Cambiar la vida

Por:Teresa Díaz Canals

La Habana, mayo 2021

“Un tiempo sin luz se hace sentir. Y por quieto que este tiempo sea, es tiempo al fin, con su inevitable temporalidad”.

María Zambrano

 

 

Cambia lo superficial

Cambia también lo profundo

Cambia el modo de pensar

Cambia todo en este mundo

 

Cambia el clima con los años

Cambia el pastor su rebaño

Y así como todo cambia

Que yo cambie no es extraño

[…]

 

Pero no cambia mi amor

Por más lejos que me encuentre

Ni el recuerdo, ni el dolor

De mi pueblo y de mi gente

 

Mercedes Sosa

Todo cambia

 

 

El 8 de enero de 1880, en una carta dirigida a Miguel Francisco Viondi, José Martí le pide que le entregue a su esposa un abriguito y un sombrero que el Apóstol enviaba a su hijo y añadió: “gasto en salvas de amor mis últimos cartuchos”. Esas palabras me hacen reflexionar en varios aspectos del tema cubano actual: en la lejanía incrustada en la historia nacional mediante la separación de las familias y en el tema del envío de remesas, que ya en el siglo xix, la figura más grande de Cuba la practicaba. A sus hermanas y padres también enviaba dinero.

Esas acciones: familias separadas y remesas, llegan a gran escala en nuestros días, nos trastocan el alma nacional. Resulta increíble que después de más de cien años, en otro contexto, no fueran superadas en el tiempo. Hoy llegamos al punto en que depender de la emigración es algo vital para la sobrevivencia, no ya de un grupo significativo de personas, sino para el país en su conjunto. Es tanto el desajuste económico que ni con el apoyo familiar externo puedes vivir sin angustias. Y me pregunto: ¿qué pasa con los que no reciben ayuda? Sobreviven de cualquier manera: la estafa, la reventa, el engaño y un largo etcétera que es difícil de nombrar. Todos y todas lo vivimos, excepto cierta capa de funcionarios, dirigentes, parientes y otro etcétera menos largo.

En el plano político, es recurrente la ofensa en las redes, pulula el irrespeto manifiesto en diversas opiniones: “¿qué hace el pueblo que no sale a las calles?”; “tienen lo que se merecen”; unos cubanos llaman a otros “carneros”… Por otra parte, desde la trinchera contraria, abundan adjetivos como mercenarios, contrarrevolucionarios, traidores…

No obstante, cuando la noche es más impenetrable, la aurora abre. “La flor nunca está quieta, el color en ella se enciende o se desvanece”.1 ¿Qué nos pasa con este descrédito?

El término carnero se utiliza aquí metafóricamente para aludir a la palabra manso. Aunque muchas veces se identifica la mansedumbre como debilidad, en realidad esta actitud también es fuerza bajo control. Ella modera la ira en los momentos de conflicto, evita todo movimiento desordenado debido al comportamiento del otro. “Bienaventurados los mansos”.

La Habana, Cuba
La Habana, Cuba

En 1889, en otra carta conocida como Vindicación de Cuba, escrita en la ciudad de Nueva York, nuestro Apóstol escribió:

“No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales que a The Manufacturer le place describir; ni el país de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio”. No, ningún pueblo merece sufrir lo que Cuba ha sufrido.

Una argentina me comunica: “en mi país muchas personas comen una vez al día, Teresa, ¡una vez al día! En mi país los milicos están en las calles, una represión feroz; ustedes son víctimas del embargo”… El mismo discurso de siempre, insoportable, porque no tenemos derecho a quejarnos cuando se habla de América Latina. Un día nos convirtieron en faro, en ejemplo, en guía, sin derecho al cansancio, a la huelga, a la protesta, sin derecho a irnos libremente y un día poder regresar –cuando entendamos– con derechos. El mandato social de los cubanos es resistir, resistir, resistir. Nuestra emotividad estancada, invertebrada.

La convivencia nacional no puede ser estática, pretenden reducir el sentido de la vida cubana a marcar en una cola porque, posiblemente, llegue yogurt o pollo, ¡es tan miserable la vida cotidiana!, cominera, absurda. La gente no vive unida porque sí, los grupos que integran una nación viven juntos para algo, constituyen una comunidad de anhelos, de propósitos, de utilidades. Para mandar hay que saberlo hacer. Reuniones van y reuniones vienen, generalmente se realizan para anunciar lo mal que estamos. Como escribiera José Ortega y Gasset: “La nación no nace, sino que se hace”.

Desde un enfoque ético me gustaría advertir del peligro de percibir lo humano desde la representación configurada en un discurso. Lo humano, si es humano, debe también expresar el fracaso de toda representación. Si lo humano se traduce en un mero concepto, se convierte en un mecanismo de exclusión, de violencia, de inhumanidad. No hay formas únicas de vivir, de existir. Termino con Michel Foucault en La arqueología del saber: “No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable”. Se trata de que la sociedad sea adecuada a la persona, su espacio apropiado y no su lugar de tormento. Ω

 

 

Nota

[1] María Zambrano: “El misterio de la flor”, en De la aurora, Tabla Rasa Libros y Ediciones S.L., Madrid, 2004, p. 154.

 

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