Quinto Domingo de Cuaresma

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

21 de marzo de 2021

Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones;

yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

Cristo, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer.

Jesús tomó la palabra y dijo:
“Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del libro de Jeremías 31, 31-34

“Ya llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—.
Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo:
‘Conozcan al Señor’, pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor —oráculo del Señor—, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados.

 

Salmo

Sal 50, 3-4. 12-13. 14-15

  1. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R/.

Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti. R/.

 

Segunda Lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 5, 7-9

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial.
Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.

 

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan 12, 20-33

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
“Señor, queremos ver a Jesús”.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó:
“Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre”.
Entonces vino una voz del cielo:
“Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.
La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
“Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

 

Comentario

 

En vísperas ya de la Semana Santa, la Palabra de Dios de hoy nos introduce en el significado profundo del misterio que celebraremos en pocos días. Dios quiso ensanchar y alargar su Alianza con el pueblo de Israel a toda la humanidad. Quiso universalizarla, extenderla a todos los pueblos de la tierra y de la historia. Y lo hace mediante el sacrificio de su Hijo, su único Hijo, en la Cruz. Una alianza nueva, una amistad renovada, una comunión única no apoyada en normas y cumplimientos externos sino en amor y misericordia entrañables que une corazones libres, el de Dios y el de cada uno de nosotros; una religión inscrita en lo más profundo de cada ser humano, y que descubre en sí mismo en la medida que busca y descubre a Dios en Cristo como su Creador, Señor y Salvador.

Qué bueno sería que todos los cristianos, desde nuestra vivencia de Dios, invitásemos a otros a conocerlo para que en Él se reconocieran a sí mismos y descubrieran la maravilla para la cual hemos sido creados y puestos en la vida, por amor y para amar. Y en ese camino solo se progresa si miramos a Cristo crucificado y nos identificamos con Él, síntesis perfecta del amor divino y humano, de lo que Dios quiso darnos y de lo que nosotros desde la humanidad de Cristo podemos darle a Dios.

¿Qué tiene Cristo crucificado que atrae a tantos hacia Sí? No podemos expresarlo en palabras. Hace unos años, en una de mis parroquias, por cierto, muy colorida y poblada de imágenes, pregunté a un grupo de niños pequeños de no más de cuatro años, cuál era la imagen que más les gustaba. Yo enseguida pensé que me dirían cualquiera de las imágenes preciosas y lindas de la Virgen María, de Jesús o de cualquier otro santo. Para mi asombro me señalaron con sus deditos en alto a un Cristo crucificado. Más adelante, el año siguiente, volví a hacer el “experimento” con otro grupo similar de niños y el resultado fue el mismo. Me señalaron al mismo Cristo crucificado. Solo que esta vez me atreví a preguntarles sobre el porqué de su elección. Y uno de los más vivarachos, después de un largo silencio, se atrevió a decirme: “Porque está desnudo y tiene una yaya (herida) en el pie”. Además de conmoverme y ver cumplida en aquellos niños las palabras de Jesús del Evangelio de hoy –atraeré a todos hacia mí– me di cuenta de que efectivamente el Crucificado era la única imagen desnuda y herida, con la cual ellos se podían identificar más y mejor, por su humanidad, por su verdad, por su pobreza, por su debilidad, por su silencio, por la ternura y el amor entregado que exhalan de ella. ¡Cuántas crisis, momentos de oscuridad, sufrimientos, enemistades, dolores se diluyen mirando a Cristo crucificado, desnudo y herido! ¡Cuántos ropajes nos sobran en la vida tras los cuales edulcoramos la realidad, escondemos nuestras miserias, faltamos a la verdad, acomodamos la religión! ¡Qué necesario es volver a mirar a Cristo crucificado con la mirada de esos niños, sin prejuicios ni complejos, apreciando lo que me duele y me identifica con Él!

Tomo prestada para este comentario la reflexión que el Papa Francisco ofrecía hace un par de años sobre el texto del Evangelio de hoy:

“Quien quiere conocer a Jesús debe mirar dentro de la cruz, donde se revela su gloria… En la imagen de Jesús crucificado se desvela el misterio de la muerte del Hijo como supremo acto de amor, fuente de vida y de salvación para la humanidad de todos los tiempos… Y para explicar el significado de su muerte y resurrección, Jesús se sirve de una imagen: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. Quiere hacer entender que su caso extremo –es decir, la cruz, muerte y resurrección– es un acto de fecundidad –sus llagas nos han curado–, una fecundidad que dará fruto para muchos. Así se compara a sí mismo con el grano de trigo que pudriéndose en la tierra genera nueva vida. Con la Encarnación, Jesús vino a la tierra; pero él debe también morir, para rescatar a los hombres de la esclavitud del pecado y darles una nueva vida reconciliada en el amor… Y este dinamismo del grano de trigo, cumplido en Jesús, debe realizarse también en nosotros sus discípulos: estamos llamados a hacer nuestra esa ley pascual del perder la vida para recibirla nueva y eterna. ¿Y qué significa perder la vida? Es decir, ¿qué significa ser el grano de trigo? Significa pensar menos en sí mismos, en los intereses personales y saber ‘ver’ e ir al encuentro de las necesidades de nuestro prójimo, especialmente de los últimos. Hacer con alegría obras de caridad a los que sufren en el cuerpo o en el espíritu es el modo más auténtico de vivir el Evangelio, es el fundamento necesario para que nuestras comunidades crezcan en la fraternidad y en la acogida recíproca”.

Hace unos años escuché que un misionero tenía escrita en su cuarto esta frase: “Grano de trigo, ¡cuánto te cuesta morir!”. Todos los días la miraba y se la decía a sí mismo. Hasta que un día enfermó gravemente y lo trasladaron a un hospital. Al visitarle sus amigos y ofrecer ayudarle en lo que le hiciera falta les dijo: “Tráiganme la frase que tengo escrita en mi cuarto para seguir diciéndola hasta el final: ¡grano de trigo, cuánto te cuesta morir!”. Ojalá que nosotros nunca nos cansemos, como servidores de Cristo, de ser grano sembrado y fecundo que muere para dar frutos, que brotarán y llegarán mucho más allá del momento en que vivimos, de la gente que conocemos y de la tierra en que estamos sembrados.

También en esta Semana Santa, en medio de la pandemia que nos azota y de tantas otras dificultades y carencias, Cristo crucificado volverá a ser alzado para ser luz y salvación de todos los que creemos y confiamos en Él, volverá a dar la vida por cada uno de nosotros como el grano de trigo que cae en tierra y muere para ser fecundo. Mirémosle con esperanza.

 

Oración

 

Oh Cruz de Cristo

Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida que, en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos, y dan de comer a sus hijos el pan ensangrentado.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de la naturaleza, nuestra «casa común», que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el Mar Mediterráneo, en el Mar Egeo y otros mares convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada ante la emigración y el derecho a la libertad.

Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.

En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz.

Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.

Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar.

Amén.

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