Alocución, domingo 6 de junio, Corpus Christi

Por: S.E.R. cardenal Juan de la Caridad García

Corpus Christi
Corpus Christi

Valoramos los esfuerzos de todos los que hacen realidad esta emisión. Hoy, domingo 6 de junio, la Iglesia católica celebra la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo o según la expresión en latín, más conocida, Corpus Christi.

En todas las misas de este domingo se lee el evangelio de Marcos, capítulo 14, versículos 12 al 26.

(EVANGELIO)

El Concilio Vaticano II nos dice en la Constitución sobre la Sangrada Liturgia:

“Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura.

”Por tanto, la Iglesia procura con solícito cuidado que los fieles no asistan a este misterio de fe como espectadores mudos o extraños, sino que, comprendiéndolo bien, mediante ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos por la Palabra de Dios, reparen sus fuerzan en el banquete del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino también juntamente con él, y se perfeccionen día a día, por Cristo Mediador, en la unidad con Dios y entre sí, para que finalmente Dios sea todo en todos”.

(CANTO)

Muchos católicos al recibir la comunión, desde el siglo XVI, rezan la oración de san Ignacio de Loyola titulada Alma de Cristo. La rezamos y comentamos:

Alma de Cristo, santifícame y así pueda vivir plenamente feliz, ya que toda mi persona tiene tus mismos sentimientos, tus mismos pensamientos, tu misma voluntad, y entonces poder afirmar como San Pablo: Vivo yo, pero no yo, es Cristo quien vive en mí.

Cuerpo de Cristo, sálvame. Cuerpo de Cristo, crucificado para el perdón de mis pecados, sálvame del odio, venganza, envidia, desprecio de las personas mayores, de la separación del esposo o la esposa, del abandono de los hijos, del robo, y de todo tipo de maldad.

Sangre de Cristo, embriágame y empápame del amor a Dios Padre y a los hermanos, amigos o enemigos. La alianza entre Dios y su pueblo, que nos narra el libro del Éxodo, capítulo 24, es una alianza de sangre rociada sobre el altar y el pueblo. La sangre es signo de amistad extrema, ambas partes quedan unidas hasta la sangre, serán fieles hasta la sangre, se amarán hasta la sangre. La misma sangre de Cristo es bebida por nosotros y esta sangre es vida de Dios. El que participa de la comunión de la sangre de Cristo ha de vivir la vida de Dios.

Agua del costado de Cristo, lávame como lo hiciste ya en el Bautismo cuando renuncié al mal y prometí proclamar la fe públicamente y ahora al recibirte en la Comunión renueva esa limpieza de todo lo malo que se me pueda pegar en el camino de la vida y pueda estar revestido de una brillante blancura espiritual.

Pasión de Cristo, confórtame en medio de la enfermedad, de los fracasos, de la traición, de lo que quise para mi familia y no ha sido, de las críticas falsas y de las críticas ciertas para enmendarme.

¡Oh buen Jesús, óyeme cuando te pido ser mejor, que mi familia sea mejor, que mi pueblo sea mejor y que  yo sepa oírte a ti cuando en la comunión me hablas!

Dentro de tus llagas escóndeme cuando los sueños y proyectos hermosos no se han realizado y me siento paralizado y dentro de tus llagas yo sane las mías y continúe hacia adelante.

No permitas que me aparte de ti porque sé que sin ti nada y contigo todo. Sé que tú eres el camino por el cual nunca  nadie se ha perdido. ¿Qué sería yo sin ti?

Del maligno enemigo defiéndeme porque caer en la basura del mal me llevará a mayores sufrimientos y dolores. No me dejes caer en la tentación y líbrame del mal.

En la hora de mi muerte llámame ir a ti, para que con tus santos te alabe por los siglos de los siglos y así pueda estar también con mis difuntos cuyos nombres te presento con el amor agradecido que ellos me brindaron y enseñaron. Amén.

Así lo creo, así lo acepto, así lo vivo, así lo afirmo.

(CANTO)

Jesús comió muchas veces con la Virgen y san José, con los apóstoles, antes de la crucifixión y después de la resurrección, con el matrimonio de Caná, con Lázaro, Marta y María, con la suegra de Pedro, con el fariseo, con cinco mil personas sin contar mujeres ni niños y con cuatro mil en otra ocasión. Comió con las mujeres que lo acompañaban anunciando el evangelio, con la familia de Jairo, con setenta y dos discípulos y en una comida, llamada pascual, instituyó la Eucaristía y nos dejó su Cuerpo y Sangre como alimento espiritual de nuestras vidas y nos mandó repetir sus palabras y gestos para actualizar y hacer presente el perdón de los pecados hecho realidad en la cruz. Trata de contemplar cómo Jesús almorzaba y comía según nos narran los evangelios y haz lo mismo en tu casa.

Todos sentados en la mesa, esposo, esposa, hijos, yernos, nueras, nietos, conversando sobre las cosas buenas vividas, aconsejándonos mutuamente ante lo que salió mal, ante el sufrimiento y el dolor, presentando a todos los presentes los proyectos e ilusiones.

(CANTO)

Sería bueno leer un texto de la Biblia o el Nuevo Testamento y comentarlo. Jesús antes de las comidas, bendecía los alimentos y al final daba gracias a Dios. Si lo haces así una gran felicidad se hará presente y se multiplicará el amor y la concordia familiar en la casa. Cuando puedas envíanos una fotos de tus almuerzos familiares.

(CANTO)

El viernes 11 de junio celebramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Delante del cuadro del Corazón de Jesús o con una estampa en la mano, rezamos con la Iglesia universal.

“Oh corazón de Jesús, Dios y hombre verdadero, refugio de los pecadores y esperanza de los que en ti confían. Tú nos dices amablemente vengan a mí y nos repites las palabras que dijiste al paralítico: “Confía, hijo mío, tus pecados te son perdonados”; y a la mujer enferma: “Confía, hija mía, tu fe te ha salvado”; y a los apóstoles: “Confíen, soy yo, no teman”. Animado con estas palabras tuyas acudo a ti con el corazón lleno de confianza para decirte sinceramente y desde los más íntimo de mi corazón:

“Corazón de Jesús en ti confío”.

En mis alegrías y tristezas…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

En mis tareas y responsabilidades…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

En mis prosperidades y adversidades…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

En las necesidades de mi familia…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

En las tentaciones del demonio y de mis propias pasiones…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

En las persecuciones de mis enemigos…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

En las murmuraciones y calumnias…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

En las enfermedades y dolores…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

En mis defectos y pecados…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

En la santificación y salvación de mi alma…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

Siempre y en toda ocasión…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

En la vida y en la muerte…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

En el tiempo y en la eternidad…

“Corazón de Jesús en ti confío”.

El Papa Francisco nos recuerda el amor del Corazón de Jesús cuando nos dice:

“De este rápido recorrido por el evangelio deducimos que Jesús no sólo quiere que recemos como el reza, sino que nos asegura que, aunque nuestro tentativos de oración sean completamente vanos e ineficaces, siempre podemos contar con su oración. Debemos ser conscientes, Jesús reza por mí. Una vez un buen obispo me contó, que en un momento muy malo de su vida y de una gran prueba, un momento de oscuridad, miró a lo alto de la basílica y vio escrita esta frase “Yo Pedro rezaré por ti”, y eso le dio fuerza y consuelo. Y esto sucede cada vez que cada uno de nosotros sabe que Jesús reza por él. Jesús reza por nosotros. Ahora mismo, en este momento, hagan este ejercicio de memoria repitiendo: ‘Cuando hay alguna dificultad, cuando estén en la órbita de las distracciones, Jesús está rezando por mí”. Pero padre, ¿eso es verdad? ¡Es verdad!; lo dijo él mismo. No olvidemos que lo que nos sostiene a cada uno de nosotros en la vida es la oración de Jesús. Por cada uno de nosotros, con nombre, apellido ante el Padre, enseñándole las heridas que son el precio de nuestra salvación. Aunque nuestras oraciones fueran solamente balbuceos, si se vieran comprometidas por una fe vacilante, nunca dejemos de confiar en esto. “Yo no sé rezar, pero el reza por mí”. Sostenidas por la oración de Jesús, nuestras tímidas oraciones se apoyan en alas de águilas y suben al cielo. No se olviden, Jesús está rezando por mí. ¿Ahora? Ahora. En el momento de la prueba, en el momento del pecado, incluso en ese momento, Jesús está rezando por mí con tanto amor.

Dentro del corazón de Jesús colocamos a toda nuestra familia y rezamos a Dios padre:

(ORACIÓN DEL PADRENUESTRO)

 

En las manos de la Virgen de la Caridad colocamos a todos nuestros enfermos y rezamos a la virgen por ellos:

Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

(CANTO)

Y la bendición de Dios Padre, que nos creó para constituir una bella familia unida por el amor, la bendición de Jesucristo, el camino de nuestra felicidad, la bendición del Espíritu Santo, que puede lograr realidades insospechadas para los que amamos, y la compañía de la Virgen los proteja siempre. Amén.

(CANTO)

A continuación ofrecemos íntegramente la alocución del Arzobispo de La Habana, cardenal Juan de la Caridad García.

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