El Médico de los Pobres en camino a los altares

Por: Hno. Gregorio Hidalgo Chávez (SSP)

Gregorio Hernández Cisneros
Gregorio Hernández Cisneros

Hablar de una persona supone haberla conocido, y entonces se da testimonio acerca de ella, o bien se requeriría investigar en las fuentes biográficas.

En nuestro caso recurrimos a las fuentes, a una entrevista hecha por Ramón Antonio Pérez para Aleteia Venezuela y publicada el 23 de abril de 2019.

Dicha entrevista la dio Alfredo Gómez Bolívar quien, durante treinta años, junto con su esposa Milagros Sotelo, ha investigado la vida y obra del doctor José Gregorio Hernández Cisneros.

 

Contacto inicial

El acercamiento de Gómez Bolívar y su esposa al admirable doctor dio comienzo a raíz del descubrimiento de un libro titulado El Siervo de Dios José Gregorio, médico y santo, escrito por el historiador, periodista y diplomático colombiano Antonio Cacua Prada. Esta obra, publicada por editorial Planeta, podría tratarse de un trabajo más del escritor, pero un episodio marcó su vida. Gómez Bolívar narra que el escritor colombiano tuvo una experiencia singular, cierta vez compartía con unos amigos en las playas de Costa Rica, cuando sintió que la marea comenzó a subir de manera rápida; sentía cómo las olas lo halaban mar adentro, nadaba con esfuerzo pero sin lograr avanzar; pensó que su vida estaba llegando a su fin, cuando se acordó del médico venezolano y comenzó a suplicar casi desesperado: “¡Santo venezolano, sálvame! ¡Santo venezolano, sálvame!”. Enseguida sintió que una fuerza lo empujaba hacia afuera, hasta la playa y así sobrevivió. Agradecido, viajó a Venezuela para investigar acerca del “santo venezolano” para poder escribir su biografía.

Alfredo Gómez decidió escribir también él la biografía del doctor, apoyado por su esposa. Su cariño y devoción al “médico de los pobres” es tal que ostentan en su apartamento un gran cuadro del eminente médico al que los vecinos le atribuyen milagrosas curaciones.

Gómez Bolívar mostró al entrevistador de Aleteia Venezuela, Ramón Antonio Pérez, la biografía lograda con el título El doctor Hernández es nuestro. Tras los pasos de José Gregorio, editado en 2015. En las 198 páginas se plasma, de manera sencilla, la vida familiar, estudiantil, científica y médica de José Gregorio Hernández. “Nuestro médico es digno de ser imitado, tanto en sus virtudes humanas como en las espirituales, porque en su existencia cotidiana se conjugaron ambas con total naturalidad”, expresó el entrevistado.

 

José Gregorio, hombre íntegro y excepcional

Alfredo Gómez contó al entrevistador de Aleteia que el doctor Hernández tuvo un total de trece hermanos; él fue el segundo de los siete hijos que Benigno M. Hernández Manzaneda, su padre, engendró con Antonia Cisneros Mancilla, su primera esposa. Cuando José Gregorio tenía ocho años de edad falleció su madre tras dar a luz a una hermanita que llevaría el mismo nombre de ella. La tía paterna, María Luisa Hernández Manzaneda, se hizo cargo de la crianza de los niños y llegó a ser como una segunda madre. Ella, mujer espiritual, transmitió valores humanos y éticos a sus sobrinos, en particular a José Gregorio, el mayorcito –precisó el entrevistado–. Don Benigno, luego de tres años de viudez, contrajo segundas nupcias con María Hercilla Escalona y de esta unión nacieron seis hermanos más de José Gregorio.

El papá de José Gregorio murió el 8 de marzo de 1890, cuando la hija más pequeña contaba solo con tres años de edad, por lo que José Gregorio quedó al frente de sus hermanos menores. En la entrevista a Aleteia, Gómez comenta: “José Gregorio nunca se casó, no sentía vocación para ser esposo; y, por el contrario, se dedicó en cuerpo y alma a educar a todos sus hermanos y sobrinos”.

De acuerdo con el testimonio de la señora Magdalena Mogollón, incluido en la biografía escrita por Gómez Bolívar, El doctor Hernández es nuestro…, José Gregorio les hacía juguetes a los varones consistentes en cosas sencillas como “gorros para desfiles marciales” que llenaban la casa de alboroto y muñecas de trapo con que jugaban sus hermanitas. Una vez organizado el juego, se iba a su habitación a leer y escribir, porque él “quería ir a Caracas y ser un sabio como su papá”. Isnotú, en el estado de Trujillo, es el nombre del pueblo donde nació José Gregorio Hernández Cisneros el 26 de octubre de 1864.

José Gregorio hizo de su hogar una “iglesia doméstica”, escuela de formación de una vida equilibrada y fructuosa. “Mi madre –reconoce él– que me amaba desde la cuna, me enseñó la virtud, me crió en la ciencia de Dios y me puso por guía la santa caridad”. Del padre heredó la voluntad firme, la fidelidad a los deberes y el sentido de justicia y de prudencia.

 

El doctor Hernández Cisneros

Siguiendo la biografía investigada por los esposos Gómez-Sotelo, nos enteramos que antes de marcharse para Caracas a realizar sus estudios universitarios, José Gregorio le confesó a su padre que pensaba estudiar Derecho, pero su papá le aconsejó que estudiara Medicina “para que ayudara a muchos de sus paisanos en Isnotú”. Fue un alumno brillante que se ganó el aprecio de sus profesores y de algunos compañeros. Con Santos Aníbal Dominici, compartió estudios, inquietudes, aspiraciones y confidencias. El joven Santos Aníbal fue como un hermano para él, al grado de abrirle las puertas de la casa familiar en Caracas, donde parecía ser un miembro más de la familia y participaba en gratas veladas tocando música “para las niñas de la casa”. Se graduaron casi juntos, compraban y compartían publicaciones para estar al tanto de las novedades médicas en Europa; se apoyaron para aprender inglés, francés y alemán.

Dedicado con esmero a su profesión

Ya en su trabajo, el doctor José Gregorio adquirió fama por su esmero y dedicación a los enfermos con las típicas faenas de un médico con largas jornadas de labor. Por su dedicación y cariño a los enfermos más necesitados se ganó el apelativo de “Médico de los pobres”.

Milagros Sotelo, colaboradora en la biografía El doctor Hernández es nuestro. Tras los pasos de José Gregorio, reveló en la entrevista que les hacía Ramón Antonio Pérez, de la Aleteia, que al Dr. Hernández no le gustaba subirse a los carros y que todas las diligencias las realizaba caminando. Su esposo añadió que “un día le regalaron una carroza de caballos y a su vez la obsequió” a un necesitado, y también narró una anécdota ocurrida el día de su trágica muerte:

 

“Era el 28 de junio de 1919, día en que se firmó el Tratado de Paz que ponía fin a la Primera Guerra Mundial. El doctor Hernández, al siguiente día muy temprano, como era su costumbre, asistió a Misa. Esa mañana se encontró con un amigo que le preguntó: ‘¿Qué le pasa, doctor, por qué está tan contento?’. Ante esa interrogante respondió alborozado: ‘¡Cómo no voy a estar contento, se ha firmado el Tratado de Paz! ¡La paz del mundo! ¿Tú sabes lo que eso significa para mí? Mira, te voy a hacer una confidencia: Yo he ofrecido mi vida en holocausto por la paz del mundo. Ahora solo falta…’. Una sonrisa alegre y un presentimiento iluminó su semblante. El amigo tembló ante lo profético de su muerte. ¿Cómo podría explicarse que ese mismo día el doctor Hernández muriera atropellado por un automóvil?”.

 

Aquel 29 de junio de 1919, luego de examinar a una anciana enferma, fue a la farmacia a comprarle sus medicamentos, como acostumbraba hacerlo frecuentemente con sus enfermos incapacitados. De regreso a casa de la paciente, fue golpeado por un vehículo que pasaba por la calle de Amadores en la populosa zona de La Pastora, al oeste de la capital venezolana, y quedó mortalmente herido, a causa del golpe que recibió en la base del cráneo, cuando cayó de espalda sobre la acera. El expediente jurídico No. 32 recogió el nombre de quien conducía el auto, Fernando Bustamante, de veinticuatro años. Este ha sido absuelto, ya que el doctor “José Gregorio, queriendo atravesar la calle y adelantar el tranvía que en ese momento se estaba deteniendo, no vio ni oyó el auto, debido al ruido que ocasionaba el frenado del tranvía”. El chofer, nervioso, salió de su auto y auxilió al médico moribundo. Lo subió a su coche, para lo cual contó con la ayuda de un pasajero del tranvía y lo llevó al Hospital Vargas para que fuera atendido. Al llegar al centro asistencial se encontraron con que no había médicos, solo pasantes y enfermeras; inmediatamente fueron a buscar al Dr. Luis Razetti, amigo de José Gregorio, para que lo atendiera”, cuenta Alfredo Gómez en su libro.

El capellán del Hospital Vargas, presbítero Tomás García Pompa –sigue comentando el entrevistado– le administró los Santos Óleos y le dio la absolución. Por su parte, el doctor Razetti se encargó de certificar la defunción. El cadáver le fue entregado a la familia para ser velado. El inspector general de los Hospitales Civiles y otros médicos pidieron permiso para embalsamar su cuerpo y rendirle honores durante tres días en la capilla ardiente. Su hermano César, después de agradecer el gesto de los que tanto amaban a José Gregorio, se opuso a ello, interpretando la voluntad del extinto médico que siempre fue en su vida tan ajeno a toda clase de honores.

“El lunes 30 de junio fue un día de duelo no decretado”, cuentan los esposos Gómez-Sotelo. “De manera espontánea los comercios, oficinas, teatros y demás establecimientos públicos se unieron en un cierre de 24 horas. De la casa de su hermano José Benigno, el féretro fue trasladado hasta el paraninfo de la Universidad Central de Venezuela, donde luego de recibir honores fue llevado por sus colegas y estudiantes hasta la catedral. A las 7 de la mañana, el arzobispo de Caracas, monseñor Felipe Rincón González, ofició la Misa de cuerpo presente ante la multitud ahí reunida… Afuera, en la Plaza Bolívar de Caracas se calculaba que había unas 30 mil personas congregadas. A las puertas de la Iglesia metropolitana la gente pedía a gritos que los universitarios le entregaran el ataúd al grito de: ‘¡El doctor Hernández es nuestro!’; exigían ser ellos, el pueblo, quienes en hombros lo llevaran hasta su última morada, y así fue, cuando por fin sus restos llegaron al Cementerio General del Sur, a las nueve de la noche”. Ω

 

 

(Síntesis a cargo de Gregorio Hidalgo Chávez, religioso paulino de México, basado en es.aleteia.org/2019/04/23/biografo-de-jose-gregorio-hernandez-el-medico-de-los-pobres-merece-ser-imitado).

Se el primero en comentar

Deje un comentario

Tu dirección de correo no será publicada.


*