APOSTILLAS
- A modo de introducción. No puedo precisar con exactitud cuántas veces he hablado y escrito acerca de este tema –después del fallecimiento inesperado de Lezama–, en casi todas sus variantes, con la inclusión de la “vieja” discusión en torno a la identidad católica de nuestro poeta. La revista Palabra Nueva tiene constancia de ello en más de una ocasión. Propuse otro tema para este número: la presencia del cristianismo en el tránsito cultural en Occidente, de la Edad Antigua a la Edad Media. Este tema me interesa sobremanera y, aceptablemente desarrollado, fue objeto de una “clase magistral” de clausura de curso, hace algunos años, en el Colegio Universitario San Gerónimo. El Colegio hizo una edición muy cuidadosa de mi texto. Con frecuencia, algunos amigos y alumnos me lo piden, pero ya no tengo ningún ejemplar; de ahí la idea de consagrar esta Apostilla a ese tema. Propuse, como alternativa, abordar, otra vez, la religiosidad católica de Lezama: ortodoxa, pero sui generis.
- Alguien que puede hacerlo y lo sabe hacer, me pidió la alternativa lezamiana, no mi proposición original, de género histórico. Por supuesto que hablar y escribir acerca de Lezama –de sus letras exuberantes, de su pensamiento ecuménico, de su religiosidad católica y de su vida singular– no me cansa, ni me aburre; siempre de él aprendo, saboreando sus infinitas y deleitosas ambrosías. Tomando en préstamo y parodia –con todo respeto y devoción mariana– el conocido dictum de la Mariología, me permito afirmar, en un contexto cultural cubano, De Lezama, numquam satis. Nunca agotaremos el tema lezamiano. El poeta es mina inagotable. Y aquí estoy, tratando de complacer y… complacerme. Espero que quienes han leído y escuchado otros textos míos acerca del poeta, sepan excusar las repeticiones y los lugares comunes; no podré evitarlos, pues no inventaré hoy otro Lezama.
José Lezama Lima - Metiendo el diente con insistencia en un hueso duro de roer: la identidad católica de Lezama; me parece conveniente aclarar que, a nivel personal, doy por adquirida la convicción de que Lezama fue católico, desde la cuna hasta la tumba. Estimo que, en su caso, no existen indicios ni de agnosticismo o ateísmo, ni de otra confesión religiosa, no católica, cristiana o no. Aunque fue un hombre ecuménico, no tuvo relaciones de vinculación personal ni con las confesiones religiosas evangélicas presentes en Cuba, ni con las formas sincréticas, derivadas de las religiones africanas y de un cierto catolicismo mal conocido y peor interiorizado. Las conoció todas –su apetito cognoscitivo, como el digestivo, era insaciable–, pero no coqueteó con ninguna. Además, confieso que no me gusta hurgar en un tema que, en última instancia, está vinculado con el sagrario de la conciencia personal, trátese de Lezama o de cualquiera de nosotros. Me desagrada escarbar en el mundo interior ajeno y rechazo, con toda la fuerza de la que todavía soy capaz, la pretensión de que en ese ámbito –el de la identidad católica y de la conciencia personal– podamos llegar a resultados contundentes, de naturaleza marmórea.
- ¿Qué sucedería si dejáramos hablar al propio Lezama; si lo llamáramos para que nos presente su vida real y se exprese sobre el tema de su conciencia religiosa personal, con sus propias palabras? Pienso que él mismo, hablándonos hoy desde su obra y desde el recuerdo de su vida, es el único acceso a una respuesta aceptable. Sus textos están editados, y los hechos y actitudes de su vida nos son suficientemente conocidos. No fue una existencia oculta, sino muy visible para todos los que fuimos sus paisanos habaneros.
- Las limitaciones de este artículo imposibilitan analizar detalladamente escritos y hechos o actitudes. Citaré algunos textos esclarecedores y no hago trucos, ni oculto cartas de baraja en la manga. Considero suficientemente evidente, en ellos, la identificación del poeta con el catolicismo, en el nivel de sus convicciones religiosas más profundas y definitorias de su manera de ser, aunque él no haya sido, durante toda su existencia temporal, un católico ejemplar, asiduo a la Misa dominical –en los años de los “convivios” origenistas en Bauta, a la sombra del padre Gaztelu, sí lo era– y a otras prácticas religiosas comunitarias y visibles. No ignoro que algún especialista podría salirme al encuentro con un “sable” morisco, apoyado en textos que permitirían considerar a Lezama como exponente, no de otra religión que no fuese la católica, pero sí como un católico ambiguo en algunas de sus convicciones de carácter filosófico; es decir, como un católico heterodoxo u “órfico”, como lo han llamado algunos amigos, e incluso él mismo, medio en broma, medio en serio. A partir de citas, sea de su poesía, sea de su prosa, narrativa o ensayística, algunos autores han apuntado hacia un cierto dualismo neoplatónico o gnóstico, de corte alejandrino, que parecería asomarse por debajo de los textos, como una especie de vuelo de un antiguo refajo indiscreto, de tiempos de nuestras bisabuelas. Si esto fuera así, eso sería equivalente a afirmar la ambigüedad mencionada, pero, ¿acaso eso fue así?
- Estimo que todo se resuelve positivamente si sabemos situar esos textos provocadores en su contexto literario y en el marco insustituible de la propia vida de Lezama. Además, no deberíamos dejar de tener en cuenta el pluralismo de las expresiones textuales, artísticas y vitales en el interior del cristianismo, y que, una cosa es ser católico, y otra es que, a pesar de esas convicciones, una vez más que otra, nuestro autor “haya sacado los pies del plato” y haya sufrido algún resbaloncillo textual que no disminuye la certeza de sus convicciones, sino, simplemente, solidariza al poeta con la fragilidad humana que todos compartimos. Y los escritores las padecemos, de manera muy especial y dolorosa, en lo que se refiere a la buena elección de una palabra, de una frase o párrafo o hasta de un género literario, con finalidad de lograr la mejor transparencia ¿Quién entre nosotros no padece al menos leves contradicciones de esta índole? “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Jn. 8, 7). Así dijo Jesús ante la mujer sorprendida en adulterio y los evangelios nos recogen la escena.
- No sé si entre mis lectores habrá alguno, pero pueden estar seguros de que el tirador callejero de seborucos aplastantes no voy a ser yo, toallero como soy por naturaleza, que en mi no corta vida, lo que me he esforzado en aprender a tirar son las flores, no las piedras. O mejor, no a tirar flores, sino a ofrecerlas gentilmente. Y con las mejores razones, las ofrezco también a Lezama, uno de los intelectuales habaneros a quien más he apreciado y a quien casi todos los cubanos estamos agradecidos por el disfrute que nos permiten sus letras, y porque nos ha enseñado, con sus textos y con su vida, las carambolas de la existencia, vivida en los entresijos de La Habana verdadera, la casi secreta, la que pudo entrever María Zambrano, que nos quiso bien. Esa Habana que con frecuencia se nos escapa o, simplemente, no percibimos por tener la mirada mal orientada. No la otra Habana, la de bullangas y colorines, que nos topamos en cada esquina.
- Por otra parte, me parece que no deberíamos pedir a Lezama las precisiones filosóficas y teológicas, propias de la literatura magisterial católica. Lezama fue un poeta y prosista pluriforme, muy fecundo y de calidad superior y, con respecto al tema que nos ocupa, tenía una formación intelectual autodidacta muy por encima de la media de los católicos habaneros de la época. Si insisto en la identidad católica del poeta, no lo hago por ánimo de “sindicalista”, sino por servicio a la verdad de nuestro autor y para facilitar su comprensión diáfana.
- Cito algunos ejemplos ilustrativos o, quizás mejor, iluminadores de la fe católica de Lezama: la “Plegaria tomista”, incluida en los Tratados en La Habana (p. 46, Instituto Cubano del Libro, 2009); la “Loanza de Claudel”, 11 de marzo de 1955 (ibidem, p. 72); los “Sonetos a la Virgen”, incluidos en su Poesía completa (p. 36), exponentes de una finísima mariología católica; el extenso y singular poema “San Juan de Patmos ante la Puerta Latina” (ibidem, p. 61), que denota tanto una antropología y una eclesiología católica, como una espiritualidad de la misma índole y de corte más bien tradicional; del capítulo III de Paradiso, la conversación de Augusta, en Jacksonville, con Florita Squabs, que establece, de manera explícita, el distanciamiento frente a la religiosidad reformada de los Squabs. Me parece que estas citas, tomadas de los diversos géneros literarios que abordó Lezama, podrían multiplicarse; creo, sin embargo, que estas son suficientes para esclarecer este breve análisis.
- Tengo la impresión de que antes de la publicación de Paradiso, o sea, antes de 1966, y tomando muy en cuenta no solo la revista Orígenes, sino también las otras en cuya dirección figuró nuestro poeta de Trocadero, así como sus poemas, artículos y numerosas conferencias, nadie osaba hurtar el calificativo de católico a Lezama. Se solía decir que no era un católico practicante regular, ni de comunión frecuente, ni se contaba entre los miembros de la Acción Católica o de los Caballeros de Colón, pero se casó por la Iglesia de manera muy visible y en su vida se multiplicaron los gestos de relación con católicos; se repetía, por fas y por nefas, que en las frecuentes discusiones sobre temas religiosos con su mejor amigo, Mons. Ángel Gaztelu, en las que aparentemente discrepaban, el sacerdote apresuraba el punto final diciendo al poeta: “¡Lezama, no olvide que usted es católico!, a lo que Lezama solía reaccionar diciendo: “Gaztelu, recuerde usted que yo soy católico a mi manera”, y Gaztelu replicaba inmediatamente, como quien muerde una guindilla picante: “¡Lezama, esa es la mejor manera de no ser católico!”. Esta especie de discusión jocosa terminó por convertirse en el ritual obligado para dar paso a otro tema de conversación y eludir así una disputa de carácter religioso que amenazaba con resultar tediosa para los contertulios.
- En el párrafo anterior incluí la expresión “aparentemente discrepaban” porque no hace falta haber sido amigo muy cercano de Lezama para saber de su sentido del humor y de la introducción, en escritos y en conversaciones, de dichos provocadores que no pretendían darnos una lección de lógica aristotélica, sino salpicar de pimienta y un tantico de orégano de la tierra, de chile habanero y de otras sazones, para lograr un mejor gusto en el tema. Amén de que, a mi entender, hasta podríamos hacer una exégesis positiva de la conocida expresión “católico a mi manera”, si se la entiende según los buenos humores: no como un camino caprichoso, que nos distanciaría del camino de la Iglesia, sino como una ratificación de la sinceridad de la opción por la fe católica; es decir, que se es católico no a la manera de otro, ni por la adopción exclusivamente epidérmica de esquemas que no se sustentan en el mundo interior personal. Según esta exégesis propuesta, la frase podría expresar que se es católico de manera personal. O sea, que se asume el catolicismo tal y como es él, pero según el estilo personal; “ser católico a mi manera”, podría significar que interiorizo el catolicismo en mi propio yo, sin que deje de ser, simultáneamente, el mismo catolicismo de las “reglas de la fe”. Desde los tiempos apostólicos, lo sabemos, el catolicismo es único y, al mismo tiempo, pluriforme en las expresiones de la fe que no afectan su sustancia.
- Podemos continuar, ¿por qué, entonces, esas dudas acerca de la calidad del catolicismo lezamiano, después de la publicación de Paradiso, su novela inmensa, que es también poema de la mejor calidad? ¡Casi me da pena decir lo que pienso! Sencillamente, porque muchos miembros de la Iglesia, a la que gustosamente pertenezco por la gracia de Dios, tanto algunos personajes notables, como personas sencillas de las sacristías habaneras, consideraron contradictorio con la fe católica el famoso capítulo VIII de la novela Paradiso, el del descenso a los Infiernos.
- Ese tipo de consideración negativa, que va mucho más allá del juicio literario y pretende llegar a la intimidad lezamiana, a su mismidad, muestra, en primer lugar, un desconocimiento, bastante amplio como desconocimiento, del género literario “novela” y de ese género peculiar, el de “novela poetizada” o “poema novelado”; así como de las licencias que este género no solo permite, sino que incluye necesariamente: la progresión de la acción dramática y la expresión simbólica en un texto cuyo título evoca explícitamente la Divina Comedia, de Dante Alighieri y, quizás también, en sordina, el Paraíso perdido de John Milton. En segundo lugar, muestra, asimismo, que cuando vio la luz la primera edición de la novela, en 1966, muchos no entendieron ese capítulo y lo calificaron erróneamente como “pornográfico”, debido a un lenguaje de coloración sexual muy explícita. ¿Pudo Lezama haber empleado otra forma de narración poética en ese capítulo? Claro que sí, pero la forma que escogió no debería ser un pivote de discernimiento del catolicismo lezamiano.
- Y es que, en términos generales, la mayoría de los católicos de entonces no habían leído a Lezama; no gustaron ni de su poesía, ni de su prosa y, consecuentemente, no entendieron su personalidad singular, ni apreciaron Paradiso como lo que es, la extraordinaria novela cubana del siglo xx. A Dios gracias, ese sunami de beatería tosca y bobalicona no es lo que prima hoy en la Iglesia católica en Cuba. Existe, pero no prima, ni con relación a Lezama, cuya bonhomía es ya casi universalmente reconocida, ni con relación a casi nada. Puede sentirse, literariamente, gusto o no con relación a la obra de Lezama, pero eso es ya otra cosa.
- Consideraciones muy personales. Lezama se empeñó, creo que siempre, en habituarnos a la verdadera sabiduría, la que no solo acumula conocimientos, sino la que nos hace capaces de establecer las más insólitas relaciones y crear con ellas una nueva realidad. De lo contrario, no sería ella misma. Permítaseme, en este lugar del texto, la mención breve de la “Rapsodia para el mulo” (uno de los poemas lezamianos que prefiero). Lezama, ante una pregunta acerca de la correspondencia del símbolo, habría afirmado: “El mulo soy yo”, confiriendo al poema un valor autobiográfico que nos aguijonea para lograr la mejor exégesis posible de la impar “Rapsodia…”. Recordemos el texto: las alusiones a los abismos, a los desfiladeros y a la faja que lleva el mulo porque Dios lo quiere; además, es Dios quien la aprieta, ella le impide la dispersión, y llega a permitirle el don de la creación. El mulo, por su parte, camina con lentitud, pero adquiere el paso seguro y llega a ser capaz de encajar, a la entrada del abismo, los árboles húmedos: “Con que seguro paso el mulo en el abismo […] // Paso es el paso, cajas de aguas, fajado por Dios / el poderoso mulo duerme temblando. / Con sus ojos sentados y acuosos, / al fin el mulo árboles encaja en todo abismo.” (Ibidem, pp. 133 ss.).
- Si en las cuestiones de fe (vivencias, presentación dogmática de la misma, textos celebrativos, manifestaciones relacionadas con la estética, etcétera), la Iglesia se impusiera una expresión uniforme y se negara a la “catolicidad” (universalidad), se cerraría a la dinámica evangelizadora impuesta por el mismo Jesús, Redentor, Señor y Maestro: en todo lugar y hasta el final de los tiempos, lo cual no se refiere exclusivamente a un problema geográfico y cronológico. Es un asunto de implantación o encarnación del evangelio –crítica, ciertamente– en todas las culturas.
- No me parece que se pueda acusar a Lezama de heterodoxo por haber simpatizado temperamentalmente más con el neoplatonismo, oferente de mejores posibilidades abarcadoras y unitivas a su alma barroca, que con el neotomismo aristotelizante que él conoció, tocado por una cierta frialdad ¿Conocerán quienes afirman la heterodoxia de Lezama en qué reside la ortodoxia católica? ¿No habrá ocurrido en nuestro país que muchos identifican el catolicismo con una imagen o caricatura que, por uno u otro camino, han percibido? En esa hipótesis, cuando la realidad se les escapa de la imagen o renuncia a la máscara y a la caricatura, entonces carga la realidad con un calificativo que, en muchos casos, correspondería mejor a la falsa o unilateral concepción de la fe católica.
- Acusaciones análogas han sido lanzadas a la cara de santos pensadores, cuya doctrina –filosófica, teológica o espiritual–, a largo plazo, y, a veces, a mediano y a corto término, llegó a ser considerada eminente exponente de algún camino de la ortodoxia católica. Conociendo en lo personal hasta qué medida los contenidos de la fe de Lezama eran tradicionales, casi infantilmente tradicionales, inclusivos de rosario en mano, de beso a la estampa de la Virgen María y de los santos de su devoción y de fácil deslumbramiento ante el milagro o el sencillo prodigio de coloración religiosa católica, así como teniendo en mente y ante los ojos su aceradamente irónico distanciamiento de los grupos y actitudes religiosas surgidas de la Reforma y su manifiesta simpatía por las letras y las formas de la belleza que generó la Contrarreforma católica, no puedo dejar de considerar una autoconfesión implícita de ignorancia acerca del tema el hecho de poner en duda la catolicidad del poeta. Puede gustarme o no su estilo literario neobarroco; puedo considerar injustas las críticas que, en privado, entre amigos, podía hacer a una decisión pastoral de algún obispo; puedo censurar el género literario, tan llevado y traído, del capítulo VIII de Paradiso, etcétera, pero eso es otra cosa.
- Heterodoxo por su neoplatonismo indiscutible, afirma alguien; por su exploración de las fuentes paganas, no excluidas de su cosmovisión, asevera otro. ¿Autorizan estas sentencias acerca de los escritos de Lezama que se le califique como católico heterodoxo? El catolicismo proclama la unidad en los contenidos de la fe como una de sus notas características y, simultáneamente, se autodenomina así, catolicismo, e incluye la catolicidad, es decir, la universalidad, como otra de sus notas definitorias. Me parece que sería reductora la comprensión de la universalidad, si esta se ciñera a los niveles más epidérmicos, los de las coordenadas geográficas y temporales. No se trata solamente de una intelección simplificadora y simplista del cristianismo como religión de la Buena Nueva, el Camino de Jesús destinado a todas las personas de todos los lugares y momentos del discurrir humano, sino de exprimirle a esta verdad todos sus jugos y ambrosías.
- Para lograr su vocación universal y derribar los muros que levantan nuestras menudencias y pequeñeces, el Evangelio, como Jesús, debe encarnarse, hacerse carne humana frágil, pobre, discreta y hasta quebradiza, en todos los puntos que componen la línea parabólica de la historia de la humanidad, sin que pierda su rostro genuino, sin diluir los rasgos que lo identifican: el hondón de la mirada, la benevolencia de la sonrisa, el olfato exquisito, la frente amplia y rugosa –manifestadora de sabiduría centurial–, y la atención auditiva. “Judío con los judíos y griego con los griegos”, dijo de sí san Pablo de Tarso quien, con la misma certidumbre, pudo afirmar que ya no era él quien vivía en sí mismo, sino que era Cristo el contenido de su vaso de arcilla pues, para él, “vivir es Cristo”.
- La persona humana que acoja a Jesucristo como vida propia, animadora de su fango, nace en Belén, crece en Nazareth, se deja bautizar en el Jordán por su pariente Juan, festeja en Caná, se sienta a la mesa de los publicanos, conversa al borde del camino y junto al pozo fundacional con la samaritana de los muchos maridos, no elude la amistad nocturna del fariseo Nicodemo, ni deja de compartir la mesa con otros miembros de su secta, alaba la fe del centurión pagano, ante la adúltera solo escribe palabras en la arena y logra que desaparezcan las piedras de la justicia inmisericorde, descansa en Betania en casa de sus amigos Lázaro, Marta y María, asciende en un borrico y entre palmas por los senderos rampantes que lo conducen a Jerusalén, muere en el Calvario y, resucitado, haciendo ruta con los de Emaús, les abre las puertas de la esperanza.
- Difícil conciliación la de la unidad de los contenidos de la fe con la catolicidad efectiva de los mismos y, por difícil, no siempre bien lograda. En ocasiones, el acento de la unidad ha ido en detrimento de la catolicidad, o el énfasis en esta ha causado merma en la primera. Heterogéneo y pluritonal, mas uno solo es el catolicismo, aunque no uniforme pues, si esto se pretendiere como meta felizmente irrealizable, tal actitud equivaldría al absurdo deseo de establecer una contradicción en los términos de la definición. Me parece que uno de los posibles acercamientos lingüísticos al misterio, inaprehensible en sus esencias más delicadas, del don divino de la fe católica, sería esbozarla como heteromorfa Comunión de Amor, vivida en el más interpenetrante sincretismo cultural imaginable, cimentada en la roca que es la persona de Jesús y en su Vicario, garante infalible de la autenticidad del todo.
- Una es la fe en la Eucaristía, punto centrífugo y centrípeto de la vida católica, y diversas las formas con las que se significa, realiza y celebra. ¡Qué distancia entre la sobria y monofónica liturgia romana y las arborescencias multicolores de los cultos eucarísticos de la Iglesias orientales! Católica es la sobrecogedora desnudez basilical de Santa Sabina en el Aventino y católico también el barroquismo deslumbrante del Gesù, los pilares sólidos de la Catedral rosa de Maguncia, las flechas inauditas de la de Chartres, los dorados enceguecedores de los templos bávaros y austriacos, la ruptura selvática de la banalidad arquitectónica en la Sagrada Familia de Gaudí y los iconostasios veladores del misterio intuido en los perfumes del incienso copioso de los templos del catolicismo griego y eslavo. Todas las posibilidades de las artes plásticas y de la música podrían ilustrar con holgura la heterogeneidad ilimitada de la expresión del pluriforme catolicismo único. Servatis servandis et mutatis mutandis, ¿por qué no el pensamiento y el lenguaje que lo devela?
- El neotomismo, cuasi oficial sistema del pensamiento católico durante mucho tiempo, tiene su humus germinal en quien lo bautiza prestándole su nombre, santo Tomás de Aquino. Este, en su siglo xiii, padeció las sospechas de la heterodoxia por su distanciamiento del neoplatonismo plotiniano de Agustín y de Anselmo, santos también los dos y de quienes el propio aquinatense se consideró siempre deudor; de ese mismo neoplatonismo que durante mucho tiempo se identificaba en Occidente con la ortodoxia y del que, a lo largo de los siglos, nunca han dejado de beber los pensadores cristianos, tanto los teólogos más sistematizadores, racionales y tersos, como los místicos más inefables y asistemáticos, artesanos de la metáfora, la alegoría y la parábola. Las ilustraciones de la historia y de la contemporaneidad son tan numerosas que la insistencia sería superflua.
- La expresión de los contenidos de la fe católica desborda, pues, la unicidad de las categorías y estructuraciones filosóficas y de sus epifanías lingüísticas, ungidas todas por la excelsitud del tesoro que se quiere manifestar –perla preciosa que merece la venta de todo lo demás con tal de adquirirla–, pero portadoras, simultánea e inevitablemente, de los límites propios del mismo raciocinio, del lenguaje, de las fronteras y requerimientos espacio-temporales impuestos por la economía de la Encarnación. La Verdad acerca de Dios y del hombre, en Jesucristo y su Iglesia católica, debe perseguir el camino y castigar el verbo hasta obtener que resulte noticia buena tanto para el judío y el griego de los tiempos de san Pablo de Tarso, como para la persona humana situada en cualquiera de los puntos de la línea, con su especificidad intransferible.
- No deberíamos haber pretendido alejar a Lezama de su ego y de su estilo personal de aprehender la cubanía. Barroco fue su paladeo y en el barroco encontró la peculiar sabrosura de la Contrarreforma católica. Siempre, según Lezama, “allí está la cosa”, porque el estilo barroco es la forma no desyugada de sus contenidos, la que mejor se aviene con nuestra caribeña especificidad insular. Tampoco fue heterodoxo por bucear en el taoísmo y en otras culturas paganas, ya que la experiencia histórica y contemporánea de la Iglesia católica es, también en esta labranza, la de ese buceo reiterado e infatigable, con propósitos generosos y sabios: encontrar las semillas del Verbo, las semillas de la Verdad. Aunque reconocemos que, ni Lezama ni nadie, siempre obtuvo platos bien sazonados en el buceo, eso no nos excusa de practicarlo, armados con el discernimiento exquisito, propio de un equilibrista experimentado y de un maestro de cocina de la India o de la China, que sepa seleccionar entre lo incorporable por nutritivo, y lo que, por dañino, debería abandonarse en algún estercolero apocalíptico. Solo así se puede contribuir al crecimiento de la persona –de todas las personas y de toda la persona– hasta la talla que le pertenece.
- Epílogo. Y eso fue, precisamente, lo que se propuso el poeta con su magisterio singular, que agradecemos a Dios como un don inefable a nuestro pueblo y a nuestra Iglesia. ¿Quiere esto decir que lo estoy equiparando a san Francisco de Asís o a san Ignacio de Loyola? No canonizo a Lezama, pero tampoco lo demonizo. Lo estimé como persona y lo admiro como el escritor multifacético que es. ¡Y no lo excluyo de la comunión eclesial, que vivió con verdad, pero… a su manera!
La Habana, 13 de julio de 2013.
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