Madre de Cuba, Madre de todos

Por: Antonio López Sánchez

Sabido es que entre cubanos, desde la telenovela, pasando por el equipo de pelota, hasta la última noticia que ronda la voz popular, sobran desacuerdos y eternas discusiones. Sin embargo, hay símbolos, figuras, respetos, que han logrado sobreponerse a todas las adversidades y tienen devociones y afectos especiales casi únanimes, tanto entre tirios como entre troyanos.
Por fortuna, no creo que ningún cubano, de izquierdas o de derechas, haya quemado alguna bandera de la estrella solitaria, para protestar o para respaldar sus ideas políticas o para denostar o sostener algún gobierno. La patria, la bandera, la condición de cubano y los símbolos todos que en esa condición se incluyen, van mucho más allá de las divergencias ideológicas. De igual modo, en cualquier religión, y hasta en el caso de las organizaciones fraternales, es el amor, la ayuda y el respeto por el prójimo lo que se promulga. A guisa de apurado ejemplo, hay no pocas anécdotas de gestos caballerescos entre cubanos y españoles en tiempos de la Colonia, porque la categoría de masones los hermanaba en el honor y el respeto, más allá de las diferencias en el campo de batalla. Luego de la guerra, no huelga repetir que ningún español fue asesinado o saqueada alguna bodega, por odios y resentimientos. No pocos peninsulares sumaron a sus símbolos e identidades las nuestras y las perpetuaron, ya amulatadas y criollas, en sus hijos y nietos.


Sin embargo, mientras septiembre trae para creyentes, y para cubanos orgullosos de sus tradiciones, las celebraciones asociadas a la Virgen de la Caridad del Cobre, la política asoma su oreja peluda. Nuevamente, las posturas ideológicas, y más que estas, el odio y el afán de separar y prevalecer, tratan de inmiscuirse y ensuciar temas donde no deberían tener cabida tales actitudes y sentimientos.
Quien suscribe estas líneas ni siquiera está bautizado. Pero esa meca nacional que es el Santuario del Cobre, debe ser presencia obligada para todo cubano y cubana que se precie de serlo. Allí he contemplado con orgullo, admiración y hasta algo de inevitable misticismo y éxtasis, la hermosa figura de la Patrona de Cuba. El oro de su traje, más que riqueza, creo que nos recuerda la valía de nuestra grandeza, nuestros amores y entregas y lo que falta para vencer nuestras tristezas y carencias. Allí he dejado también mi ofrenda y he pedido salud y bienestar para familiares y amigos. Allí vi el pago de promesas de militares y balseros, de deportistas e intelectuales, de encumbrados y de hijos de vecino. ¿Cómo pueden algunos pretender que un símbolo sagrado (en todo el significado de la palabra, que rebasa lo religioso) como esa Madre de todos, sirva para sostener o para odiar y oponerse a un sistema político?
De un lado, los opositores al sistema social cubano pretenden convertir en acto de protesta una celebración religiosa y de tradición nacional. Por el otro, voces de la más rancia y sostenedora ortodoxia (las mismas, o las herederas de esas, que una vez quisieron borrar todo vestigio de religión como lacra del pasado), ahora se alzan en defensa desde un plural, que sí, como cubanos los incluye, pero que muchos notan forzado o demasiado oportunista. La Caridad, sin exclusiones, es de todos. Las madres no aman a sus hijos por el pasaporte o la ideología. Pero ninguno de esos bandos tiene el derecho de politizar una celebración que justamente llama a la concordia, a la paz, a la unión y no al odio.


Creyentes, y muchos no creyentes sentimos una sana, cubana y pura alegría, al sabernos protegidos y amados por esa Cacha de todos. Aunque sólo sea, más allá de la fe, por tener un motivo más de orgullo y otra razón de amor por esta hermosa tierra. Aunque suceda por ese limpio disfrute de tener algo que nos pertenece a todos y que está mucho más allá, por sus significados, por sus historias y valores, de la terrenal y a veces cambiante pertenencia a un partido. Mi abuela, mi madre, muchos hombres y mujeres de mi país, practicaron y sostienen una devoción y un respeto que no deben ser manchados por las ideas políticas. Ni los que fueron a combatir a Angola, ni los que decidieron cruzar el estrecho de la Florida, pusieron una planilla de militancias ante el altar al que pidieron protección y al que pagaron sus promesas. Asimismo, no debería celebrarse las fechas afines a la Virgen de la Caridad del Cobre, reclamando pertenencias opositoras o desde absurdas defensas que confunden nacionalidad con izquierdismo.
Hay demasiadas desgracias ahora mismo, justo por culpa de las políticas, los odios y egoísmos de los bandos del mundo, como para que también los predios de la paz y la unión, se ensucien con lodazales ideológicos. El festejo por la Virgen de la Caridad del Cobre, limpio de oposiciones y sostenimientos, deberá seguir siendo una fecha y un sentimiento de todos. Ojalá, bajo esos poderes que la maternidad de todo un país le otorga a su manto dorado, logremos los cubanos encontrar cada vez más motivos de unión, de paz, de vida.

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