Por cada crítico vacunado hay millones de espectadores

Por: Daniel Céspedes

Luis Buñuel.
Luis Buñuel.

José Alberto Lezcano (Pinar del Río, 1935) es uno de los críticos cinematográficos menos prolíficos en apariencia de Cuba. Fundador del primer Cine Club y de los Círculos de Interés Cinematográfico de su provincia, fue considerado por Rufo Caballero como el mejor de nuestros analistas vivos sobre el séptimo arte. A Lezcano se le pudo seguir por mucho tiempo gracias a sus colaboraciones con numerosas revistas culturales. Sus textos aparecían junto a otros especialistas de su época y a las nuevas voces que fueron y han ido surgiendo por cuenta de la recepción entendida sobre el cine cubano e internacional. No fue hasta hace pocos años que el autor de La magia del laberinto (Ediciones Loynaz, 2005) y de El actor de cine: arte, mito y realidad (Ediciones Icaic, 2009) dejó de colaborar con mayor asiduidad. No podía dejar de cumplir con sus habituales funciones laborales como la hechura y entrega de sus guiones para la Emisora Radio Guamá y el arduo proceso de un nuevo libro (El cine tiende sus redes. Relaciones de la pantalla grande con otras artes) con Ediciones Icaic. No obstante, se le ha visto comentando o prologando algún que otro libro de colegas de profesión. Lezcano, quien siempre ha vivido por decisión personal en Pinar del Río, tiene una relación muy íntima con su máquina de escribir. En cincuenta años no ha sido tentado por ninguna computadora. Eso sí, no descuida sus otros dos amores principales: el cine y la lectura. ¡Qué privilegio llegar con la conciencia de rendirles a estas constantes vitales!

Vamos a empezar desde tu presente. Tienes ya más de ochenta años. Has tenido la oportunidad de ver mucho cine y por tanto seguir la filmografía de un director; la carrera de un(a) intérprete; la aparición, la continuidad y el crepúsculo de un género; también las idas y venidas de líneas temáticas; las nuevas tecnologías con las consecuencias en la manera de hacer y ver el cine… en fin, ¿qué ha significado para ti como espectador enfrentarte a todos estos cambios técnicos y artísticos?
“La desinformación es, en mi opinión, uno de los peores enemigos de cuantos eventos cultivan la crítica. Quienes no siguen el compás de los avances técnicos y artísticos, trátese del cine o de cualquier otra manifestación creativa, jamás podrán escribir tres líneas que resulten creíbles o convincentes. Esto implica que el estudio y la investigación constantes son premisas de primer orden para el que aspire a orientar a los demás con sus puntos de vista. En mi caso particular, creo hacer actuado en los últimos tiempos con interés, responsabilidad y autoexigencia”.

¿Cómo define Lezcano la crítica de cine?
“Para mí, la crítica de cine equivale a un examen desprovisto de fanatismo, posiciones acomodaticias y falta de esmero en el lenguaje. Me revientan las crónicas que abusan del queísmo, la sintaxis caótica o la repetición marcada de ciertos vocablos que el autor de la crítica considera muy elegantes y solo denotan su escasez de vocabulario. El contenido de la crítica puede ser positivo, negativo o medianamente favorable, pero en ningún caso debe convertirse en una verborrea prefabricada, que aleje al lector en vez de atraerlo”.

¿Dónde publicaste por primera vez un texto sobre cine?
“Mi primer texto sobre cine apareció en el veterano de los semanarios de Pinar del Río, el Heraldo Pinareño, que contra viento y marea dirigió por largo tiempo don Isidro Pruneda. Ya no recuerdo ni el tema de aquella crónica inicial, pero me consta que fue simplista en exceso, carente de objetividad y con una redacción (por llamarla de algún modo) ‘primitiva’.
”En el propio periódico publiqué numerosas críticas. La práctica ayuda al crítico cuando el vocablo autoprecede a su profesión. Poco a poco aprendí a deslindar lo esencial de lo ornamental, pude conocer el estilo culto pero un tanto ‘rebuscado’ de G. Caín, el método desenfadado de quien fuera mi coterráneo René Jordan (al que conocí personalmente y me dijo alguna frase de estímulo), el modo feriado de Emma Pérez –me viene a la mente una frase típica de ella, en su crítica sobre ‘el Tranvía’ de Elia Kazan: ‘¡Cómo dice las cosas más conmovedoras del mundo la grande, la divina Vivien Leigh!’– y los densos enfoques de Francisco Parés, del que algunos murmuraban que a veces criticaba filmes que no había visto, solo basado en el juicio de su cinéfila esposa”.

¿Y a la luz de hoy cómo recuerdas esa primera experiencia?
“Recuerdo a la luz de hoy mis primeras experiencias como una especie de ‘entrenamiento acelerado’, que prosiguió más tarde con mi desempeño de escritor y locutor en Cadena Occidental de Radio”.

Me contaste en una ocasión que, al leer una crítica de Guillermo Cabrera Infante, G. Caín, le escribiste una carta porque se había equivocado en un dato. ¿Te respondió? Cuéntame al respecto.
“En dos ocasiones le escribí a Caín (Cabrera Infante) y las dos veces me concedió espacio en sus páginas de la revista Carteles. La primera, para rectificarle unos datos de crónicas recientes (por ejemplo, un Oscar de más a Humphrey Bogart). Mi segundo ataque, más intenso, ocupó toda una página de la revista. Esta consistió en una especie de anatomía de sus preferencias, sus contradicciones e incluso sus poses publicitarias. Hoy reconozco que me excedí en determinados golpes, pero tal vez se justifiquen por mis escasos años en el gremio”.

¿Quiénes fueron tus paradigmas para tan solitaria e incomprendida vocación?
“No tengo muy definido si realmente tuve paradigmas para ‘tan solitaria e incomprendida vocación’. En mis días de estudiante de preuniversitario, aprovechaba las clases más aburridas para garabatear ideas sobre el último estreno en la ciudad. Nunca pensé seriamente en que aquello pudiera ser una actividad de peso en mi futuro, pero mi temprano dominio de la lengua inglesa me permitió entrar en contacto con algunos trabajos de críticos británicos y estadounidenses, de los que aprendí a valorar esencias por encima de menudencias, sugerencias antes que regencias”.

Antes de la llegada del video tape, los móviles, las memorias flashes, la cajita… tenías que ir al cine y volver a la sala oscura si te interesaba escribir sobre determinado filme. Desde hace tiempo, puedes cronometrarte para ver un material como te venga en gana. ¿En qué medida crees que repercute esta libertad a la hora de escribir y hacer crítica de cine?
“Es evidente que la crítica –y no solo ella– se beneficia con las aperturas técnicas, la facilidad para entrar en contacto directo (en cualquier momento) con imágenes desperdigadas o coherentes que en el pasado parecían tan remotas como el Egipto de los faraones. Pero, atención… hasta los rastreos en esa dirección deben estar unidos a una concepción clara de por qué esa revisión, qué se propone, en qué está basada, etcétera”.

Tus textos se distinguen por la excelencia del lenguaje, tus conocimientos sobre el antes, el durante y el después de una película y luego, lo más singular, a mi entender, estriba en la asociación cultural que logras como resultado de años de relecturas, que no soslayan ni géneros literarios ni otras manifestaciones artísticas. ¿Qué crees de los críticos que solo ven y leen sobre cine?
“De los críticos que solo leen y ven cine, ¿qué opino? Que no son, no fueron y no serán jamás críticos de nada”.

¿Te gusta la crítica centrada en uno o dos elementos o esa otra que quiere decir algo de cada detalle o indagar en la generalidad de la obra cinematográfica?
“La obra que quiere decir algo de cada detalle de un filme encaja bien en un libro, trátese de memorias o ensayo. La crítica que indaga en la generalidad de la obra cinematográfica suele habitar en una revista especializada. Un poco más discriminatoria y con buen poder de síntesis, se puede enfocar el alfa y el omega de un filme, desde las páginas de un diario”.

A propósito de la relación entre la literatura y el cine o viceversa, ¿pides subordinación total del director al referente literario o licencia creativa a partir del guion adaptado?
“La relación entre la literatura y el cine es un tema muy complejo, al que dedico mucho espacio en mi libro El cine tiende sus redes. Coincido con el italiano Baldelli: ‘No importan los cambios que se hagan por la vía de adaptación. Lo importante es que el producto fílmico tenga vida propia, camine por sí mismo’”.

¿Qué opinión te merece el interés y la escritura sobre cine de otros intelectuales que no figuraron o figuran como críticos de cine, como lo hicieran en diferentes etapas, por ejemplo, Mirta Aguirre en Cuba o Julián Marías y Carlos Fuentes en España y México, respectivamente?
“De los intelectuales que cultivaron la crítica de cine como un ‘segundo violín’, creo que Mirta Aguirre –gran ensayista, buena poeta, eminente profesora– se mostró a veces bastante ingenua en sus crónicas fílmicas, pero sabía dimensionar lo social, lo político, lo histórico, de modo muy satisfactorio”.

En cuanto al repetido distanciamiento entre la popularidad del público y la recepción del espectador especializado, el excelente crítico colombiano de cine ya fallecido Luis Alberto Álvarez expresó: “Es absurdo pretender que la mediocridad deje de existir por el hecho de ser consumida masivamente. Es como pensar que comer excrementos es bueno porque así lo recomiendan millones de moscas en todo el mundo”. ¿Cómo aprecias esta relación/divorcio entre público y crítica?
“Siempre ha existido y me temo que siempre existirá el divorcio entre público y crítica. El crítico logra dominar toda una estrategia que, a la larga, lo inmuniza en cierto modo contra los efectos del comercialismo, los trucos publicitarios, la simpatía por cierta estrella y el apego más o menos estable con determinados géneros. Por cada crítico vacunado hay millones de espectadores que, en el mejor de los casos, contemplan al crítico como un marciano que se viste y habla como los demás, pero cuyo cerebro se perdió hace tiempo en una orgía de películas aburridas, interminables, en las que se habla hasta cuando se reúnen dos mudos y que no justifican el dinero invertido en su realización. (Esta opinión mía ha sido objeto de crítica por algunos críticos)”.

Lo que me lleva a preguntarte, ¿cuál es la función del crítico de cine?
“Ante el fenómeno señalado en la respuesta anterior (y otros que surgen por causas diversas), la función del crítico ha de ser educativa (con gran cuidado, para evitar el teque, las citas del alemán Fulano y del ruso Ciclano, exponiendo ideas valiosas sin olor a consigna de tribuna, inspirando confianza y no sometimiento oral). Será persuasivo, con datos elocuentes y actitud modesta. Debe lograr que lo escuchen y lo entiendan y esto, aunque difícil, es posible”.

¿Asumes el paquete porque alguien te recomienda algo o tú lo revisas personalmente y escoges?
“No dispongo de paquete alguno. Si dispusiera de alguno, lo revisaría personalmente y escogería”.

¿Qué importancia le concedes no solo al cine clásico de Hollywood, sino a otras cinematografías foráneas representadas por grandes directores como Buñuel, Antonioni, Kurosawa, Bergman…, que las nuevas generaciones desconocen o menosprecian por la avalancha de propuestas “modernas”?
“Atribuyo mi formación cinematográfica, ante todo, a los grandes representantes del cine europeo en la época en que los cinedebates, los círculos de interés fílmico y el aporte de sólidas publicaciones, permitían la expansión y el disfrute de esa cultura. Buñuel es un caso aparte. De origen español, radicado en México, regaló a ambas cinematografías lo más prominente del cine en esos países, mientras que la pantalla francesa le debe más de un título trascendente. Me creo deudor de Bergman, Antonioni, Truffaut, Malle, Lean y otros maestros, sin que ello me impida reconocer el genio de Kurosawa o de cineastas ‘clásicos’ como Hitchcock, Orson Welles y John Huston”.

¿Se nace con vocación crítica o sobreviene como sorpresa un día inesperado?
“Creo que se nace con vocación crítica. En mi caso particular, todavía circula alguna anécdota de mi niñez, cuando mis familiares más cercanos me arrastraban a los cines en que proyectaban una película estimable por cada docena de folletines insufribles para mí y divinos para mis parientes. Mi ‘criterio’ chocaba generalmente con el de ellos”.
¿Qué ha significado el cine para ti?
“El cine me atrajo siempre poderosamente y, de algún modo, mi pasión por la lectura desde muy temprano, me ayudó a entender pronto obras y asuntos que tal vez eran abrumadores para los espectadores de mi edad. Un ejemplo, a los 13 años logré permiso para viajar solo a La Habana para ver en el cine Capri el estreno de la cinta inglesa Hamlet, dirigida y protagonizada por Laurence Olivier. Mi amor por aquella película me obligó a leer, en un período no muy extenso, todas las piezas de Shakespeare”.

¿Sueña cinematográficamente Lezcano?
“No estoy seguro de que sueño cinematográficamente, pero sí puedo afirmar que varias de las películas que mayor impresión me causaron, influían a veces mediante pesadillas muy deprimentes o derivaciones muy estimulantes. En el primer grupo: la italiana El limpiabotas, con sus escenas finales; en el segundo, el largo animado de Disney, que siempre fue uno de mis preferidos (digan lo que digan sus detractores), Dumbo”.

¿Ensayista, crítico o escritor sobre cine?
“Respeto demasiado la palabra ‘ensayista’ para pretender mi inclusión en esta categoría. Creo que soy un crítico, con momentos de lucidez y ataques de incompetencia, como la mayoría de los críticos que conozco. Por supuesto, he leído a ensayistas cinematográficos de estirpe gloriosa y críticos de cine de indudable fuerza”.

¿Estás contento con lo que has publicado?
“No estoy contento con lo que he publicado, pero debo señalar que mi primer libro, La magia del laberinto, tiene para mí un significado especial, ya que me valió el acercamiento, la amistad y el apoyo entusiasta de quien fuera una de las personas más cultas y sensibles que haya conocido hasta hoy, Rufo Caballero”.

Te menciono ahora nombres o designaciones para saber qué piensas, para empezar: el cine mudo…
“El cine mudo poseía un encanto muy marcado y sus obras más representativas son maestras sin discusión posible. Pienso en El acorazado Potemkin, La quimera del oro, La pasión de Juana de Arco y muchas otras. Chaplin fue un creador relevante en su filmografía silente, pero, en mi opinión, sus experiencias con el sonido fueron, en gran medida, desafortunadas”.

El cine sonoro…
“¿El cine sonoro? Abarca todos los extremos: hay películas que jamás debieron ser realizadas, aunque fuera por simple respeto al arte en general y a la inteligencia de los espectadores. Con el nacimiento del sonido hubo una auténtica invasión de verborrea inclasificable, que solo era detenida por cineastas muy capaces. La sucesión de escuelas y movimientos (Neorrealismo, Nueva Ola francesa, Nuevo Cine inglés, la mirada surrealista, etc., etc.) fueron pruebas elocuentes de que las cámaras de cine sabían crecer con talento y diversidad. Dicen que todo lo genuinamente grande del cine hablado está más o menos disperso en El ciudadano Kane. Tal vez se trate de frase echada a rodar por Orson Welles, pero pienso que, en su desarrollo, el cine rompió barreras, cubrió distancias, enfrentó desafíos, forjó expectativas, alcanzó metas y hechizó a las multitudes. ¿Qué más le pediremos?”.

¿Charles Chaplin o Cantinflas?
“La elección entre Chaplin y Cantinflas es, posiblemente, la pregunta más fácil de todo el cuestionario. Chaplin, entre cuyos adversarios figura un artista de ciertos valores, Woody Allen, fue un maestro de la comedia, pero con un añadido que raras veces muestran sus colegas: la poesía. Fue capaz de descubrir la risa dentro del llanto y el dolor dentro del humorismo. Su vagabundo soñador y solitario, pícaro y conmovedor, enamorado y quijotesco, fue un logro monumental para todos los tiempos. Mario Moreno (Cantinflas) fue un gran clown y con esa palabra lo definió el propio Chaplin. Su personaje, de extracción popular, tenía limitaciones que, con el tiempo, se convirtieron en un peso muerto. Sí he leído sobre valoraciones posmodernas que prefieren a Buster Keaton sobre Chaplin. Este tema es terreno abonado para tremendos debates”.

Orson Welles…
“Orson Welles fue un todopoderoso realizador cinematográfico, no solo por la imprescindible obra El ciudadano Kane, sino también por piezas de infinitas virtudes como Soberbia, La dama de Shanghái y Sombras del mal. El actor, aunque eficiente, nunca estuvo a la misma altura del director. Sus incursiones al teatro de Shakespeare, en versiones para la pantalla grande, muestran zonas de mucho interés, pero el balance general no provoca entusiasmo”.

Laurence Olivier…
“Cuando Olivier falleció en 1989, un crítico comparó el suceso con ‘el hundimiento de un continente’. Muchos lo consideraban el ‘mejor actor del siglo veinte’ y no hay dudas de que su grandeza de actor en el teatro y el cine fue demostrada hasta la saciedad. Fue grande en lo clásico y en lo moderno. Su prestigio como realizador de puestas teatrales se extendió por el planeta y de sus éxitos como intérprete dan fe Edipo rey, Hamlet, el personaje central de El comediante y Otelo (los tres últimos asumidos en las tablas y ante las cámaras). Estudioso de la sicología de sus personajes de manera realmente asombrosa, lo ayudaban con relieve una voz capaz de transmitir una compleja gama de emociones, una presencia escénica importante y una imaginación sin fronteras a la hora de perfilar sutilezas, percepciones, matices y remembranzas. Actuaba con el rostro y con el cuerpo, con las manos y con el torso, todo ajustado a una precisión y un sentimiento que transmitían al espectador toda su carga artística y humana. Marlon Brandon lo calificó de ‘arquitecto de actores’”.

Vivien Leigh…
“Conocí a Vivien Leigh en una película inglesa (La jornada heroica) cuando acababa de cumplir mis doce años. Caí en sus redes. Ya sabes, esa mezcla de fascinación, sorpresa y consternación que impulsa a la construcción de un ídolo. Me pareció adecuada en su papel. Un tiempo después la vi desplegar enormes aptitudes en la personificación de la Scarlett, rebelde y atormentada, enamorada y valiente, en el clásico Lo que el viento se llevó. Ya por entonces desarrollaba conmigo mismo algunas discusiones. ¿Quién la superaba en belleza física? Nadie. ¿Qué actriz norteamericana habría podido igualar lo alcanzado por esta inglesa, con acento sureño para su personaje? ¿Bette Davis, talentosa pero carente de atractivos? ¿Katharine Hepburn, con firme oficio, pero incompatible con la clase de magnetismo que requería la heroína creada por Margaret Mitchell? Conclusión, tenía toda la razón el crítico de aquella época que escribió: ‘Vivien Leigh ha interpretado a Scarlett O´Hara como posiblemente no lo habría hecho ninguna otra actriz de Hollywood’. La seguí en El puente de Waterloo, fue insustituible en Lady Hamilton, me dejó insatisfecho en Ana Karenina (que ella reconoció como un fracaso suyo, aunque no le faltaron admiradores como los escritores Marta Traba y Carlos Fuentes), la adoré en El mar profundo y azul y la elevé a los altares con su profunda, emotiva y proteica caracterización de Blanche en Un tranvía llamado deseo de Elia Kazan, donde impuso su visión del personaje contra los criterios carcomidos del realizador. Años después, La primavera de la señora Stone y El barco de los locos (su último filme) me dieron la oportunidad de descubrir otros ángulos del don creativo de esta mujer que, en uno de sus arranques de impotencia y envidia, fue calificada por la Davis, según me cuentas, como actriz ‘sobrevalorada’. ¿Tendré que atribuir a la congénita maldad de la Davis lo experta que fue en personajes malvados, destructivos y, sobre todo, acosadores?”.

¿Marlon Brando o Montgomery Clift?
“Los actores de talento en la pantalla grande forman un calidoscopio sujeto a ciertos elementos de tiempo y espacio, a fenómenos de apreciación que pueden confundir lo legítimo con lo aparentemente ‘más moderno’ o a ciertas concepciones de escuela y estilo que se desvían sin tregua a la zona del gusto personal antes que al rigor de juicio imparcial.
”El paralelo Brando-Clift muestra detalles confusos y derivaciones sorprendentes. Brando no inventó su ‘forma de actuar’. Esta tiene precedentes en un actor de poca historia, John Garfield, que fue víctima del macartismo; toca fondo en los recursos de Clift esa impresión de abatimiento, informalidad, desgano en muchos diálogos, sicología más ‘física’ que verbalizada y desplazamientos a veces tan impulsivos que parecen indicar un desahogo momentáneo frente a los conflictos internos. Brando heredó y pulió estas estrategias a partir de su debut cinematográfico en el papel de un parapléjico de la guerra en Vivirás tu vida. La imagen brandoísta se impuso en poco tiempo y su físico le abrió puertas importantes.
“Clift –cuyo aparato expresivo chocó más tarde con algo tan imprevisible como un accidente automovilístico que dio a su rostro una expresión casi siniestra, apenas disimulada por las cirugías plásticas– se vio alejado de su ruta de ‘estrella’ y tuvo que conformarse en ocasiones con papeles de dudosa calidad. Brando, que al final de su carrera tuvo algunas actuaciones lamentables (pura exageración, un maquillaje disparatado, etc.) y el ejemplo capital es La isla del doctor Moreau, no contaba con un accidente que lo justificara. Lo que sí resulta muy interesante es comprobar que, en etapa final, con un breve tiempo ante las cámaras, Clift se anotaba en Juicio de Nuremberg una labor de tan esmerado diseño al encarnar una desequilibrada víctima de la barbarie nazi, que la decisión de la Academia de Hollywood de negarle el Oscar en su cuarta nominación al trofeo, tiene un poco de surrealismo, algo de flojera mental y mucho de injusticia.
”Conclusión: un Clift destrozado tuvo esta prueba de maestría cuando solo faltaban cinco años para su adiós a la vida, mientras que el aplaudido intérprete de Nido de ratas y El padrino ofrecía en una de sus últimas cintas, La isla del doctor Moreau (1996) una actuación abiertamente falsa, estridente y aparatosa, que ni sus más fervientes admiradores podían justificar. Si agregamos a esto la poca ética de las palabras que le dedica a Clift en su autobiografía, reitero mi poco respeto por Brando, quien no vaciló en confesar varias veces que su principal objetivo en el cine era… ganar dinero”.
Un maestro del cine clásico hollywoodense…
“Entre los maestros de cine clásico hollywoodense, recuerdo siempre con cierta nostalgia a Hitchcock. La Academia jamás le entregó el premio al ‘mejor director’ y lo mereció especialmente por Vértigo y Psicosis, dos filmes rotundos e imperecederos, entre una docena de perlas legitimas como las que ya no pueden verse (Pacto siniestro, La sombra de la duda, Rebeca, Los pájaros). En la Nueva Ola francesa (que destruyó tantos altares), el gran Truffaut supo rendirle culto al maestro inglés y contribuyó notablemente al posterior reconocimiento del ‘mago del suspenso’. John Ford fue uno de los grandes, pero a veces me dejaba con un saborcito agrio. Me atraían Otto Preminger, Howard Hawks y, en gran medida, Billy Wilder, que nos dio ese monumento titulado El ocaso de una vida. Nunca entendí bien por qué Joseph L. Mankiewicz era alabado por tantos críticos (su filme La malvada me pareció exagerado y, en muchos pasajes, más efectista que efectivo y su Julio César fue un alarde shakesperiano de tercer nivel). William Wyler era competente, pero a veces confundía lo denotativo con lo connotativo. Welles, ya lo dije, fue un gigante, si ignoramos ciertos rasgos epatantes en cintas de su última etapa”.

Un director contemporáneo que te llame la atención…
“Que yo pueda asociar con los grandes de otra época, no hay directores en el cine actual. Algunos muestran lucidez y dominio. Son los casos de Sam Mendes, los hermanos Coen, Tarantino y una docena más de cineastas dotados de inspiración y fuerza, pese a la lucha eventual con argumentos de poca monta. El problema de estos directores radica en que no sostienen el peso de los temas de modo regular. Confiemos en que sus trayectos ganen en consistencia y rigor”.

El Premio Oscar…
“El Oscar puede ser carnavalesco, frívolo, coquetón y maldito. Se ha equivocado en muchas cosas y ha acertado en otras. Creo que acertó al negarle sus favores a Greta Garbo, Barbara Stanwyck, Deboran Kerr y otras figuras que tuvieron que conformarse con el llamado ‘Oscar especial’, hipócrita y tardío. No les perdono el olvido de Richard Burton, de Dick Bogarde, Hitchcock y, sobre todo, Chaplin. Le regaló una estatuilla (la primera) a Bette Davis y también la primera a la insufrible Elizabeth Taylor. Fue débil al abrumar con nominaciones en cantidades industriales a artistas que no merecían tal distinción. Dicen que ‘hacer reír es más difícil que hacer llorar’, pero la Academia ha tratado casi siempre a los intérpretes cómicos como leprosos. En 1952, tocó el cielo la actriz de reparto Jean Hagen con su perfecta caricatura de una ‘diva’ del cine mudo en Cantando bajo la lluvia, y el Oscar fue a manos de Gloria Grahame, por un trabajo correctico en Cautivos del mal”.

¿Meryl Streep, Glenn Close o Jessica Lange? “Eso de formar un trío con Meryl, Glenn y Jessica es algo diabólico, pero seré sincero. Para mí, Meryl Streep es más calculadora que un buen meteorólogo. Su colección de tics, caritas y gestos seudoespontáneos, que ella traslada de una película a otra sin el menor pudor me producen una sensación de vértigo. Hace un tiempo me obsequiaron un número de Vanity Fair dedicado íntegramente a ella por sus cuarenta años de ‘inolvidables interpretaciones’, según frase muy visible en la portada. Resulta que ella ha adoptado trece acentos con sus personajes fílmicos (desde danés e italiano hasta irlandés y polaco), lo que incluye varios acentos de distintos estados de su país. Me gusta imaginar que filman un corto de cinco minutos en su fiesta de cumpleaños –por el que será de nuevo nominada para el Oscar– y el afán con que ella buscará en la letra C de su diccionario particular la palabra CUCHILLO para recordar qué cara debe mostrar cuando descubra que no tiene forma de picar el cake por falta de eso… de cuchillo, que escondió su vieja criada (actuada por Kathy Bates). Glenn Close es otra cosa. Mostró verdadero talento en casi todo lo que hizo hace tiempo, pero no creo que se le presenten nuevas oportunidades de brillar ante las cámaras de cine. Ella se queja de que todos los papeles que le vienen como anillo al dedo se los arrebata Meryl. ¡Qué crimen! Jessica Lange es la que más me atrae del trío. Está dentro de mis favoritas, aunque participara en aquella basura de King Kong, pero después halló su camino propio. Es creativa, sugerente y versátil. No comulga con la vida atrofiante de Hollywood y sabe discutir sus papeles con los directores mongólicos”.

Tu película favorita…
“Mi película favorita, lo grito a los cuatro vientos, es El ángel exterminador, realizada por mi ídolo, Luis Buñuel, en 1962. Ignoro si los mexicanos han tenido el bonito gesto de elevarle una tremenda escultura en un sitio céntrico de la capital a este monstruo que les regaló al país azteca y su colonia fílmica las películas de mayor trascendencia artística que registra esa nación. He visto El ángel… en cinco ocasiones y siempre me parece acabada de realizar. Es cine surreal pero también filosófico, poético, satírico, revolucionario, polisémico, con una fuerza a la vez centrípeta y centrífuga. Los cineastas que han imitado esta obra, solo pudieron copiar lo más fácil: la situación. Olvidaron que Buñuel, único en su clase, hacía que la situación bailara, gimiera, adoptara muecas, rugiera por dentro, se deslizara por sótanos profundos, arrasara con los convencionalismos y enarbolara bandera blanca en su momento de asfixia. Nada de esto puede imitarse”.

Alguna propuesta reciente que recomiendes…
“Nada que recomendar entre las cintas recientes”.

En estos tiempos, donde la visualidad eclipsa lo conceptual, ¿cuál es el mayor consejo que les darías a los críticos cinematográficos en formación?
“Un solo consejo, ni mayor ni menor. Descubre por ti mismo la visualidad que implica lo conceptual. Busca, explora, penetra, llega al fondo. Hay que bucear sin descanso, perseguir los duendes que nadan entre simples ideas, captura la verdad”.

A pesar de todos los pesares, preferiste quedarte en Pinar del Río. Desde allí, con tremenda voluntad, te atreviste a ver y a escribir asiduamente sobre cine. Tal vez amor a tu ciudad, comodidad o cuestiones familiares. ¿Qué significó tomar esa decisión?
“Siento, Daniel, que limitó muchas oportunidades. La capital garantizaba y garantiza tal vez hacerte más visible. No obstante, ello no supone validez en cuanto hagas. Conocí a muchos que marcharon hacia La Habana y allí fueron esfumados ante experiencias ajenas a su vocación. O sea: ni siquiera pudieron intentarlo. Además, olvidaron que las oportunidades no se fabrican. Aunque algunos no piensen así, lo provincial a veces es propicio para crear con una calma y claridad oportunas. Pinar del Río ofrece ese ambiente idóneo, si bien te puede desvincular de cuanto sucede en materia artística tanto local, nacional e internacionalmente. La capital no está ajena asimismo a entretenerte con vivencias más frívolas que espirituales. De alguna manera, sin visitarla tanto, logré estar presente en La Habana gracias a muchas colaboraciones con revistas como Revolución y Cultura, Cine Cubano… También estuvo la cuestión de que yo vivía con mi madre, quien, por fortuna, murió de una edad avanzada. Luego no tuve ya el brío para emprender aventuras en La Habana. Cuando miro hacia atrás, lo he confirmado para mis adentros y ahora te lo confieso: no me arrepiento nunca de haberme quedado. Dondequiera que uno esté, tiene que aprender a discernir lo bueno de lo malo. Después insistir en lo que te gusta y no sacrificar tanto para el porvenir, de lo contrario no vives a plenitud. Por eso no me obsesiono con la trascendencia, que el tiempo se encargue de estimar mi trabajo, si lo merezco en verdad”. Ω

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