El hombre de hoy y de todos los tiempos ha tenido la tentación de excluir a Dios de su horizonte para autoproclamarse dios de sí mismo. Las consecuencias han sido catastróficas: genocidios raciales, guerras mundiales, sometimientos depredadores de unos pueblos a otros. Solo Dios es Dios y nosotros somos sus creaturas, únicas y excepcionales creadas a su imagen, pero solo creaturas. Él y solo Él es el Padre que cada día nos da la vida, nos sostiene en ella y nos invita a compartirla con quienes nos rodean. El deseo de cumplir sus mandamientos presupone esta comprensión de Dios y de la persona humana. Esta dependencia y compromiso, a la que nos sometemos libremente, no nos esclaviza, sino que nos libera; nos hace más y mejores personas, ciudadanos más auténticos y comprometidos con la sociedad en la que vivimos. Es importante que en este tiempo de Cuaresma, ante Cristo crucificado, identifiquemos nuestras cruces, las abracemos y comprendamos que son cruces que nos salvan porque forman parte de la cruz de Cristo, quien comparte con nosotros su peso y su dolor. Tal actitud me exigirá siempre lo máximo de mí mismo, el enfrentamiento de mentiras e injusticias propias y ajenas, la autenticidad y coherencia en todo lo que pienso, digo y hago, la confrontación, a ser posible siempre pacífica y respetuosa, con aquellos que mienten, engañan, manipulan o utilizan a otros, dentro y fuera de la Iglesia. […]