Notas del año de la COVID (14)

Por: Monseñor Juan de Dios Hernández Ruíz, sj.

Ilustración: Ángel Alonso
Ilustración: Ángel Alonso

Transitamos por el noveno mes del año lidiando con la Covid-19. Hubiéramos querido vivir todo este tiempo en una cápsula, en una cámara hiperbárica, en hibernación, y salir afuera solo cuando todo pasara. Pero han sucedido tantas cosas en la aldea global en estos siete meses… Y qué es la vida sin la experiencia del día a día, de lo que acontece y nos acontece.

Por muy aislados que estuviéramos, no podíamos estar sin escuchar el latir del mundo, las múltiples historias, desde el origen y la propagación del nuevo coronavirus y el seguimiento a la crisis sanitaria, hasta los efectos sociales por la asfixia de un afroamericano por un policía en Minneapolis. ¿Acaso no es todo un solo relato?

En la Isla no hemos estado ajenos a los sucesos de afuera, pero también adentro han pasado cosas. Y para todo hay criterios y posicionamientos que provocan desencuentros y choques cuando aflora la intolerancia, las voces que gritan más alto porque quieren ser las únicas escuchadas, las que se creen portadoras de la verdad.

Palabra Nueva ha querido compartir las expresiones de un grupo de voces diversas para ofrecerlas a sus lectores como una muestra de las experiencias personales y colectivas que se han vivido en este año bisiesto tan peculiar y asombroso, este veinte-veinte convertido en cuarent(en)a.

Hemos solicitado a esas personas que nos narren sus vivencias en estos meses, cómo han transcurrido sus días, de qué manera han enfrentado los desafíos y qué lectura hacen de lo acaecido, cuáles son sus ideas al respecto.

 

Anunciar a Jesucristo en medio de una pandemia

Por: Monseñor Juan de Dios Hernández Ruíz, sj. Obispo de la Diócesis de Pinar del Río

Existe un pensamiento en la sabiduría popular que expresa: “Si quieres ver reír a Dios, muéstrale tus planes”. Así nos ha sucedido a muchos en estos últimos meses en los que la vida ha tomado otro ritmo a causa de un virus que apareció en un pueblo de China y ha invadido todo el planeta.

Hacía unos meses había tomado posesión como Obispo de la Diócesis de Pinar del Río. Llegaba con planes a realizar para continuar la labor evangelizadora de mis predecesores, pero desde la riqueza que mi persona pudiera ofrecer. Sin embargo, en el mes de marzo, cuando nos disponíamos a celebrar la Misa Crismal, todo se paralizó. Los templos ya no podían acoger a las comunidades cristianas y los sacerdotes comenzaban a celebrar la Eucaristía en privado para evitar los contagios. Junto con el cierre de las escuelas y reajustes en los centros laborales, cesaron las catequesis y los proyectos de promoción, como los cursos de formación humana y cristiana que se ofrecían en distintos puntos de la diócesis a través de los programas de Cáritas. El Obispado se veía obligado a cerrar sus puertas y reorganizar los horarios de trabajo de aquellos empleados que, por su contenido laboral, continuarían acudiendo al centro.

Con parte del equipo realizador del programa radial de la diócesis.
Con parte del equipo realizador del programa radial de la diócesis.

En medio de esta situación, haciendo un alto en la vida y frente al Señor, que nos ilumina y acompaña siempre, recordé las palabras con las que me había dirigido a este nuevo rebaño que como Pastor de las almas me encomendaban: “¡Qué les puedo brindar que no sea a Jesucristo, Señor de la historia! Es lo mejor que puedo darles porque es lo mejor que tengo, Jesús, la única y mayor riqueza que tiene la Iglesia, el don más preciado, la perla escondida de su Reino, la belleza de Dios. Jesús, el único suficiente”. (Homilía de la Toma de Posesión como Obispo de Pinar del Río).

Este anuncio tenía que realizarlo de una manera diferente a como lo había planeado, pero sí estaba claro que no podía dejar de anunciarlo. Iniciaba una etapa de cercanía constante con los sacerdotes y religiosas a través del teléfono y las visitas a sus lugares de residencia, sobre todo los que se encontraban en comunidades distantes y con mayor presencia de casos.

Residen en la diócesis sacerdotes españoles e italianos, quienes experimentaban el dolor por enfermos entre sus familiares o hermanos de comunidad. Era necesario manifestarles nuestro acompañamiento y ayuda para facilitar la comunicación con ellos.

También se dieron otras situaciones difíciles, como el aislamiento de las Hijas Mínimas de María Inmaculada en la ciudad pinareña, pues una de las Hermanas había llegado de México y toda la comunidad debía mantenerse catorce días sin salir de su casa.

De manera similar se encontraban el P. Roger Harleé y dos seminaristas, miembros de la comunidad de Oblatos de María Inmaculada, residentes en Los Palacios, que fueron llevados al centro INCLA en esta localidad, porque uno de los seminaristas presentó fiebre y dolor de garganta. Gracias a Dios todos dieron negativo y pudieron incorporarse a sus labores.

Otro reto grande que se presentaba era mantener el comedor de la Casa Diocesana, que brinda almuerzo a ancianos necesitados. Realmente la Providencia nos ha asistido y cada día de servicio se ha visto el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Nosotros ponemos lo que tenemos y el Señor permite que todos se alimenten. Algunos comedores de Cáritas tuvieron que cesar, pero otros pudieron continuar dando de comer al hambriento, a pesar de las múltiples dificultades para adquirir lo imprescindible.

Una vez más se presentaba ante nosotros otro tipo de hambre, la del espíritu. Esa que invade al hombre y lo sumerge en la desesperanza, el miedo y la tristeza. Así está nuestro pueblo, en medio del cual nos encontramos. ¿Cómo anunciar a Jesús en medio del dolor por la pérdida de seres queridos, de la imposibilidad de adquirir lo necesario para vivir a través de las vías habituales para hacerlo? ¿Cómo anunciarlo a Él cuando los fieles, para evitar el contagio, no pueden participar en la Misa, ni en las actividades de las comunidades cristianas?

Durante la toma de posesión de la diócesis pinareña.
Durante la toma de posesión de la diócesis pinareña.

Se ha hecho necesario buscar otras vías. Los sacerdotes y algunos laicos comprometidos han creado grupos en WhatsApp para favorecer la comunicación con aquellos que tienen acceso a internet, y que a su vez lo comparten con quienes no tienen. Las llamadas telefónicas, los correos y los mensajes invitando a la oración, han sido algunos de los canales para mantener el contacto. Las redes sociales han jugado un papel muy importante.

Como regalo de Dios, tuvimos la oportunidad de dirigirnos al pueblo a través del programa radial que cada semana se transmitía por las estaciones locales, Radio Guamá y Radio Artemisa. Fue un espacio para la evangelización que el pueblo agradecía mucho, fueran creyentes o no, porque ante la crisis, el hombre busca a Dios incluso inconscientemente.

El ser humano necesita saber que no está solo, mucho menos cuando los días son grises y tormentosos. Una de las muchas publicaciones que vieron la luz en medio de esta pandemia ha sido el libro ¿Dónde está Dios en medio del coronavirus?, del escritor John Lennox. En una de sus reflexiones finales expone:

“El cristianismo afirma que el hombre llamado Jesucristo es Dios encarnado; en otras palabras, el Creador se convirtió en un ser humano. En el centro del mensaje cristiano está la muerte de Jesucristo en una cruz a las afueras de Jerusalén. Inmediatamente, surge esta pregunta: Si Él es Dios encarnado, ¿qué estaba haciendo en una cruz? Bueno, entre muchas otras cosas, significa que Dios no se ha mantenido alejado del dolor y el sufrimiento humano, sino que Él mismo lo experimentó.

”Por lo tanto, un cristiano no es alguien que ha resuelto el problema del dolor, el sufrimiento y el coronavirus, sino una persona que ha decidido amar y confiar en un Dios que también lo ha sufrido.

”Sin embargo, esa es solo la mitad de la historia. Si la muerte en la cruz hubiera sido lo último que Jesús hizo, nunca habríamos escuchado hablar de Él, pero ese no fue el final. El mensaje que causó alboroto en Jerusalén en esa primera pascua —el mensaje que cautivó al mundo del siglo primero— fue que Jesús había vencido la muerte: que había resucitado y que sería el Juez supremo de la humanidad […]”. Que el Amor sustituía la muerte y el pecado. En ese amor, no es la perfección lo que Él busca en nosotros, sino la autenticidad, no más esforzarnos a ser perfectos sino en ser auténticos.

Porque en el amor el tú es más importante que el yo; y si el amor es verdadero, el yo no se pone en pedestal.

Sí, y el último día, cuando la tarde de la vida se abra sobre días sin ocaso, el Señor sólo nos preguntará de nuevo, como le preguntó a Pedro: ¿Me quieres? Y aunque lo hayamos traicionado mil veces, él nos preguntará otras mil veces: ¿Me quieres? Y no debemos de hacer otra cosa que repetir otras mil veces: Sí, te quiero.

Aún vivimos tiempos difíciles por el rebrote de la pandemia. Gran parte de nuestras comunidades se han visto obligadas a volver a los primeros meses de aislamiento por presentar casos de contagio. En medio de todo nuestra ofrenda es la misma de hace más de 2000 años cuando Pedro y Juan subían al templo a la hora de la oración: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo”… En nombre de Jesucristo Nazareno, ¡Cuba, levántate y anda!

“El coronavirus y todas las plagas que han devastado el mundo dejarán de existir; pero la corona de justicia que se les dará a aquellos que aman al Señor Jesús nunca perecerá ni se desvanecerá.

”¿En dónde encontramos paz en medio de una pandemia? Solamente en Jesús. La cuestión para todos nosotros es esta: ¿vamos a confiar en Él?” (cfr. ¿Dónde está Dios en medio del coronavirus?).

Que nuestra Madre la Virgen de la Caridad, nos acompañe siempre y ponga a Jesús en nuestro corazón. Que así sea.

Monseñor Juan de Dios Hernández Ruíz, sj. (Holguín, 1946)
Monseñor Juan de Dios Hernández Ruíz, sj. (Holguín, 1946)

Monseñor Juan de Dios Hernández Ruíz, sj. (Holguín, 1946). Fue ordenado sacerdote en 1976. Es Licenciado en Teología espiritual en la Pontificia Universidad Gregoriana. Fue nombrado obispo titular de Passo Corese y auxiliar de San Cristóbal de La Habana en diciembre de 2005. Desde febrero de 2006 es Secretario de la Conferencia Episcopal Cubana. En junio de 2019, el Papa Francisco lo nombró obispo de la Diócesis de Pinar del Río.

 

 

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