“Pero poesía pura ¿no será en realidad la capacidad de dotar al lenguaje vulgar (escrito y hablado) de cierto misterio que, una vez investigado concienzuda (académicamente), se revela escondido detrás de unas meras estructuras prosódicas, sintácticas, rítmicas, métricas, semánticas…?”
Ángela Vallvey
Acaso Roberto Manzano al escribir Diario lírico (Selvi Ediciones, 2020) no haya pretendido un documento para la posteridad. Pero en su condición de diarista1 se descubre, con plena conciencia, su afán de compartir un pensamiento espiritual sobre el mundo. La generalización, sin embargo, lleva a que queramos conocer la intimidad del autor. De hecho, ¿convendría definir un orbe que, más allá de experiencias espacios-temporales, representa una realidad expandida por la imaginación y los sueños desde lo vivencial del poeta?
¿Por qué Manzano escribe este diario? En principio, su escritura se alía con la libertad poética, mas, ¿la fijeza de ciertos acuerdos morfológicos, sintácticos, fónicos y semánticos no termina tropezando con la naturaleza no acabada adrede del diario? Son muchas preguntas, pero al menos dejan entrever una perogrullada que merece recordarse: como cualquier otra, depende la escritura diarística de la voluntad del escritor y, más que de esta, reconozcamos mejor que la primera obedece a un oficio que revela y esconde a un tiempo mañas, habilidades y hasta un estilo. ¿No se diga más? Pues hay que seguir diciendo.
“Serie de huellas fechadas”, según Philippe Lejeune, el diario viene a definirse por esa voluntad de escritura simultánea que es equivalente a la religiosidad de anotaciones autobiográficas, a secretos revelados. Promiscuo intencional entre géneros, supone tanto el registro de una cifra frágil como la espontaneidad fragmentaria con anhelos y logros de familiarizarse con identidades distintas, aunque afines: “Así estoy, y voy, dando de mi carencia propia / una abundancia suelta que todo lo aglutina” (“Que todo lo que guardo ajeno se me vuelve…”). Por muy particular que sean los escritos, el interés seguirá recayendo en lo que revelen sobre el ser humano. No en balde justifica Manzano la génesis de estos “enlaces arbitrarios”, hijos asimismo de situaciones y alegatos, al reconocer en su proemio lo siguiente: “Un ser humano no es solo su circunstancia misérrima o constrictora. Hablan más de él las potencialidades de su mundo interior que sus actos absolutamente registrables. Y una anotación lírica es siempre una proyección de nuestra persona entrañable”.
El oficio de Manzano no sacrifica la libertad escritural. Va con rumbo al poema de belleza reflexiva y, de momento, se instala en él. Respira, mira y aprehende para continuar. Adviértase lo anterior en todo el cuaderno, pero escúchese leyendo con especial atención “Hacia la cacería mayor de lo que dura…”, “Sobre las superficies pulidas copio al viento…”, por supuesto “Aquí voy, caminando entre codos estrechos…” e incluso “Cuando la noche cae, sin saber en qué blando…”, “La duración del verso conoce los pulmones…”, “Quisiera, en cada aurora, al partir hacia el polvo…”, “Apenas pasa un ala, casi un humo que fluye…”, pero la fuerza autorreferencial, programática e imaginativa de estos alejandrinos a veces suelen ser representados por un solo poema sin que se vislumbre el aviso o permiso previo. Es el caso de
Ya vi por dónde avanzan los restantes cantores:
contemplé sus hechuras y sus dioses ocultos.
Y cartografié el rumbo que los conduce al puerto.
Pero, qué voy a hacer? Yo tengo mis navíos.
Son muchas las estelas, las maneras de herir
las aguas con los remos: me contemplo las manos,
doy una vuelta mudo, trazo mi coyuntura
y echo adelante –solo– mis velámenes hondos!
José Luis Piquero, quien a su vez evoca a precedentes referencias que no me urge mencionar, escribe: “Un poema no tiene que ser. El poema somos nosotros o no es”.2 Montículo favorecido con el riesgo de más de una recaída, el conjunto de apuntes de agosto de 2004 de Manzano es suma, guion y, si se quiere, memoria que no desea encasillarse en el barullo de un yo habitual, rigurosamente identificable, porque si lo consideramos con la academia más atrevida e imparcial, entonces le damos la razón a Hans Rudolf Picard cuando, sobre un género tan impreciso, expone:
“Como producto lingüístico de una autoconciencia, el diario no es en absoluto un documento sobre la manera como un individuo se limita a constatar de un modo neutral cómo se encuentra en el mundo; todo lo contrario: en su calidad de confesión centrada sobre sí mismo, el diario es la imagen filtrada a través de un temperamento particular, el proyecto de una idea, más inconsciente que consciente, que el yo tiene de sí mismo”.3
Al diario, en cuanto lírico, no le conviene ni puede ser autobiografía al uso. La expresión poética ensancha el hecho, la emoción y el pensamiento específicos. No se extrañe que más de uno de estos poemas se ofrezca cual confidencia, como por ejemplo: “Si vieras mi heroísmo –porque es un heroísmo!– / frente a la cotidiana congoja de lo diario, / contra el olvido y miseria levantando la página, / esa gloria minúscula y delgada, ese ariete!”. Luego se pone mejor.
Si cabe ilustrarlo, concrétese el diario en datar la conmoción frente al hecho reciente o la remembranza que gana vigencia por aludida o mencionada. El presente del diario rebasa lo cronológico en favor de lo ontológico. Pero en Diario lírico, entre el entrando del primer poema y el volviendo del último, lo sucesivo está en entredicho por las expansiones de los gerundios (andando, sabiendo, creciendo, acumulando, dorando, escribiendo, escapando, echando, vibrando, cantando, cubriendo, cavilando, caminando, esculpiendo, tendiendo, sobrevalorando, mirando…). Conjugación del verbo que no señala lo transpersonal para el lícito identificarse con el nosotros –como se espera–, sino resalta el yo inserto en el mundo, penetrado por él, en una duradera acción.
En la valoración preliminar (“Y todo entrando junto, como un turbión azul…”), lo que llega y se alcanza a aquilatar, representa un entendimiento, si bien no total, de cuanto conforma al cuerpo y lo impulsa a salir, como después ocurrirá en “Así me capto cuando me miro, y me contemplo…», de donde vale señalarse un fragmento definitorio en que el sujeto lírico (se) constata:
Con qué poco cariño, qué lástima tan honda
me veo: dime, cómo te ha tocado vivir
de esa manera triste, doble mío, mi hermano?
Cómo fue que la vida te torció de ese modo
cuando saliste al sol con aquel bello brío
del despunte, en la inicial de tu sangre?
Es una salida con cautela, en efecto, ya que del mundo conviene tomar distancia para intentar apreciarse y apreciarlo mejor, que es como retornar a la soledad de fondo –no definitiva– pero sí influyente del poeta. En consecuencia, practica Manzano una suerte de autoexamen en “Y todo entrando junto,…”, así incluya a un principiante ante la vida o a uno con camino avanzado. Es un examen, sin duda, iniciático o de balance, respectivamente. Mientras que en “Voy volviendo, volviendo, pues sigo hacia delante…” parece cerrarse un ciclo, pues en honor a la manifestación de las imágenes, se asiste a la jornada del reencuentro, esa que contraviene fin del volumen.
Al llegar a este punto de Diario lírico, donde hay testimonios de desconcierto, utopía de esperanzas personales que son también colectivas, viaje emocionante y ejercicio catártico, le queda al lector dejarse llevar, que el propio Roberto Manzano lo convenza: “Tengo bien claro el sitio de donde partí un día: / Pero el porvenir llama con las voces del Hoy. / Oh espacios nuevos, tiempos que reúnen sus sombras. / Cumplo mi deber: ando hacia la Entraña misma!”. Ω
Notas
1 Hay quienes prefieren el término dietarista, el cual remite a libros en que los cronistas de Aragón seleccionaban registros para la historia, a partir de aquellos sucesos que les resultaban más notorios. Recientemente, Santos Sanz Villanueva en su recomendable ensayo “Ricardo Piglia, historiador de sí mismo”, llama dietarista al argentino a raíz de Los diarios de Emilio Renzi. Véase Cuadernos hispanoamericanos, No. 834, diciembre 2019, pp. 126-133.
2 José Luis Piquero: “Quinta del sordo”, en José Luis García Martín: La Generación del 99. Antología crítica de la joven poesía española, Ediciones Nobel, S. A., España, 1999, p. 267.
3 Hans Rudolf Picard: “El diario como género entre lo íntimo y lo público”, en 1616: Anuario de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, No. 4, 1981, p. 116.
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