Desde hace algunos años, rueda por predios del ciberespacio una sentencia que Umberto Eco enunciara en una entrevista y a la que regresó en alguna que otra ocasión. El texto afirmaba con crudeza que las redes sociales habían conseguido darle voz a los idiotas y que por ello sufríamos de la invasión de una legión de imbéciles. De hecho, ante muchos sucesos actuales, es menester repasar las palabras del escritor.
Un fulano equis afirma, en pleno siglo XXI, que la Tierra es plana. Después de argumentarlo, invita al usuario a ir a su página web y descargar el libro y el video de su autoría (y, por supuesto, a pagar por ello) donde lo explica mejor. En tales casos, que abundan, al menos vemos a las claras que el terraplanista busca simplemente estafar el bolsillo del incauto viandante. Sin embargo, cuando cientos o miles con semejantes ideas se unen en un grupo en las redes, empiezan a generar serias distorsiones. Porque en tales comunidades, donde no hay moderador ni control alguno de lo que se publica, salen a la luz innumerables idioteces y hasta se exaltan a profetas y descubridores de los supuestos nuevos y revolucionarios saberes. Y, tristemente, es fácil constatar cuántos otros idiotas caen en tales trampas y hacen causa común de cualquier dislate, por mayúsculo que sea.
Como bien dice Eco, estos eran aquellos tontos que hablaban en la barra de un bar, sin dañar a la comunidad, y eran prontamente silenciados. Pero ahora, la Internet “ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad.” Es decir, que los idiotas, “tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel”, afirmaba el escritor piamontés. Como ejemplo, destaca que una persona con cultura, con educación, puede fácilmente diferenciar los bulos de las verdades, pero el público más joven o las personas de menor nivel educacional, pueden caer en la trampa. En especial porque para muchos todavía sobrevive el viejo axioma de que si lo dice la prensa, o ahora Internet, es cierto. Sin mirada crítica, ni cuestionamiento alguno.
Resulta preocupante el aumento de las llamadas fake news, o noticias falsas, en los predios digitales. El propio Eco destaca que antes, en la redacción de un periódico, por amarillista, falso o brutal que fuera, todavía existía cierto control acerca de lo que se publicaba. Ahora es el reino del absurdo y la mentira y una sola persona puede colgar en la web una información y hacerla global en pocos minutos. Además, cada mentira encuentra inmediato rebote en miles de opiniones, nuevas y peores versiones, y cala veloz en el imaginario de muchas personas. Lo peor es que se asumen, sin análisis ninguno, como verdades incuestionables.
Hoy, no sólo se publican noticias falsas con fines políticos. Ahora se crean foros para probar que los alienígenas reptilianos dominan el mundo, que con cada vacuna Bill Gates pondrá un chip en cada ser humano que permitirá controlarlo desde alguna secta secreta o que muchas fantasías paranormales y leyendas urbanas o folklóricas son del todo ciertas. Se hace, no como diversión, sino desde la afirmación y la certeza, dándolos como totalmente verídicos, según sus defensores.
Del mismo modo, se desprestigia o exalta a un artista, un deportista o cualquier figura pública, con sucesos ciertos o inventados. Hasta puede crearse una asociación de médicos que afirmen que las vacunas no funcionan y que no hay tal cosa llamada coronavirus, ni existe la Covid 19. Para despertar la ira de los muchos que por meses han perdido el sueño y han arriesgado sus vidas para salvar a millones de contagiados en todo el planeta. Y para sumar idiotas desprotegidos al bando de los enfermos y los muertos.
Por eso sucede que hay una manifestación de miles de personas donde se defiende el derecho humano a no portar nasobuco de modo obligatorio. Olvidando el derecho humano del prójimo a no ser contagiado y despreciando todo fundamento científico. Por eso en una playa se reúnen contagiados y sanos, en una fiesta de trasmisión, para probar que el coronavirus es falso. Por eso hay grupos que, sin preparación científica alguna, reafirman las teorías terraplanistas y antivacunales (o cualquier otra) citando lo mismo versículos bíblicos, profecías de Nostradamus, que exclusivas y ultrasecretas investigaciones filtradas desde el Pentágono, la KGB o las pirámides de Egipto. Por eso encontramos foros donde, como ingredientes en su propia salsa, los miembros reaccionan airados y ofendidos si alguien rebate, con ciencia y lógica, los argumentos tan disparatados que pueden llegar a enunciar o defender.
Por desgracia, a las consuetudinarias idioteces del homo sapiens, como las de crear armas capaces de destruir dos o tres veces el planeta o de contaminar con residuos nucleares o plásticos el medio ambiente, y aniquilar de paso especies enteras de flora y fauna, ahora sumamos nuevas tonterías. Como para darle la razón a cierta frase atribuida a Albert Einstein, quien se dice igualó en infinitas dimensiones al espacio cósmico y a la estupidez humana. Por lo pronto, los imbéciles están a la ofensiva. A ver cómo los paramos.
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