Los cubanos, el cine y el año que se va

Por: Xavier Carbonell

De tanto llevar estadísticas, contabilizar fracasos, cancelar proyectos y cerrar puertas, admitir que el 2020 nos tiene aburridos es un síntoma de buena salud mental. El coronavirus no solo satura los sistemas sanitarios, sino que la radio, la televisión y las redes sociales nos acosan hasta la fatiga con números y consejos que no por útiles dejan de ser desesperantes. Por eso decir aburrimiento –en lugar de salación, agobio, cansancio– es casi elegante, sano, sobre todo viniendo del cubano, médico improvisado de sí mismo y primer comentarista de sus desgracias.

Regresemos en el tiempo a las botellas descorchadas el 31 de diciembre del pasado año, cuando el noticiero quería aguarnos la fiesta con otra nefasta coyuntura, hoy casi un infortunio menor: más de un ama de casa se ha preguntado qué le hicimos al 2020 para que nos saliera tan mal muchacho, verdugo de nuestras ilusiones –bastante maltratadas ya–, y tan duradero como meses tiene el año.

Parece, sin embargo, que todo va pasando y que el 2020 se hace viejo, como el anciano que los antiguos almanaques dibujaban para representar el año veterano. Y cada quien se ha buscado, en estas largas semanas en casa, métodos para anestesiar el malestar de no poder hacer vida civilizada y social.

Imagino que ya se hayan hecho las cuentas, pero en Amazon y Netflix deben haber multiplicado milagrosamente sus millones con dos necesidades: el envío de comida y objetos necesarios a la casa, y el entretenimiento para la multitud estancada en el sofá. Eso sucede en otras orillas, siempre remotas, de las cuales nos llegan noticias y telegramas digitales. Pero el cubano no tiene Amazon, sino colas vociferantes y sudorosas –más amazónicas que la compañía en cuestión–; no tiene Netflix, sino el humilde paquete que monásticamente se copia de vecino a vecino; de hecho, a menudo no tiene ni siquiera un sofá, lo cual descarta todo tipo de estanco.

Sin embargo, que no cunda el pánico: con subdesarrollo incluido, seguimos siendo cultos, libres y todo lo que Martí soñó en su pobreza neoyorquina. De hecho, me atrevería a decir que aún tenemos privilegios y ganancias –no son las que se pregonan oficialmente, pero sí más efectivas–. Junto a los escuálidos logros que hemos tenido con el Internet (más comunicación con nuestras familias del otro lado, mayor acceso a ciertos medios, otras maneras de contar el mismo cuento, etcétera), el cubano se afianza a un antiguo método para cultivarse a sí mismo.

Hablo de la relectura, no solo de libros o revistas jubiladas, sino también de las películas que, desde siempre, habitan en nuestro proyector imaginario. Son filmes que citamos, que nos traen a un momento feliz de la juventud, escenas que amueblaron nuestra educación sentimental. El cubano posee un fervor particular hacia el cine, es un espectador informado y –aunque las salas queden vacías– todavía nos queda el televisor, donde a despecho de nuestra programación infame, somos un poco más dueños de lo que queremos ver.

Los paqueteros o rellenadores de memorias –el término me recuerda a los que resucitaban las fosforeras gastadas– están siempre prestos a atiborrar nuestros dispositivos de las últimas películas, series o documentales. Y el cubano, siempre bien avisado, sabe qué pedir.

¿Cuántos nos quedamos esperando la última entrega del Agente 007, No time to die, pospuesta por tercera o cuarta vez? Queríamos ver la última interpretación de Daniel Craig como James Bond, el espía entrañablemente machista, afincado en el viejo canon masculino del whisky, las armas, el puro habano y los trajes elegantes. Todo esto, lo sabemos, forma parte de un antiguo orden, hoy políticamente incorrecto y condenado por el radicalismo, que enarbola cualquier bandera. (Algunos aseguran que, en la próxima película, James Bond será encarnado por una actriz negra, lo cual me parece tan fuera de lugar como vestir a Mary Poppins con esmoquin; cada uno a su oficio).

Las redes sociales de Woody Allen llevan tiempo anunciando, por todo lo alto, A rainy day in New York y también su próximo filme. Y los fanáticos del maestro cruzamos los dedos para que esta vez la película sea digna de su director, y no una variante de los mismos temas, como sucedió con sus filmes anteriores.

Después de Dumbo y The Lion King –ninguna a la altura del animado original– tuvimos que sufrir Mulan, que fue la gota que colmó el vaso. Hice nota mental de no volver a tener altas expectativas con los proyectos live action de Disney. Lo mismo me sucedió con Sonic, el erizo azul de los videojuegos; una lección maestra de cómo destruir a un personaje, querido desde la niñez, con actuaciones escalofriantes –quizás una de las peores de Jim Carrey.

Pero el 2020, más allá de las novedades, fue el año en que pudimos ver –con delicioso desfase– los filmes producidos el año anterior. Entre las más taquilleras (no necesariamente las mejores, claro) estuvo el esperado final del ciclo Marvel. Más de veinte películas que tuvieron su colofón en Avengers: Endgame, un catastrófico juego con el tiempo que involucró a cientos de superhéroes en el enésimo apocalipsis de la ficción. Los directores de Aladino, en la misma línea de volver a contar la historia de los dibujos, lograron una curiosa alquimia: convertir un personaje de la tradición china, absorbido por los árabes, en un musical indio de Bollywood. Con estos truenos, la pandemia parecía no ser el único cataclismo.

No obstante, creo que el legado de un año al otro –y a la historia del cine– queda justificado por una trilogía fulminante, impecable, que hemos repetido una y otra vez en nuestras pantallas: Parasite, Joker y 1917; a las que siguen de cerca The Irishman y Jojo Rabbit. Parasite nos removió las entrañas con un drama familiar que va de la comedia al terror, cambiando de tono y de atmósfera, sacudiendo cualquier expectativa, en un relato maestro que se escapa de todos los géneros y etiquetas.

La actuación de Joaquín Phoenix en Joker –vilipendiada por los pacotilleros de la afición ortodoxa a DC Comics– superó a sus antecesores Jack Nicolson y Heath Ledger (nadie con un mínimo de decencia lo compararía con Jared Leto). Mostrar el contorno humano de este personaje, emparentado con el protagonista de Taxi Driver, fue la ganancia de esta relectura del popular villano de Batman. El impacto simbólico de este nuevo Joker se hizo sentir incluso en protestas anárquicas reales, como las del filme, donde hubo quien se encasquetó la máscara del payaso que ya no puede creer en ningún sistema.

1917 es una historia contada sin maquillaje, sobre una guerra que hemos olvidado pero que fue uno de los primeros síntomas de que el mundo andaba mal. En actuaciones decentes, aunque a veces secas, el conflicto es llevado a la intimidad de un joven soldado que lo va perdiendo todo, hasta que solo queda él, empuñando el arma, sin nada más a lo cual aferrarse. Junto a The Irishman –donde Martin Scorsese agrupó los mafiosos más queridos del cine, Al Pacino y Robert De Niro– y la imaginación torcida de Jojo Rabit, estos filmes garantizaron un 2020 menos aburrido y, de algún modo, ofrecieron cierto consuelo al cierre o la reformulación de múltiples festivales cinematográficos.

The Two Popes fue otra película que inquietó y provocó agudas observaciones sobre la vida interior de la Iglesia. Una conversación ficticia entre Ratzinger y Bergoglio logró acercar, incluso a los no creyentes, a la interesante transición entre estos pontífices y lo que ello supuso para la fe católica. Además de las actuaciones de excelencia, en su contrapunto, que ofrecieron los ya consagrados Jonathan Pryce y Anthony Hopkins.

Ni hablar del extenso obituario que nos dejó el 2020, que pasó guadaña a figuras esenciales del séptimo arte. Entre los actores, vimos partir a Sean Connery, el Bond original, recordado por filmes cardinales como The Name of the Rose e Indiana Jones: The Last Crusade. Otros actores de filmes clásicos, también muertos este año, fueron el inolvidable Kirk Douglas y el nonagenario Max von Sydow, que participó en las antológicas El séptimo sello y Fresas salvajes, de Bergman, conocido por los espectadores más jóvenes en Game of Thrones y Star Wars.

El actor indio Irrfan Khan, tras una carrera brillante que incluyó Life of Pi y Jurassic World, murió en un hospital de Bombay; mientras que Ian Holm, el ya anciano Bilbo Baggins de The Lord of the Rings, también falleció en Londres. Otro lamentable deceso fue el de Chadwick Boseman, que había realizado una muy decorosa interpretación en Black Panther.

Cuba también sufrió estragos en dos figuras queridas. Casi al terminar este trabajo, me llegó la noticia del deceso de Broselianda Hernández –ahogada en las playas de Miami, inmortal como una nueva Ofelia–, rostro entrañable fijado, entre otros filmes, por su encarnación de Leonor Pérez en Martí: el ojo del canario; y en Santa Clara, la crítica de cine Ileana Margarita Rodríguez, dejó un notable vacío en la activa vida cinematográfica de la ciudad.

Por último –y porque redactar esquelas es una tarea poco grata para un cubano–, es preciso mencionar al maestro Ennio Morricone, cuyo aporte al cine y su música ni siquiera es necesario detallar. Los temas de Nuovo Cinema Paradiso, The Mission y The God, the Bad and the Ugly, entre decenas de filmes, forman parte de la memoria musical de varias generaciones.

Para el que ha sabido vivirlo, y a pesar del dolor por las pérdidas causadas por la pandemia, el 2020 ha sido una oportunidad para cultivarse. Aunque la vida real del cubano no admita el cacareado quédate en casa; aunque tenga que integrarse a las kilométricas líneas de espera; aunque le falte la comida, el agua, la corriente y el flujo anestésico del Internet; a pesar de todo, seguimos dispuestos a batearle todas las bolas a la salación, oficialmente certificada para el próximo quinquenio.

De hecho, el ser y el padecer del cubano están anclados a ese consuelo extraño: el saberse trágicamente sabio, prodigiosamente culto, capaz de batirse –con razón o no– en el más erudito de los debates. Tanto en las salas de cine que hoy no podemos llenar, con nuestra típica indisciplina, como en el sillón rústico de la sala donde escribo este artículo, el cubano sigue fiel a la cultura, la vida y el amor al cine. Ω

 

xavier.carbonell95@gmail.com

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