“Nubes dentro”, el pórtico de El camino a casa (Selvi Ediciones, 2020), de Caridad Atencio, remite a la condición fragmentaria de la poesía a partir, además, de las revisiones de una autora por su propia obra. Asimismo se presenta “Nubes…” como una suerte de poética que, en un marco justo por elección, se instala para referir algunos alcances de la poesía, al tiempo que conecta con la totalidad del libro. Por ese estado de pieza prologal, Atencio escribe: “La poesía esconde la mitad que quiere entregar. En ese forcejeo se autoasombra y comienza de nuevo el viaje, el estallido. Presuponer un tejido, un entramado precedido de, en cierta forma, movibles cuestionamientos es, a lo menos, un esfuerzo imposible”.
Por los dos acápites bien conectables: “Acaso divisible” y “El camino a casa”, el libro irrumpe desde sus primeras páginas cual búsqueda de una confirmación. No es el recorrido al azar, la improvisación que se desconcierta a sí misma buscando el constante asombro ante los sucesos del mundo. Es el fluctuar entre presente y pasado, el peso cultural y el seguir experimentando el día a día hasta encontrar territorios más moderados o, siquiera, con otros alicientes tal cual acontece sobre todo hacia la segunda mitad del cuaderno.
Ahora la escritura es prosada, se ampara en los testimonios de la autora y, aunque el pasado parece determinar lo confesional, es la memoria quien se entroniza en un presente en rigor indefinido, transnacional pero específico en cuanto evocación del sujeto lírico: “Cuando mi padre murió el marpacífico rojo y moñudo, que había sido talado por él en forma abusiva, floreció. Cuando perdí a mi madre el árbol, que apenas daba flores, se derribó en el camino que, cerca del jardín, disponía la entrada y la salida de la casa”.
Se dejan leer los poemas en su expuesta autonomía. No obstante, prima una fuerza casi secuencial que Atencio evita de cuando en cuando con toda intención para que, dentro de lo retrospectivo, haya alternancias o, mejor dicho, saltos elípticos en textos inmediatos, donde algo sucede durante la niñez (“Llegaba el tiempo…/”) para de pronto asistir a una experiencia en que confluye más que el amor (“Un tipo que vivía un poco fuera de la ley…/”). Así influye en el camino y hasta lo determina. A ello se le suma el relato sobre la muerte del padre y luego uno vuelve a saber de él por una anécdota que incluye otra vez la referencia de su partida. Léase “Y el asunto es que la escuchó cantar de nuevo…/”.
Camina el padre silencioso al lado del yo protagonista y la madre no se queda detrás. A la madre, de hecho, se le evoca aún con provocación, que no es desacato o resentimiento: “Si bien te lamentabas porque nací mujer, y por el inmenso dolor que sobre mí vendría, por acunarme abandonabas todo, aunque estuvieras sola, muy sola en la casa. Todo el tiempo se vuelve al instante en que con un tramo de tela que sobraba de tu traje creabas el prodigio del mío…/”. ¿Pudiera advertirse una queja? En absoluto. Cuanto invade el poema es una reconciliación entre dos generaciones demasiado próximas.
Al cierre de su más reciente poemario, a medio camino entre las memorias y el ensayo, el epílogo “Nubes fuera”, cual compromiso personal de encontrar en surtidas opiniones del género en cuestión, cierra con razones de su poética. Caridad Atencio termina admitiendo: “A estas alturas siento que hay definiciones de poesía como poemas hay y ha de haber. Esa inquietante aproximación al límite o insistente acumulación en pos de él, no su destrucción, es la que alienta mi psiquis y otras tantas, haciendo del camino un universo”.
Permítasele al lector entonces algún que otro capricho estimador.
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