Amenazante y compasivo

Por: Daniel Céspedes Góngora

Casi todas las películas en las que aparece Danny Trejo niegan el aforismo de Oscar Wilde: «La vida imita al arte». Sus papeles secundarios, en general, han venido a reproducir mucho de las vivencias de él como ser humano antes de convertirse en actor. Asimismo han contribuido a “calcar” lo que Trejo pudiera representar en una primera impresión: al estadounidense de origen latino tratando de abrirse camino en el glamoroso y elitista universo de Hollywood.

Con Inmate # 1. The rise of Danny Trejo (Brett Harvey, 2019), escrito por Harvey y Scott Dodds, corroboramos lo que ya sabíamos: detenido en varias ocasiones y bajo la influencia de uno de sus tíos, Danny Trejo cumplió años de cárcel en la Prisión Estatal de San Quentin, la más antigua de California. Durante su estancia le fue realizado el famoso tatuaje que lo identifica en el cine, al tiempo que lograba devenir campeón de boxeo. A pesar de, o gracias a ese rostro duro, interesante para la caricatura por sus rasgos toscos y bien remarcados, numerosos papeles le venían (y aún le vienen) como anillo al dedo.

Desde su incursión en El tren del infierno (Andrei Konchalovsky, 1985) hasta el personaje de Machete, Trejo es por expresión facial y destrezas físicas, un antagonista o un héroe a considerar. Sin embargo, fue el propio Robert Rodríguez, director de la saga Machete, quien revelaría otro costado histriónico de Trejo concerniente a la comedia, al semblante más pacífico. Con posterioridad, lo hemos apreciado en papeles de cierta prestancia en escena y hasta cómodo en los diálogos como en la reciente La breve historia de un largo camino (Ani Simon-Kennedy, 2019). Trejo, admitámoslo, no es un Anthony Quinn. Pero puede llegar a ser más expresivo que hasta el celebrado Edgar Ramírez, un encantador actor que, con frecuencia, repite –como mi querido Keanu Reeves– la misma imperturbabilidad en situaciones dramáticas tan diferentes. Trejo tiene una fuerza escénica innegable. La violencia simulada se le triplica cuando incluso sólo se le ha pedido una pequeña dosis. Cuando se le exige ecuanimidad y bondad en las escenas, es un niño inteligente y jovial. Se diría que posee intuición y carisma. No necesitó nunca ser un galán ni tener el gran cuerpo (aunque lo tuvo) para convencer de que era un personaje notable en momentos decisivos como el Navajas de Desperado (Robert Rodríguez, 1995).

Lo más llamativo de Inmate # 1 es que no parte del hombre cinematográfico. Escenas fragmentadas de películas no inician el comienzo del documental. El propósito es compartir una experiencia de vida, donde se ha operado una transformación categórica e influyente. No es el habitual documental biográfico sobre un actor relevante. Se intercalan opiniones de familiares y amigos, directores y actores. Mediante anécdotas personales y profesionales, ellos exponen al ser humano detrás de esos personajes despectivos que Trejo asumió conscientemente, para luego verlos morir como se merecían en la pantalla grande, acaso por prolongar el estereotipo del latino emigrante, ladrón, asesino, drogadicto e incluso de ese sujeto pintoresco por momentos que “se impide” él mismo aplatanarse en suelo norteamericano.

Las películas, el cine en todo su esplendor, pueden acercar y marcar a las personas. Aceptamos a un personaje no siempre porque nos representa. Intimamos con él en la medida que llega a uno hasta por negación. Sabemos que va mal y que su destino será desfavorable, negador, terminante. El espectador llega a compadecerlo porque ya lo ha entendido. Entender es ponerse en su lugar o, por lo menos intentarlo. Al morir o perder en la película, se aquietan algunos de nuestros demonios internos. Aprendemos además que los finales no tienen por qué ser aleccionadores de forma explícita. Hay maneras de enaltecer lo humano sin didactismos. A veces ni siquiera es preciso matar a un personaje. Una partida pudiera interpretarse –y ser de veras– la renuncia a un mal camino. Ha habido un cambio necesario, espontáneo y verosímil. Es cuanto ha aprendido Danny Trejo desde el cine y sus personajes. De ahí sus charlas en cárceles y en otros espacios de participación con audiencias de distinta generaciones. Motivación y renovación. Ese ha sido su trayecto vital.

Danny Trejo, figura del séptimo arte, sin dudarlo, es también un destacado consejero para superar la adicción a las drogas y un activista por excelencia. El cine, sí, hace mejores a las personas. Pero no es frecuente que dentro de sus velados interiores, repletos de banalidades y miserias, muchos logren salir airosos, proyectándose modestos y prestos, contra viento y marea, a mejorar la condición humana.

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