Interacción entre religión y filosofía: una mirada al tema desde la patrística

Por: Belkis García Hernández

“Pero sería un error creer que el cristianismo es una filosofía; es una religión, cosa muy distinta: ni siquiera puede hablarse en rigor de filosofía cristiana, si el adjetivo cristiano ha de definir un carácter de la filosofía; únicamente podemos llamar filosofía cristiana a la filosofía de los cristianos en cuanto tales, es decir la que está determinada por la situación cristiana de que el filósofo parte”.1

 

El cristianismo se ha considerado una de las tres grandes religiones monoteístas del mundo, sus orígenes estuvieron muy mezclados con antiguas tradiciones hebreas. Para realizar una correcta comprensión de esta religión tenemos que enmarcarla en el tiempo y geográficamente. La tierra que hoy lleva por nombre Palestina fue el escenario del nuevo despertar de la fe en el Dios del gran patriarca Abraham,2 más conocido como el padre de la fe. Desde la periferia del Imperio Romano irrumpió la fe cristiana, nacida en el seno del judaísmo y anunciada por un carpintero oriundo de Nazaret. Jesús, el hijo de José y María. El cristianismo, desde sus comienzos, ha sido una religión intelectualmente inclusiva, de los doctos e indoctos en donde estos últimos, de hecho, llegaron a ser genios de las más sofisticadas apologéticas filosóficas de la patrística.

En su momento, el cristianismo respondió -y de forma categórica-, a muchos de los planteamientos que habían elaborado los filósofos anteriores. Los griegos, por ejemplo, siempre permanecieron abiertos al pensamiento religioso: Empédocles fue sacerdote, Platón discurrió sobre la piedad, Aristóteles escribió sobre la oración. Sin embargo, no existe en ellos un pensamiento teológico definido, sus premisas eran filosóficas. Recordemos que el vocablo teología nos ha llegado a nuestra lengua de la unión de dos palabras griegas, θεός (theos) y λόγiα (logia), Dios y mensaje o palabra. Podemos definir que la teología es un mensaje sobre Dios, cuyas premisas fundamentales serían el factor subjetivo, o sea, las ideas que parten de la Revelación, la tradición cristiana y, por último, no menos importante, la experiencia histórico-social, vivida por las comunidades cristianas a lo largo de la historia. Es por ello que teología, en primer lugar, no puede ser una filosofía, pues no encuentra fundamentos ella; el centro de su reflexión es Dios y sus múltiples intervenciones en la historia del pueblo hebreo, de la cual Jesús de Nazaret viene a ser advenimiento y cumplimiento de las Escrituras antiguas. Por lo demás, Dios era para los cristianos mucho más que una idea: era el Ser Supremo, espiritual y eterno, causa y origen de todas las cosas. Este ser no menospreciaba a la materia, porque era su Creador; y no vaciló en tomar forma humana, entrando en relación con el hombre. El Logos, sentido y fin del universo, no era una simple abstracción, se concretó en la persona de Jesucristo, Dios manifestado en carne.

Pero, ¿qué podemos decir de la ética cristiana? Jamás fue el fruto de la especulación sobre la virtud, su fundamento fueron los mandamientos dictados por Dios, recogidos en las tradiciones hebreas y que constituían la base sobre la cual se desarrollaría la existencia del hombre. En cambio, el fatalismo griego negaba la providencia de Dios. Aun así, debemos reconocer que en la mentalidad cristiana Dios es el infinito del que tanto especularon los filósofos antiguos. Por lo tanto, podemos decir que la filosofía griega llegó a ser un instrumento para la defensa y el apoyo del cristianismo. Cuando hombres formados por la cultura griega engrosaron las filas del cristianismo, muchos filósofos privilegiaron la fe cristiana usando la especulación.

Otro fenómeno nuevo aparece para cuestionar el fundamento del cristianismo: la naturaleza de Jesucristo. He aquí el gran enfrentamiento y el peligro latente de la influencia recíproca entre teología y filosofía. Los gnósticos fueron un potencial peligro para el dogma cristológico, su producción literaria llegó a ser tan basta que no han dejado de inspirar a más de una producción cinematográfica.3 Los gnósticos quisieron entender el cristianismo desde sus perspectivas filosóficas. Ya lo dijo Nicolás Abbagnano: “fue la primera investigación filosófica del cristianísimo”,4 resultó ser una mezcla de elementos míticos, cristianos, neoplatónicos y orientales.

La denominada gnosis, según estos herejes de encumbrados misterios, tenía algunos puntos de contacto con las posiciones teológicas de los Padres de la Iglesia, para quienes la filosofía no representaba una amenaza a sus convicciones cristianas. Todo lo contrario, fue el sable que les proporcionó los golpes más certeros a la herejía. Ireneo de Lyon asegura: “la verdadera gnosis es la que nos han trasmitido los apóstoles de la Iglesia, cualquier otra gnosis, es falsa, porque la verdadera es alcanzable por la mente humana”. En cuanto a Dios: no podemos decir que puede ser pensado por la mente finita humana. Él es el entendimiento; pero no es semejante a nuestro entendimiento”. Ireneo de Lyon, considerado unos de los pioneros de la apologética, alude a la revelación para llegar al conocimiento de la Divinidad.

A través de la historia del pensamiento cristiano también encontramos la dicotomía entre teología y filosofía, en función del posible acceso a las profundidades de la fe. Ciertamente, es posible defender con términos filosóficos ciertas verdades de la religión cristiana, pero jamás se podrá descifrar en el lenguaje de los hombres los misterios divinos, porque fe no es razón, religión no puede suscribirse al mero ejercicio de la retórica; en el último de los casos, es virtud de cualquier hombre o mujer que crea con el corazón en Cristo, no importa si es intelectual o analfabeto, aquí lo que cuenta no es el conocimiento, sino la disposición.

Pero, ¿cómo se pudo defender el cristianismo frente al poderoso influjo crítico de la filosofía antigua? Por solo citar un ejemplo, los neoplatónicos con su ilusoria forma de identificar la fe cristiana, no titubearon en plantear que el cristianismo era una forma vulgar de filosofía, identificaban a la filosofía con la fe y destacaban la superioridad del pensamiento filosófico sobre el religioso. Hubo que formular una serie de presupuestos teóricos y metodológicos que marcaran la diferencia entre fe cristiana y filosofía. Muchos creyentes consideraban que la filosofía era incompatible con la fe. En otras palabras, cuando nace el filósofo, muere el hombre de fe. Tertuliano de Cartago realiza la siguiente afirmación: “¿qué tiene de semejante el filósofo y el cristiano, discípulo el uno de Grecia y el otro del Cielo, negociador de la fama uno y de la vida el otro, operario de la palabra el uno y de los hechos el otro, edificador el uno y destructor el otro, falsificador de la verdad el uno y recuperador de esta, el que hurta verdad y el que la guarda”.5

No todos estos maestros de la fe se mostraron radicales, ya que otros fueron la medida y el puente entre estos hermosos saberes que son la filosofía y la teología. Ilustrados cristianos herederos de las tradiciones apostólicas hicieron uso de la filosofía en el arte de la apologética, marcando una etapa importante en la historia del pensamiento occidental. Para los cristianos ilustrados, existían dos líneas paralelas entre la fe y la filosofía, a pesar de que la primera representa lo imperecedero y la otra lo temporal, podían coexistir en armonía en cualquier discurso apologético de los primeros siglos del cristianismo. Esta posición se ha conocido como la ininfluencia. Se podría afirmar que el intento conciliador entre ambas disciplinas dio origen a la filosofía cristiana, haciendo uso de términos como αργή (argé) y λόγος (logos), principio y palabra, por medio de los cuales se expuso el misterio de la Divinidad. Fue un intento de explicar el dogma cristológico en términos entendibles para la época.

Justino, conocido como el Mártir, formado en las escuelas griegas, utilizó el pensamiento griego para exponer las doctrinas cristianas y su postura contrasta con la de Tertuliano de Cartago, un hombre con una sólida formación jurista. Ambos abrieron el ciclo de la Apología. No menos importante fue la contribución de Clemente de Alejandría, quien polemizó con los gnósticos, pero como elemento en común encontraremos que tanto uno como los otros, razonaban partiendo de la fe y creían a priori en la existencia del Dios personal de la Biblia.

Algunos estudiosos han planteado que el sistema del filósofo platónico ha marcado la filosofía occidental, y si en alguien se puede demostrar es en san Agustín, quien ve la fe como la condición para la investigación. Hay que investigar porque la fe se encuentra al final de la investigación. La propia investigación se aproxima a la verdad y se consolida en el hombre que triunfó sobre la duda. Esta verdad es totalmente evangélica y está en armonía con la revelación del Evangelio en tanto es:Camino, Verdad y Vida”.6 Por tanto, buscarla es encontrar el camino verdadero, la vida y toda verdad. No solo la mente necesita el conocimiento de la verdad, sino el hombre entero. Pero, en materia de verdad, concluye que es Dios, el principio fundamental de su teología. ¿Cómo establece la distinción entre teología y filosofía este grande del pensamiento de todos los tiempos? La verdad es que Dios se ha revelado al hombre y le ha iluminado la razón humana con su luz y dota de juicio. Este Logos o Verbo de Dios se ha revelado al hombre, pero el hombre debe sumergirse en la búsqueda de lo divino, solo así podrá encontrarlo. El tema de su investigación, más que filosófica, es un tratado teológico donde el centro es el alma y Dios. El esfuerzo filosófico queda truncado, pues se viste de humildad religiosa. Se apasiona una y otra vez con la mística que engendra la propia fe. He aquí que nos volvemos a encontrar con nuestro planteamiento anterior: la filosofía no puede hallar en el pensamiento de Agustín de Hipona una esencia firme que la valide como esencia o premisa para la fe. Al aclarar Agustín que el hombre es imagen y creación divina, afirma que su punto de partida no es otro que la Revelación de las Escrituras.

 

No debemos descartar que la filosofía en san Agustín es muy fecunda y que su magna obra fue La ciudad de Dios, donde encontramos signos de la filosofía platónica. La constante dualidad presente en la vida del hombre individual está dominada por una alternativa fundamental: “vivir según la carne, o vivir según el espíritu. La misma alternativa domina la historia de la Humanidad”.7 La lucha constante entre dos mundos: uno espiritual y otro terrenal.

Platón es el punto de partida del pensamiento de san Agustín, quien consideró que en este filósofo había mucha información que tenía interesantes puntos de contacto con la fe cristiana, pero no dejó de reconocer que su condición de griego y de vivir en una sociedad politeísta, lo había limitado. Con todo, lo bueno de él ha de ser aprovechado. Al encontrar, finalmente, las coincidencias entre la doctrina platónica y la cristiana, Agustín examina la primera y la completa con las verdades del Evangelio. En esa misma dirección se encuentran los escritos de Plotino. Este filósofo, al mostrar la doctrina del Verbo, presenta sus limitaciones teológicas, pero con todo, converge con la enseñanza de los escritos del apóstol san Juan. En los escritos joánicos se afirma que Dios se hizo carne.

Según opina san Agustín, todos los filósofos griegos de la antigüedad han vislumbrado, desde una visión oscura, el fin del hombre, su patria celestial. Las limitaciones de estos filósofos radicaban en que no lograron conducir a los hombres hacia el camino de la salvación, o sea hacia un encuentro con su Creador. Desde la perspectiva de la patrística podemos arribar a varios criterios sobre la compleja relación entre ambas disciplinas. Algunos me dirán que el cristianismo no es más que un conjunto de normas éticas, enseñadas por su fundador, Jesucristo, y hasta pudiera ser cierto. Pero si yo defino religión, encontraré que más allá de cumplir preceptos, la fe cristiana en su praxis cotidiana incluye la realización de rituales, todos considerados praxis de fe. La eucaristía es uno de ellos, sacramento que se percibe como el acto de participar del cuerpo y la sangre de Cristo. Inusitado misterio para explicar la fe cristiana. No debe quedar la menor duda que explicar en términos de fe la esencia de la religión cristiana resulta muy difícil, sobre todo frente a la mística que engendra el misterio de la muerte y la resurrección de Cristo.

A modo de conclusión, podemos afirmar que, tanto la filosofía de los antiguos griegos como la teología sistematizada por los primeros pensadores de la Iglesia cristiana, tenían varios puntos de convergencia. A saber: coincidían en la existencia de un ser Divino e Infinito y del cual proceden todas las cosas. Dios se ha revelado por medio del Logos, fuente del conocimiento. La dualidad constante entre la naturaleza del ser humano, carne y espíritu, están muy presentes en los escritos paulinos del Nuevo Testamento.

Considerando que la idea de un Dios único, Trascendente está presente, tanto en la filosofía de los antiguos griegos como en la teología, se hace necesario aclarar lo siguiente: para los griegos ese Demiurgo del cual han emanado todas las cosas no tiene una relación personal con el ser creado. Para los teólogos cristianos, Dios Creador ha venido a tener una relación personal con los seres humanos por medio de Jesucristo (Logo encarnado). La dualidad del ser humano formado por carne y espíritu, presenta similitudes y divergencias, porque ambas visiones antropológicas son muy parecidas, pero en su apología se diferencian. El hecho de que los griegos vieron en la materia el origen de todo lo malo y pecaminoso, convirtiéndose el cuerpo en la cárcel del espíritu, lo aleja de tener cierta armonía con la visión que presenta el cristianismo sobre el cuerpo como templo del Espíritu de Dios.

Podemos concluir diciendo que no alcanzarían las palabras ni los argumentos filosóficos para explicar un misterio tan grande como el de la fe en la Resurrección de Cristo, esencia del cristianismo. Todo ello constituye un dogma que en sus orígenes suscitó las más disímiles reacciones, sobre todo en el propio seno del judaísmo donde emergió como una nueva lectura de los escritos antiguos.

La tarea del cristianismo fue adquiriendo tenacidad y urgencia de reinterpretación frente al reto de establecer dos distinciones que marcarían el futuro de la nueva fe, ni es judaísmo, ni es filosofía, sencillamente: cristianismo. Todo ello, muy a pesar de que los judíos del siglo i la entendieron como una secta herética dentro del judaísmo. Todavía hoy continúa siendo vista como un fenómeno complejo que entraña desconfianza, en ocasiones estigmatizada como un sistema de pensamiento retrogrado, pero lleno de muchos enigmas e interrogantes por resolver. Ω

 

 

Notas

[1] Salvador Dellutri: La aventura del pensamiento, Editorial Unilit, Miami, 2002, p. 93.

2 Primero de los tres patriarcas del judaísmo. Su historia es contada en todos los textos sagrados de las religiones abrahámicas y desempeña un importante papel como ejemplo de fe en el judaísmo.

3 Películas como La última tentación de Cristo, El código Da Vinchi, esta última basada en un evangelio gnóstico del siglo ii d. C.

4 Nicolás Abbagnano: Historia de la Filosofía, Editorial Félix Varela, La Habana, 2004, t. I, p. 245.

5 Salvador Dellutri: La aventura del pensamiento, Editorial Unilit, Miami, 2002, p. 89.

6 Evangelios según San Juan, capítulo 16, versículo 6. Biblia de las Américas.

7 Este fragmento es tomado de Nicolás Abbagnano: Historia de la filosofía, t. I, Editorial Félix Varela, La Habana, 2004, p. 245.

 

 

Bibliografía

Abbagnano, Nicolás: Historia de la Filosofía, t. I, Editorial Félix Varela, La Habana, 2004.

Aland, Kart, Mathhew Black: The Greek New Testament, Barcelona, 2001.

De la Vega, Martha: “De Platón a Nietzsche: por una nueva dirección del pensar”, en revista Yachay, No. 1016-8257, Cochabamba, 2009.

Dellutri, Salvador: La aventura del pensamiento, Editorial Unilit, Miami, 2002.

Marías, Julián: Historia de la Filosofía, Revista de Occidente, Madrid, 1974.

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