Alocución III Domingo de Cuaresma

Por: Mons. Ramón Suárez Polcari, canciller de la Arquidiócesis de La Habana

Buenos días hermanos, les habla Mons. Ramón Suárez Polcari. Nuestro pastor, el cardenal Juan de la Caridad García, no puede estar hoy con ustedes y me ha encargado para que les dirija una reflexión sobre el domingo 7 de marzo, tercer domingo de Cuaresma. Siguiendo su buena costumbre, empiezo por agradecerles a todos los que hacen posible este encuentro radial dominical.

La liturgia de este domingo pone su acento en la primacía de Dios, en su relación con el pueblo elegido en la antigua alianza marcada por las diez palabras o mandamientos proclamados por Dios, para que todos sepan que Él es el único y que no hay otro; Él es su Dios que se une a Israel y lo hace su pueblo. Dios es celoso, no acepta que se comparta con los falsos dioses el amor que a Él se le debe. El texto propuesto es el Éxodo en el capítulo 20 versículos del 1 al 17.

La aceptación o el rechazo a estas palabras, corresponderán a las actitudes de fidelidad o de adulterio en las relaciones con Dios. La vida del pueblo Israel estará marcada por la experiencia que alcanzará su plenitud en Jesucristo, quién resumirá todas las leyes y preceptos en el mandamiento supremo del amor. Como nos enseña Jesús, debemos vivir a plenitud los mandamientos porque son una guía segura y siempre actual de nuestra relación con Dios y con nuestro prójimo,  empezando por la familia, siguiendo con la comunidad de hermanos con la Fe y llegando hasta aquellos que no nos quieren bien y que conocemos como enemigos.

(CANCIÓN)

El apóstol y evangelista Juan en el capítulo 2 versículos 13 al 22, cuyo texto evangélico se nos ofrece hoy, nos narra el episodio de la purificación del templo por Jesús. Estando ya cercana la gran fiesta de los judíos.

(EVANGELIO)

La vida de Jesús está marcada por el calendario de las fiestas del pueblo judío. Él las celebra con sus discípulos y les da su significado pleno en su propia persona como nos dice el apóstol Pablo refiriéndose al sacrificio de Cristo como nuestra pascua. Jesús se manifiesta como el Señor que reclama el recto cumplimiento de las escrituras, porque el celo de su casa le devora y proclama a la vez su divinidad porque él es el Señor de la vida. “Destruyan este templo y en tres días lo levantaré”. El Señor expulsa no solo a los mercaderes, sino también a los corderos y a los bueyes que se ofrecían en sacrificio. La narración de Juan llega aquí a su culmen, el cuerpo de Jesús resucitado es el nuevo templo de Dios. atrás quedará el antiguo tantas veces profanado por las infidelidades de Israel. Y Él es el único y verdadero cordero pascual por el cual se alcanza la salvación y el perdón de los pecados.

Jesús anuncia la destrucción del templo que señalará el comienzo de una nueva edad en la historia de la salvación. Llegará la hora en que a Dios se le dará culto en espíritu y verdad. Jesús es el templo definitivo.

Después de la resurrección de Cristo, los apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el tiempo. Pero san Pablo habla del templo de cristiano como templo del espíritu santo y donde viene a morar la Santísima Trinidad desde el día de nuestro bautismo. Con el tiempo se construirán iglesias grandes y pequeñas en todo el mundo y estos edificios sagrados son un lugar privilegiado del encuentro de los fieles con Dios, pero no el lugar exclusivo. La Iglesia está presente donde está un cristiano que vive de verdad su fe y las casas donde se ore en familias se convierten en Iglesias domésticas. El católico debe hacer de su cuerpo y de su hogar un lugar para Dios, procurando que su familia viva en el amor, el respeto y la preocupación de cada uno de sus miembros unos por otros.

El texto de la primera carta de San Pablo a los corintios en el capítulo 1 versículos del 22 al 25, viene a recordarnos quién es el centro de nuestra fe cristiana y a quién pertenecemos y a quién seguimos. El liderazgo en la Iglesia corresponde solo a Cristo y este crucificado. En el nuevo pueblo de Dios todos somos servidores y nadie es cristiano por preferencia a determinada persona. No seguimos a los hombres, seguimos a Cristo crucificado, escándalo para un mundo que solo cree en el poder de la eficacia de los planes, del dinero, de lo que resuelve… No se puede aceptar seguir a Cristo queriendo que su enseñanza y su estilo de vida pase por la lógica humana.

(CANTO)

Te invito a que hagamos juntos oración. Todos los que me escuchan, unámonos espiritualmente con Cristo y lo hacemos en silencio interior para pedirle a Dios que en estos días especiales de oración intensa y de conversión que nos da la Cuaresma podamos alcanzar de Él sus bendiciones.

R: Te lo pedimos Señor.

Perdona todas nuestras culpas y afiánzanos en la Fe, en la Esperanza y en la Caridad.

R: Te lo pedimos Señor.

Que a imitación de Cristo, tu hijo, hagamos todo el bien que podamos, preocupándonos por todo y rezando por los más necesitados.

R: Te lo pedimos Señor.

Pedimos por el Papa, por los obispos, por nuestro pastor, por los presbíteros y diáconos y por todos los que están consagrados para que seamos pastores entregados al servicio del pueblo.

R: Te lo pedimos Señor.

Pidamos por la sanación de los que están enfermos del cuerpo y del espíritu, muy especialmente por los pacientes con coronavirus y por aquellos que los atienden y sirven.

R: Te lo pedimos Señor.

Para que cada católico sea un templo vivo que anuncie el evangelio y acoja a todos sin excluir a nadie.

R: Te lo pedimos Señor.

Sé que quisieran recibir sacramentalmente a Cristo en su cuerpo y en su sangre eucarísticos, pero las circunstancias no lo permiten. Por eso ahora haremos una comunión espiritual, pero antes les invito a hacer una oración profunda, en silencio, a ese Cristo que contemplamos en su Santísimo Sacramento, en la custodia. Es una oración que todos vamos a hacer adorándolo a Él.

(CANTO)

O mi buen Jesús, creo firmemente que estás presente en el Santísimo Sacramento. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma, pero no pudiendo hacerlo sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón.

Señor Jesús, como si ya te hubiera recibido, te abrazo y me uno íntimamente a ti. Señor no permitas que, jamás, nada ni nadie me separe de ti.

(CANTO)

Por ser domingo, la Iglesia centra toda su atención en el mensaje de Cristo que hemos escuchado, pero no quisiera dejar pasar la celebración de mañana 8 de marzo. Celebraremos a un santo que se consagró a servir a su prójimo, principalmente a los enfermos con trastornos mentales y nerviosos. Les hablo de san Juan de Dios, un hombre que vivió su experiencia de discípulo de cristo en el siglo XVI. Nació en Portugal en 1495; después de una vida un tanto libertina, incluso sirvió un tiempo en el ejército, encontró al Señor a través de las prédicas de otro gran santo, el sacerdote español Juan de Ávila. Su conversión fue tan radical que lo tomaron por loco, encerrándolo en el hospital real de Granada. Gracias a la intervención de san Juan de Ávila pudo verse libre e iniciar su gran labor asistencial fundando hospitales. Y como siempre ocurre, su testimonio de vida atrajo a otros jóvenes para formar así, en torno a él, la orden de los hospitalarios. San Juan de Dios murió en Granada en el año 1550 y fue proclamado santo en 1690.

Los primeros hermanos llegan a La Habana en 1603, y se hacen cargo del único hospital existente en la villa, que trasladado a un nuevo lugar, dio nombre a la plaza de San Juan de Dios. Y termino esta nota, resaltando el hecho de que dos de los tres beatos cubanos fueron hermanos hospitalarios de San Juan de Dios. Me refiero a José Olallo Valdés y a Jaime Oscar Valdés, ambos nacidos en La Habana y criados en la casa cuna. El llamado padre Olallo vivió su ministerio ejemplar sirviendo al pueblo de Camagüey y Jaime Oscar, después de servir a muchos enfermos en España y en Colombia, dio el último y total testimonio de su consagración muriendo mártir en España.

Jesucristo nos dio a su Madre al pie de la Cruz, y siempre nos dirigimos a ella para pedirle que nos ayude y nos ampare. Lo hacemos ahora con esta antigua (quizás la más antigua) oración a la Virgen Madre:

Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios, no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro. ¡Oh Virgen gloriosa y bendita! Amén.

(CANTO)

Y para concluir nuestro encuentro dominical, les doy la bendición final.

El Señor esté con ustedes…

Y la bendición de Dios Todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y les acompañe siempre.

Amén.

A continuación ofrecemos íntegramente la alocución de Mons. Ramón Suárez Polcari, canciller de la Arquidiócesis de La Habana.

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