La doctora Mildred de la Torre Molina es una de esas personas sabias, capaces de conducirnos, sin esfuerzo, a través de ideas muy complejas y a la vez explicarlas con suma claridad. Entre otras responsabilidades, es profesora del Instituto Superior de Relaciones Internacionales, integra el Consejo Científico del Instituto de Historia de Cuba y es miembro del Tribunal Nacional de Grado Científico. Por su labor ha recibido el Premio Nacional de Historia. Súmese a esos méritos académicos el don de la palabra. Desde cada una de sus respuestas aflora inevitable y se prodiga la maestra. Enseñar, guiar, mostrar opciones, analizar el entorno, son actos naturales, ya incorporados, y que viajan encima, o más bien dentro, de cada una de sus ideas.
La educación, como raíz que se extiende y toca diversas regiones y estratos de funcionamiento de la sociedad, fue el centro principal de nuestro diálogo. Pero otras valoraciones, diagnósticos y hasta soluciones emergieron a lo largo de una provechosa conversación, en la que preferimos muchas veces soslayar las preguntas y simplemente dejar fluir la voz y las ideas de nuestra entrevistada.
Tradición pedagógica cubana
En nuestro país hay una tradición pedagógica fuerte, reconocida internacionalmente. Hemos tenido grandes pensadores, José Agustín Caballero, José de la Luz y Caballero, Félix Varela, José Antonio Saco, José Martí, Enrique José Varona… En la República también tuvimos toda una lista de pensadores, de buenos pensadores. Ahora bien, esa tradición no está suficientemente concientizada en el magisterio actual. Como cultura, no está incorporada.
El principio elemental de José de la Luz y Caballero enuncia que un educando requiere un tratamiento según sus características y condiciones. Existen métodos y normas, estamos de acuerdo. De hecho, la didáctica es una ciencia auxiliar de la pedagogía. Hay metodologías y objetivos específicos que se van desarrollando a lo largo del devenir, pero hay también una cultura, de carácter pedagógico, que va alimentando al maestro según los tiempos. Eso es algo que se debe cimentar de forma progresiva. Entonces, uno de los problemas que existen es la ausencia de una sólida cultura pedagógica. Los derivados de la improvisación, de la emergencia, la transitoriedad de algunas de las soluciones con que se han enfrentado los problemas de la vida actual, nos han llevado a abandonar el estudio de esa tradición.
Históricamente, es comprobable la existencia de diversas instituciones de la educación en Cuba. Está la Escuela de Pedagogía en la Universidad de La Habana. Está la antigua Escuela Normal de Maestros, cuya disolución en lo personal nunca entendí y cuyas referencias siempre fueron excelentes. Luego viene la creación de los institutos pedagógicos. Esas eran fortalezas. Sin embargo, la Escuela Normal de Maestros y hasta la propia Escuela de Pedagogía en la Universidad, siempre fueron vistas como una escuela menor, como una facultad menor. En décadas más cercanas sucedió que decidías ser maestro y entrabas al magisterio porque no alcanzabas otra carrera. En el Pedagógico había un número amplio de opciones.
Nuestra tradición pedagógica no está interiorizada en los maestros actuales. Están capacitados para impartir la docencia, pero no tienen la cultura necesaria sobre esa tradición. Eso lacera la calidad de la enseñanza, en todos los niveles, pero, fundamentalmente, en primaria y en secundaria básica.
Un boceto histórico
Nuestros problemas con la educación comenzaron con los retos de la masificación. Había que lograr la alfabetización y se logró. Después vinieron las batallas por el sexto grado, por el noveno grado, y todo eso se logró. Entonces, era necesario cumplir el objetivo de que cada niño tuviera un maestro en la escuela. A lo largo de todo ese proceso de muchos años y que hemos simplificado en pocas palabras, hubo muchos maestros que se fueron del país. Luego hubo otros que abandonaron el ejercicio del magisterio, en busca de mejores condiciones económicas y esto provocó que en buena medida se tuviera que acudir a la improvisación. Hubo que recurrir a maestros improvisados para lograr que todos los niños en Cuba tuvieran un maestro, lo cual resulta encomiable, pero también tiene consecuencias negativas.
Esa misma masividad trae consigo dos elementos. La masividad resuelve el tópico de que los niños no estén en la calle y estén en la escuela, con un maestro, como debe ser. Pero también requiere de una mayor cantidad de maestros, altamente calificados, porque la tecnología, las exigencias y el desarrollo científico del mundo contemporáneo cada vez son más altos. Por tanto, donde comienza el niño a beber del conocimiento es con el maestro. Los dos puntales de la formación del ser humano son la familia y el maestro.
En otro momento, se adoptaron métodos extranjeros de enseñanza y todos fueron un verdadero desastre. La sovietización de nuestra enseñanza fue algo desastroso. Usted examina la revista Educación, de la década de 1970, y lo que se escribía en esas páginas era todo basado en la experiencia soviética. En esos momentos yo trabajaba como profesora universitaria, justamente en el Instituto Pedagógico y lo que yo recibía del Ministerio de Educación, como guía metodológica, era esa revista. Acuérdate, además, de la eliminación de la Historia de Cuba como parte del plan de enseñanza, como asignatura independiente, lo cual fue también una verdadera hecatombe. Los abuelos de nuestros actuales niños no saben Historia de Cuba. Se eliminó de los programas de estudio como asignatura independiente. Se imbricó como Historia de América, como Historia Universal, como Historia Moderna y como Historia Contemporánea. Luego surgió una asignatura llamada Historia de la Revolución Cubana. Ya alrededor de los años noventa es que Historia volvió a situarse como tal.
Retrato posible de un maestro
Mi generación tuvo la fortuna de tener como maestros a Fernando Portuondo, a Hortensia Pichardo, a esas grandes lumbreras, en el bachillerato y en la Universidad. El maestro tiene que ser la persona más culta del país, y el maestro de primaria, en especial, porque ese es el que va a sembrar pensamiento, ideas, el que va a crear conciencia y cultura. Eso ocurre por varias vías. Una es por la enseñanza, la educación, el conocimiento. Sin conocimiento no puede haber cultura. Otra vía es a través de los hábitos, las costumbres, las tradiciones, por la forma y manera de vivir, claro está, pensando la cultura como un concepto universal y no fragmentado. Ese maestro tiene que ser culto, porque es quien educa a los alumnos en valores, en costumbres y en conocimientos. No quiero ser tajante y que se me malinterprete, porque todavía tenemos verdaderos ejemplos de un magisterio como debe ser y que tenemos que respetar, pero falta mucho para lograr que el maestro nuestro sea el hombre culto que necesitamos.
Espejo crítico
Hoy hay un problema ético, una falta de decencia en general. Somos idealistas, nos consideran anacrónicos, extemporáneos, fuera de lugar, por pensar de esta manera. Pero estoy convencida, y sigo convencida, de que eso es lo justo, lo necesario, lo correcto. Es preciso ser decente y no ir por la vía de que si no me das cien dólares no te apruebo, y si no, muérete. Eso es aberrante, es una deformación de lo que debe ser el maestro, como cualquier otro profesional que se respete. Cuando lo que te importa es enseñar, entonces te despojas de todos los vicios. Si la enseñanza es un trabajo, y no lo asumes como el sacerdocio que es y debe ser en verdad, no tiene sentido lo que estás haciendo.
El elemento ético tiene que integrar la formación del maestro. No una formación repetitiva, no repitiendo los pecados capitales que te sabes de memoria, pero no los aplicas, no los interiorizas y haces todo lo que no debes hacer. Tengo que vivir, tengo que luchar, muy bien, pero si eres un maestro, lo haces a riesgo de la vida de otro ser humano. Esas acciones van en contra tuya como persona y van en contra de un niño al que estás deformando. Tu ejemplo es que te preocupas por un niño, porque te pagan para hacerlo. Viertes tus deformaciones morales en otra persona, las reproduces en quien tú debes formar.
Cultivar el alma
Nuestros grandes pensadores insistían en que había que cultivar el conocimiento, pero también el alma del maestro. El maestro debe desarrollar una espiritualidad acorde con los momentos que vive y con el futuro. Es hacerlo sensible a los problemas humanos del alumno, de la familia, de la sociedad toda en su conjunto. El niño quiere saber y le pregunta al maestro, a la madre, al padre. Al niño hay que enseñarle caminos y no imponerle caminos.
Esa imposición tiene que ver con el ejercicio de la escolástica, con el que nuestros pensadores trataron de romper. Desde el momento en que le dices al niño lo que tiene que hacer, cómo lo tiene que hacer, a dónde tiene que ir y cómo tiene que ir, estás aplicando la escolástica. Así ejerces la reiteración continua del conocimiento, pero no le das al niño las herramientas para interpretar, dentro de sus posibilidades, el mundo que tiene delante; interpretar ese mundo, para que cuando crezca pueda cambiarlo, pueda transformarlo.
Nuestro pensamiento crítico, nació crítico. Buscaba asumir al mundo para cambiar las reglas del juego desde adentro. Eso caracterizó el pensamiento cubano que es muy diferente al resto de los pensamientos latinoamericanos. Aquí pensamos para cambiar, para crear, para formar. Esa tradición debe estar en el maestro, cuyo objetivo es formar un nuevo ser humano y no obtener una repetición de sí mismo. El maestro debe romper su propio molde y ayudar al niño a crear el suyo. Si se repite el molde, es simple escolasticismo y ya eso se criticó desde finales del siglo xviii. Falta mucho para que se entienda el carácter renovador que debe tener la enseñanza.
Hay que lograr también que el maestro tenga tiempo para estudiar, para leer, para pensar. Nadie que esté ocho horas dentro de un aula, luchando con los problemas de los alumnos, de los padres, con los problemas económicos propios, tiene condiciones para formar a alguien. Recordemos que el maestro tiene poco tiempo para autoprepararse. Tiene que estar de pie ocho horas en una escuela. Llega a su casa más muerto que vivo. Tiene que enfrentar los deberes y el stress de lo doméstico –no olvidar que muchas son mujeres–, y además enfrentar las presiones del alumnado, con todos sus problemas, la presión de los padres y la presión de sus propios superiores.
Por otro lado, se sigue promoviendo el método de que lo importante es aprobar. Lo importante es lo cuantitativo, no lo cualitativo. Es vital tener un ciento por ciento de promoción, lo que interesa es que el niño promueva, no que aprenda. El padre paga a un repasador para que el niño promueva, para que pase de grado y no para que aprenda. Súmese a eso que al maestro lo llenan de regalos, lo compran, lo sobornan, para que apruebe al niño, no para que le enseñe. Hay una mercantilización de la enseñanza.
Ahí tiene que ver la vocación. Esa es una actitud que nace con la persona, que se desarrolla o no, que se forma o no, pero nace con el ser humano. Si no hay vocación, no te preocupa que ese ser humano a tu cuidado se forme o no. Lo que importa es el dinero a fin de mes, el estímulo que te dan los padres. Si piensas así y te materializas, no hay interiorización alguna de esa tradición pedagógica de la que hablamos. Ni puede haber resultados.
A la altura del ejemplo
El ejemplo como profesora, como ser humano, porque tengo un compromiso moral con la sociedad, con el mundo, con los jóvenes, eso es lo más importante. Tengo que ser un ejemplo, tengo que ser un buen ser humano, tengo que ser una mujer culta, una persona integralmente efectiva para ejercer mi profesión. Esa enseñanza hay que hacerla a través de la conducta.
Tenemos otro asunto, y es a propósito de los ejemplos, sobre todo en el caso de los próceres y héroes. Hay que ser un ejemplo alcanzable, no un ejemplo idealizado. Hay que despojar a los ejemplos de la sacralización. Sin caer en desacralizaciones vulgares que desprestigien a los ejemplos, a los héroes, sin que se haga intromisión en su vida privada, hay que develarlos, pero sin irrespeto. Porque tampoco puedes tener una figura tan buena, tan buena, tan perfecta, maravillosa y divina, porque al final se hace inalcanzable. Esa sacralización excesiva es dañina, porque entonces no puedo ser como esas figuras y, de hecho, tampoco quiero ser como ellas. Porque si mi ejemplo está todo el tiempo trabajando, en función de una causa por justa que sea, y no tiene tiempo para un día bailar o tomarse un trago, para hacer una visita o para ocuparse de su familia, entonces no es un ser humano, no puedo ni seguir, ni alcanzar ese ejemplo. Ese elemento también es parte de la escolástica, ese divinizar a las figuras humanas, dotarlas de una perfección imposible, eso no es efectivo. Hay que humanizarlos, hay que mostrar esos valores como seres humanos, alcanzables, posibles. Eso los hace más grandes. Hay que entender que los ejemplos tienen una vida, un valor, pero también cometen errores, porque eso forma parte de sus vidas.
El otro elemento que debe tenerse en cuenta es que la sociedad es una gran escuela, para bien o para mal. Yo puedo enseñarte en mi aula, no la sociedad perfecta que no existe, pero sí los valores de nuestras raíces, de nuestra cultura, lo que significa y puede representar el ser cubano. Pero entonces llegas a un establecimiento y para el empleado tú eres mamita o papito, pero el extranjero es señor. Entonces, mi enseñanza se desvaloriza ante la realidad. Cuando tú no puedes comprar nada con tu sueldo y el que llega de afuera puede comprar de todo o cuando te enfrentas a las desigualdades que existen, generadas por las razones que todos sabemos y que no vamos a analizar ahora, todo eso lesiona el requerimiento elemental de fortalecer tu condición nacional. Así, tus ejemplos se quedan sin asideros.
El hecho de que te quieras ir del país y no quieras quedarte para desarrollarlo, independientemente de las agresiones y todo lo demás que existe, que es real, hay que analizarlo. Pero no solo desde la campaña y la propaganda, sino en el conjunto de cosas mal hechas que podrían mejorar y resolverse.
El esfuerzo es de todos, el maestro no es el único responsable. Está la televisión, la radio, las demás disciplinas docentes, el hogar. Cuando la casa grande que es la sociedad no anda bien, no anda bien la escuela, ni anda bien la casa y no anda bien el futuro. El maestro puede no ser el mejor, pero si en tu casa gritas, irrespetas, robas, esos son ejemplos malos que también se imponen y se reproducen y que al final no son culpa de la escuela.
Caminos por hacer
La solución es compleja, tiene respuestas múltiples, pero tiene respuestas. No podemos renunciar a esas respuestas. Hay que saber cuáles son nuestros grandes males y enfrentarlos. Hay que llamarlos por su nombre con la honestidad y la entereza que se merecen. Hay que ir a las causas que provocan que esos grandes males existan y se desarrollen. Es preciso estar consciente de los graves problemas que tiene hoy mismo nuestra sociedad. Entonces, no hay una sola solución, hay que buscar múltiples alternativas y, sobre todo, establecer un diálogo continuo con esa sociedad que sufre y padece.
Esa sociedad es, precisamente, la que puede proponer la solución de sus problemas. Se necesita más de ese diálogo nacional. Los mecanismos existen, no hay que inventar nada nuevo, para lograr ese diálogo. Hay espacios, pero no se utilizan. Es en ese pueblo donde están las soluciones, porque tú oyes a veces criterios, con una agudeza y un nivel certero que es increíble, y salen igual de un panadero, de un obrero. Entre todos tenemos que plantear las soluciones. Eso sería un gran primer paso para una democratización real de nuestro proyecto social.
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