El COVID-19, las costumbres y las nuevas conductas

Por José Antonio Michelena

Coronavirus-en-Cuba
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Abruptamente, el coronavirus está comenzando a cambiar nuestras costumbres, nuestro desenfado, la manera en que actuamos en la esfera pública; cómo nos comunicamos, intercambiamos, dialogamos, a nivel social, incluso hasta en espacios reducidos, en el círculo de los amigos.

Esta mañana, mientras caminaba hacia un mercado agropecuario, me topé con la cola de una tienda. Pregunté. Había llegado pollo y la gente estaba marcando. Yo también lo hice. Lo necesitaba. Bastante. Como también el centenar de personas que había delante de mí.

Pero una vez que supe lo que uno debe saber en una cola: quién está antes del que nos dio el último, qué rasgos identifican a las personas que están delante, así como la identidad de quien está detrás, comencé a sufrir un extraño proceso de extrañamiento, de lejanía social, como un autista.

Sucede que me aparté de la cola, me retiré hacia un espacio de sombra, y traté de mantener distancia de al menos un metro a mi alrededor. En el intervalo de diez minutos hice dos acciones de las que no me enorgullezco: un señor me comentó de otras tiendas donde también habían sacado pollo y yo no le respondí. Evité el diálogo, y hasta hurté el cuerpo.

Otra señora, la que me precedía en la fila, fue hasta donde yo estaba para advertirme, porque pensó que estaba desorientado. Le agradecí, pero me perturbé por su cercanía, por alguna gotica que pudiera saltar de su boca. Unos quince minutos más tarde, mientras la cola seguía creciendo en todas direcciones, abandoné mi puesto y me marché. ¿Qué pasaría cuando hubiera avanzado, estuviera ya por entrar, y me viera rodeado de una multitud, a la entrada de la tienda? Resultado: me quedé sin pollo.

He pensado mucho en esas acciones. ¿Me estaré dejando vencer por la paranoia?, ¿es esa la manera en que uno debe comportarse en estos momentos?, ¿cuántos en la ciudad estarán cambiando sus habituales costumbres sociales, sus conductas en la vía pública?

Estamos viviendo una situación inédita a nivel global. No estamos preparados para algo así. Nadie lo está. Pero los cubanos enfrentamos una realidad distinta. No voy a referirme a las carencias de medicamentos y el estado de muchos hospitales. La isla tiene una probada, experimentada estructura en su sistema de salud gratuito. Y muy buenos profesionales.

Me preocupa la falta de alimentos básicos en los mercados desde hace varios meses, así como las carencias en productos de aseo. Hace apenas unas semanas, antes de sonar las alarmas por el coronavirus, las colas en las tiendas eran el paisaje habitual de la ciudad, una situación que continúa, acrecentada. Y precisamente, una de las recomendaciones que se hacen, para protegernos del contagio del virus, es evitar las aglomeraciones.

¿Qué hacemos entonces los cubanos?, ¿cómo adquirimos los productos que necesitamos si no hacemos esas largas y angustiosas colas durante varias horas?, ¿cómo nos protegemos en medio de esas multitudes?, ¿qué conducta asumir entre tanta gente hablando y hasta tosiendo al lado tuyo?

Quienes estamos atentos a las redes sociales, hemos observado, entre muchas conductas personales, aquellos/aquellas, en otros países, que dicen estar en un retiro de lecturas y películas, en zona de confort, lejos del mundanal ruido del coronavirus.

Pero la gran mayoría de los cubanos no puede hacerlo. Tenemos que seguir luchando “el pan nuestro de cada día”, expuestos en la vía pública, abordando guaguas, haciendo colas en todas partes, “resolviendo”, gestionando.

Es el momento, la hora cero, para ayudarnos, para practicar la solidaridad de una manera real y no como un cliché propagandístico y folclórico. Una solidaridad que debe tener un rostro diverso y hacerse patente de muchas maneras.

Una solidaridad que puede potenciar el estado, ayudando a las personas más vulnerables para que no tengan que enfrentar el calvario de las colas. Hemos conocido que en otros países les están brindando facilidades de compra a los adultos mayores en horarios determinados.

Está claro que la solidaridad no es una flor silvestre que nace por arte de magia. Menos en situación de crisis. Es una planta que crece en medio del amor, la amistad, la fraternidad; que se cultiva desde la filantropía, la generosidad y el altruismo; que prospera en la calidez humana, en un clima de afectos; que es extraña al egoísmo, la ambición, la codicia, la usura, el interés.

Entre los sinónimos de la palabra solidaridad figura el término apoyo, que a su vez es un símil de protección. Es obligación de los gobiernos y los estados brindar protección a sus ciudadanos. En esta hora de la humanidad los errores en estrategias de salud y protección cuestan vidas humanas.

En esta encrucijada de la historia, los estados deben dejar a un lado las diferencias ideológicas, las críticas a los países con políticas incorrectas sobre la epidemia, y tomar ejemplo de los que lo están haciendo bien, de los que están tomando las medidas correctas para detener la propagación y proteger a su país, y, por extensión, al resto del orbe.

Ojalá que la pandemia del coronavirus permita a los países tomar distancia de las guerras de todo tipo, de las diferencias que nos alejan a unos de otros, para centrarnos en lo que nos puede acercar, por el bien de la humanidad.

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