6 de junio de 2021
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
“Tomen, esto es mi cuerpo”.
“Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos”.
Lecturas
Primera Lectura
Lectura del Libro del Éxodo 24, 3-8
En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todas las palabras del Señor y todos sus decretos; y el pueblo contestó con voz unánime:
“Cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor”.
Moisés escribió todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes de los hijos de Israel ofrecer al Señor holocaustos e inmolar novillos como sacrificios de comunión. Tomó Moisés la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió:
“Haremos todo lo que ha dicho el Señor y le obedeceremos”.
Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo, diciendo:
“Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con ustedes, de acuerdo con todas estas palabras”.
Salmo
Sal. 115, 12-13. 15 y 16bc. 17-18
R/ Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre, Señor.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. R/
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava rompiste mis cadenas. R/
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos, en presencia de todo el pueblo. R/
Segunda Lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 9, 11-15
Hermanos:
Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su “tienda” es más grande y más perfecta: no hecha por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado.
No lleva sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna.
Si la sangre de machos cabríos y de toros, y la ceniza de una becerra, santifican con su aspersión a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, para que demos culto al Dios vivo!
Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.
Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 14, 12-16. 22-26
El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
“¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”.
Él envió a dos discípulos, diciéndoles:
“Vayan a la ciudad, les saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y, en la casa en que entre, díganle al dueño: ‘El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?’
Les enseñará una sala grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Prepárennosla allí”.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
“Tomen, esto es mi cuerpo”.
Después, tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron.
Y les dijo:
“Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad les digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios”.
Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.
Comentario
Esta solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi), que fue instituida por el Papa Urbano IV en 1264, nos retrotrae a lo que celebramos el Jueves Santo, esto es, la Última Cena de Jesús con sus discípulos, cuyo relato nos narra san Marcos en el evangelio de hoy. El mismo Papa Urbano encargó a santo Tomás de Aquino un oficio litúrgico completo, algunos de cuyos himnos y antífonas han pasado a la historia de la liturgia como la expresión teológica más alta de este misterio inefable de la Eucaristía, entre ellos el Pange lingua.
¿Qué hizo Jesús en la Última Cena? Quiso celebrar la Pascua judía con sus discípulos dándole un sentido nuevo y distinto. La Pascua, para los judíos, era el memorial de su liberación de la esclavitud de Egipto, su constitución como pueblo nuevo y distinto, como pueblo elegido por Dios con el cual establece la Alianza. El signo del pacto de la Alianza entre Dios y su pueblo se significaba con los sacrificios de animales, cuya sangre era derramada y asperjada como nos narra la primera lectura de hoy, tomada del Éxodo. En ella aparece Moisés, en figura sacerdotal, que manda sacrificar animales, para después derramar su sangre sobre el altar y rociar al pueblo con ella, como signo de la comunión con Dios, del pacto de la Alianza, que implicaba fidelidad por parte de Dios y obediencia por parte del pueblo.
En la Última Cena, Jesús realiza consigo mismo, de manera incruenta, el sacrificio de la nueva Alianza, que se explicitará cruentamente en el sacrificio de la Cruz con el derramamiento de su Sangre. La segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos, nos lo explica maravillosamente. Jesús es el Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Y, al mismo tiempo, es víctima sacrificada y altar del sacrificio. La sangre derramada es la suya propia, su cuerpo lacerado es el suyo propio. Por eso ya no hacen falta otros sacrificios anticipatorios o sustitutorios. Y se convierte así en el Mediador único de la nueva Alianza de Dios, no ya con un pueblo determinado, sino con toda la humanidad. En su humanidad, Cristo asumió el pecado de todos, también el de cada uno de nosotros, para que tuviéramos acceso a Dios, para que recibiéramos la promesa de la herencia eterna, para que fuéramos liberados y convertidos en pueblo nuevo, hijos de Dios por la comunión en el Espíritu de Cristo.
Así pues, esta fiesta de Corpus Christi nos invita a poner nuestros ojos y nuestro corazón de nuevo en Cristo Eucaristía. La Eucaristía es el sacramento que, cada vez que es celebrado, hace de nuevo presente la ofrenda de Cristo en obediencia al Padre, que es también ofrenda por nosotros y hacia nosotros. Es el sacramento a través del cual Jesús cumple la promesa que hizo a sus discípulos antes de subir al cielo: “Yo estaré con ustedes siempre”. Es el sacramento en el cual contemplamos el abajamiento mayor de Dios, el extremo de su kénosis, que no se conformó con hacerse carne como nosotros en las entrañas purísimas de María, sino que también se quedó para siempre en el pan y vino consagrados, que son su Cuerpo y su Sangre, Pan de Vida y Bebida de Salvación. De manera que su Cuerpo y Sangre comulgados nos unen íntimamente a Él, y entre nosotros, en la comunión en su Espíritu. Por eso la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, es el sacramento que hace la Iglesia, que genera la comunión en su Espíritu, fuente y culmen de la vida cristiana.
Contemplar este misterio de amor, dar gracias a Dios por este maravilloso intercambio, y reconocer ante Él nuestra pequeñez, nuestras miserias, nuestro olvido son tareas ineludibles en este día de Corpus Christi.
Pero hay dos detalles muy particulares de esta fiesta que no pueden pasar inadvertidos y queremos recordar. El primero es la tradicional procesión de Corpus Christi con sus paradas o estaciones y bendiciones correspondientes en casas, calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades, y que este año, por las circunstancias de la pandemia, no podremos celebrar como en circunstancias normales. Es el signo que nos ayuda a entender y ver a Cristo cercano a cada uno de nosotros, implicado en nuestros quehaceres, caminando por donde nosotros caminamos, bendiciendo lugares y espacios donde cada día convivimos, trabajamos, disfrutamos o también sufrimos. Es la procesión en la que no se llevan imágenes sino el sacramento de su presencia, el Santísimo Sacramento, Cristo mismo en su Cuerpo y Sangre sacramentados. Por ello, es la procesión más importante, la manifestación pública más explícita de nuestra fe, en la que con más respeto y devoción hemos de caminar y participar; es la procesión en la que el mismo Cristo, con todo su derecho, quiere mostrar su universalidad, su cercanía a todos sin distinción, su deseo de compartir todo lo que somos y tenemos.
El segundo detalle es que hoy celebramos el día de Caritas, el día del Amor fraterno, que se hace realidad a través del compartir con los más pobres, con toda la ayuda económica, asistencial y promocional que la institución eclesial de Caritas realiza a través de todos sus voluntarios y programas. Efectivamente, el sacrificio de Cristo por nosotros, su pan partido y su sangre derramada, nos impulsan a recordar y vivir mejor nuestro compromiso cristiano con los más pobres y necesitados. Como discípulos de Jesús, ante las necesidades extremas y sufrimientos atroces de muchos hermanos nuestros, sean o no cristianos, no podemos mirar para otro lado. Ciertamente no tenemos capacidad ni posibilidades de resolverle todos los problemas a todo el mundo; ni siquiera podemos a veces aminorar los nuestros. Pero nadie es tan pobre que no pueda compartir algo con quien tiene menos o sufre más. Quizás lo material, aunque necesario, sea en algunos casos lo menos importante. Compartir nuestro ser y existir, lo que somos y tenemos, en el día a día con quienes viven y conviven con nosotros, a través de signos y acciones concretas, nos asemeja más a Cristo Eucaristía, que siendo rico se hizo pobre por nosotros, que siendo de condición divina se despojó de su rango y tomó la condición humana, pasando por uno de tantos, hasta la muerte y muerte de Cruz.
Cada uno de nosotros, como cristianos, estamos llamados a ser también Corpus Christi, presencia viva de Cristo que se entrega, sacramento de su amor y sacrificio por cada ser humano que se nos acerque.
Caritas Christi urget nos… el amor de Cristo nos apremia.
Oración
- Oración de santa Teresa de Lisieux
Sagrario del Altar el nido de tus más tiernos y regalados amores. Amor me pides, Dios mío, y amor me das; tu amor es amor de cielo, y el mío, amor mezclado de tierra y cielo; el tuyo es infinito y purísimo; el mío, imperfecto y limitado.
Sea yo, Jesús mío, desde hoy, todo para Ti, como Tú los eres para mí. Que te ame yo siempre, como te amaron los Apóstoles; y mis labios besen tus benditos pies, como los besó la Magdalena convertida. Mira y escucha los extravíos de mi corazón arrepentido, como escuchaste a Zaqueo y a la Samaritana.
Déjame reclinar mi cabeza en tu sagrado pecho como a tu discípulo amado San Juan. Deseo vivir contigo, porque eres vida y amor.
Por solo tus amores, Jesús, mi bien amado, en Ti mi vida puse, mi gloria y porvenir. Y ya que para el mundo soy una flor marchita, no tengo más anhelo que, amándote, morir.
Amén.
- Oración de san Ambrosio
Señor mío Jesucristo, me acerco a tu altar lleno de temor por mis pecados, pero también lleno de confianza porque estoy seguro de tu misericordia.
Tengo conciencia de que mis pecados son muchos y de que no he sabido dominar mi corazón y mi lengua. Por eso, Señor de bondad y de poder, con mis miserias y temores me acerco a Ti. Fuente de misericordia y perdón, vengo a refugiarme en Ti que has dado la vida por salvarme, antes de que llegues como juez a pedirme cuentas.
Señor no me da vergüenza descubrirte a Ti mis llagas. Me dan miedo mis pecados, cuyo número y magnitud solo Tú conoces, pero confío en tu infinita misericordia.
Señor mío Jesucristo, Rey eterno, Dios y hombre verdadero, mírame con amor, pues quisiste hacerte hombre para morir por nosotros. Escúchame, pues espero en Ti. Ten compasión de mis pecados y miserias, Tú que eres fuente inagotable de amor.
Te adoro, Señor, porque viste tu vida en la cruz y te ofreciste en ella como redentor por todos los hombres y especialmente por mí.
Adoro Señor, la sangre preciosa que brotó de tus heridas y ha purificado al mundo de sus pecados. Mira Señor, a este pobre pecador, creado y redimido por Ti. Me arrepiento de mis pecados y propongo corregir sus consecuencias.
Purifícame de todas mis maldades para que pueda recibir menos indignamente tu sagrada comunión. Que tu cuerpo y tu sangre me ayuden Señor, a obtener de Ti el perdón de mis pecados y la satisfacción de mis culpas; me libren de mis malos pensamientos, renueven en mí los sentimientos santos, me impulsen a cumplir tu voluntad y me protejan en todo peligro de alma y cuerpo.
Amén.
- Oración de san Alfonso María de Ligorio
Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombres estás noche y día en este sacramento, lleno de piedad y de amor, esperando, llamando y recibiendo a cuantos vienen a visitarte: creo que estás presente en el sacramento del altar.
Te adoro desde el abismo de mi nada y te doy gracias por todas las mercedes que me has hecho, y especialmente por haberte dado Tú mismo en este sacramento, por haberme concedido por mi abogada a tu amadísima Madre y haberme llamado a visitarte en esta iglesia.
Adoro ahora a tu Santísimo corazón y deseo adorarlo por tres fines: el primero, en acción de gracias por este insigne beneficio. En segundo lugar, para resarcirte de todas las injurias que recibes de tus enemigos en este sacramento; y finalmente, deseando adorarte con esta visita en todos los lugares de la Tierra donde estás sacramentado con menos culto y abandono.
Amén.
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