La relación de amor de Dios con nosotros está basada en la relación filial que tiene Dios con su Hijo. En el plan del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, estaba ya previsto que los hombres formaran una sola familia donde todos, reconociendo al único Dios como un Padre, vivan como auténticos hermanos. Por tanto, es necesario entender a la Iglesia como la gran familia de los hijos de Dios.
Dentro de esta gran familia, Dios ha escogido a algunos para que le ayuden a guiar a sus hijos en ese camino de santidad que él nos propone. La Iglesia necesita de buenos pastores que ayuden, comprendan y guíen al pueblo santo de Dios, pero, sobre todo, que sean parte de ese pueblo de Dios, que sientan, sufran y lloren con el pueblo, y desde ahí le fortalezcan en la esperanza, le sostengan en la fe, sean la voz de los que no son escuchados y, lo más importante, sean reflejo de la misericordia de Dios.
Nuestro mundo, desde hace tiempo, anda dando tumbos sin sentido, en esta era de transiciones aceleradas, la confusión reina en muchos aspectos de la vida, y se necesita de mucha coherencia para poder ser signo y portador del amor de Dios a todos. El mundo adolece de amor, y lo más triste es que cada vez se hunde más y más, hemos confundido libertad con libertinaje, hemos confundido el fanatismo con la religión y, lo que es peor, hemos dejado de un lado la responsabilidad dando paso al falso pensamiento de que “ya alguien lo hará” bajo la excusa de que “yo no voy a cambiar al mundo”.
Si es cierto que la vida terrena es una sola, es más cierto aún que necesitamos vivirla a plenitud y vivirla bien, no se concibe un cristiano, un seguidor de Jesucristo que pierda la esperanza, que no aporte ese grano de arena necesario para poder generar un cambio positivo sobre todo aquello que pueda hacer más feliz nuestro paso en esta tierra, y eso solo lo podremos lograr si, verdaderamente, nos atrevemos a vivir la propuesta del evangelio.
El evangelio nos habla de la figura del buen Pastor, aquel que lleva a su rebaño a pastar, y que lleva muy bien la cuenta de sus ovejas y cuando le falta una, deja las otras para rescatar a la que está perdida, la que esta extraviada, y no ceja en su afán hasta recuperarla.
Jesucristo fue el buen pastor, que dio incluso su vida por las ovejas, la entrega libremente, aunque pueda aparentar que le fue arrebatada. Jesús cumple la voluntad del Padre, anuncia su reino y prepara el camino para la salvación y redención del hombre.
Como buen pastor, guía a sus discípulos preparándolos para lo que viene, que, si bien no sería fácil, pronto se convertirá para algunos en palma de martirio, sin renunciar a la principal misión de glorificar al Padre con su palabra y acción. Así, el Papa Francisco nos recuerda:
“El pastor, según Jesús, tiene el corazón libre para dejar sus cosas, no vive haciendo cuentas de lo que tiene y de las horas de servicio: no es un contable del espíritu, sino un buen Samaritano en busca de quien tiene necesidad. Es un pastor, no un inspector de la grey, y se dedica a la misión no al cincuenta o sesenta por ciento, sino con todo su ser. Al ir en busca, encuentra, y encuentra porque arriesga; no se queda parado después de las desilusiones ni se rinde ante las dificultades; en efecto, es obstinado en el bien, ungido por la divina obstinación de que nadie se extravíe. Por eso, no solo tiene la puerta abierta, sino que sale en busca de quien no quiere entrar por ella. Como todo buen cristiano, y como ejemplo para cada cristiano, siempre está en salida de sí mismo. El epicentro de su corazón está fuera de él: no es atraído por su yo, sino por el tú de Dios y por el nosotros de los hombres”.1
Otro elemento fundamental que conforma al buen Pastor es su sentido de responsabilidad; una responsabilidad bien entendida que abarca todos los aspectos de la vida, una responsabilidad que no excluye, todas sus “ovejas” son importantes, no hace distinciones, no juzga su pensamiento, y aun cuando respeta sobremanera su libertad, les ayuda y colabora a tener gran sentido de lo que es justo, respetable y, en esencia, aquello que hace honorable y digna su vida. Por eso, el Pastor guía por el sendero del bien, alza la voz para señalar el peligro, se enfrenta sin miedo a todo aquello y a todo aquel que amenace la estabilidad y el bien común de su rebaño y es capaz de defender a los suyos incluso al punto de dar la vida si justa es la causa.
Para lograr esto, el Pastor no puede, bajo ningún concepto, vivir ajeno a la realidad, puesto que esta también le afecta como persona y, sobre todo, le “ayuda a ayudar”, le pone en calidad de poder transmitir el evangelio de una forma coherente y práctica, que contribuya a la construcción del Reino de Dios y, en especial, a la salvación de las almas. Es preciso mirar con los ojos de Dios, escuchar con los oídos de Dios, abrazar con los brazos de Dios, para poder ver a Dios en todos.
Necesitamos pastores santos que se quieran aventurar en la locura de seguir a Jesucristo, pastores enraizados con su pueblo y con su gente, pastores que se sientan identificados con su realidad y que hagan testimonio y acción las palabras del evangelio, y esos pastores han de salir de entre nosotros, de nuestras familias, de nuestras escuelas. No hay que tener miedo, Dios da la fortaleza y la entereza necesaria para continuar en su camino, por lo tanto, necesitamos orar con más fuerza a Dios, necesitamos colaborar con la formación de esos pastores, para que luego nos guíen por este difícil camino del amor a Dios y al prójimo.
La vida ha de ser renovada cada día con el toque del amor, es preciso dejar que la felicidad toque nuestra puerta y dejarla entrar, pero también necesitamos testificar a todos los que no conocen a Dios de esa gracia que recibimos. El amor es el motor que ha de mover toda nuestra vida, nuestra acción, y solo desde el amor seremos capaces de vivir con Cristo y en Cristo.
Dios siempre puede más, mucho más de lo que somos capaces de imaginar, solo basta que te atrevas a ponerte en sus manos, que te atrevas a dejarte inundar de su Espíritu Santo, y obrará en ti y por ti maravillas. Ω
Nota
[1] Homilía del papa Francisco durante la misa del viernes 3 de junio 2021, en la Plaza de San Pedro, en ocasión del Jubileo de los sacerdotes y seminaristas.
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