suponerle y crearle un antes y un después en la pantalla grande. Sobre todo un antes, un “cómo comenzó su historia”. Más que un personaje del universo infantil, parece ahora, por excesiva y espectacular, un personaje fellinesco. Pero no, la Cruella (2021) del director australiano Craig Gilliespie está más cerca del star system de Greta Garbo, Glenn Close y hasta Meryl Streep.

Cuando las series televisivas o películas adaptan de un animado un personaje se contienen en el término live action o imagen real. Esto sería tal vez lo primero que llama la atención de la reciente obra del también director de El señor Woodcock; Lars y una chica de verdad; Yo, Tonya… Si de cuestiones cinematográficas se trata, las clasificaciones no paran. Ahora se asocian. Pues Cruella es una precuela (la cacofonía fue intencional) a partir de la adaptación de Disney y hasta del referente literario. Y esto también la enmarca en lo que se conoce como spin-off o derivado. El personaje de la dama despiadada con los dálmatas y amante de pieles es un subproducto de un relato donde ella tiene todos los elementos de una personalidad hostil pero hechizante. Es la antiheroína que invierte la derrota o al menos le concede gracia por mucho tiempo.

Para deducir los gustos de Cruella de Vil por la moda y su antipatía por los perros dálmatas, para comprender los orígenes de su maldad…, los guionistas (Tony McNamara, Dana Fox) le crearon una sucesión de circunstancias donde Estella crea una suerte de icono contracultural que es la propia De Vil. El espectador asiste al contexto de los años setenta en Londres, en que la música y la moda confluyen estrepitosamente haciendo del punk la vocación performática que identifica a la villana en ciernes. La antes excluida empieza a ser más rara aún y eso media para el apego de otros rechazados.

Gilliespie pudo llamar a Margot Robbie para esta Cruella joven, pero tiene al personaje de Harley Quinn muy cercano. ¿Anne Hathaway? No estaría nada mal tampoco, pero más allá de remedar el mundo de la moda, Cruella tiene mucho de El diablo viste de Padra (David Frankel, 2006). Entonces Emma Stone es la elegida, una actriz de la que se espera mucho y complace bastante. Por si no bastara, Emma Thompson, quien puede llegar a parodiar con su baronesa Von Hellman a la Miranda Priestly (El diablo viste…) de Meryl Streep, será la rival y la piedra de toque de motivación para la imagen futura de Cruella de Vil.

Hay un despecho en el personaje principal que los guionistas recubren con humor, pero no se olvide que entramos a una trama repleta de sucesiones efectistas para secundar una psicología estratégica de la venganza. Todo cuanto Cruella se plantea es derribar una autoridad para imponer otra. Las tácticas del personaje ridiculizan, si bien en el fondo y la superficie lo que persiguen es linchar hasta desaparecer lo existente. Ya es directo cuando uno de sus amigos le pregunta: “No la matarás, ¿no?”. A lo que ella le responde: “No es parte del plan actual, pero quizás debamos ser adaptables”. Sobre este particular, hay un diálogo mucho más interesante cuando la baronesa y Estella, quien ya es un alias de Cruella, quedan en un restaurant. Por eso, esta película de depurada puesta en escena y excelsa banda sonora, de empoderamiento genérico y generacional, sobrepasa la categoría de “película para niños”.

Eso sí, el gran desafío de las dos Emma merece ser interrumpido con frecuencia por una estrella que entra y sale como perro por su casa: el chihuahua rata. Le sobran las razones y, en honor a la verdad, le pone muchas ganas. Ω

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