Cuba vieja, pero cuidada

Por: Antonio López Sánchez

El tema del envejecimiento poblacional en Cuba es harto sabido y tratado. En términos sociológicos, hay un número importante de factores que influyen en que ese envejecimiento ocurra. Hay una alta esperanza de vida y una baja natalidad. Hay una fuerza laboral joven que emigra. En pocos años un alto por ciento de la población dependerá del trabajo de otro por ciento.
En términos cotidianos y más terrenales, son muchas las limitaciones y problemas que todavía perduran y que afectan directamente no sólo al grupo etario de la tercera edad, sino, además, a quienes lo rodean. Porque un anciano en la Cuba de hoy, y sea cual sea el grado de independencia y de las capacidades que posea para sí, por lo general necesita a varias personas, familiares o cercanas, para lograr llevar adelante su vida.
El día a día de este país, que sucede bajo la suma de hostilidades, bloqueos externos y errores internos (todo lo cual deriva en múltiples escaseces); de algunos muy necesarios y otros muy absurdos golpes de timón para intentar el acomodo económico; más ahora el terrible azote de la pandemia que padece el planeta, es muy duro para cualquier persona. Pensemos entonces en cuán difícil puede ser para los ancianos. A las limitaciones de la edad, la movilidad, las enfermedades, hay que ahora agregar también otras, producto de las inevitables medidas a tomar por la epidemia.
Algunas familias han quedado separadas, durante largos meses, producto del aislamiento que dicta evitar el contagio y las restricciones de los viajes. Nietos, hijos, hermanos o amistades, se han convertido ahora en llamadas telefónicas, en vistas a través del móvil y en añoranza para el futuro. Algunos ancianos han debido emigrar a las casas de sus familiares y dejar sus hábitos y costumbres (lo cual es sabido que descoloca y afecta mucho a las personas mayores), pues no podrían asumir en solitario las limitaciones y prohibiciones a consecuencia de la pandemia. Valga decir que, a pesar de sus muchas molestias y hasta errores, no creo que nadie en su sano juicio desapruebe lo que hace por evitar más enfermos y más muertes. De hecho, no pocos solicitan medidas más drásticas. Aun cuando todos tenemos alguna anécdota oscura que contar del funcionamiento de las instituciones en la pandemia (las de salud incluidas), en general la respuesta gubernamental ha sido coherente y adecuada, a pesar de las mil constricciones económicas, y de otras mentales, que padecemos y nos agobian y dificultan el diario. La hazaña de tener plurales candidatos vacunales y de asumir la inmunización de la población cubana por medios propios, es digna de subrayar en positivo. Todos esperamos la ansiada vacunación y el fin de esta pesadilla.
Donde sí ha fallado todo lo hecho, es en lograr suministros estables y un rango de abastecimiento regular de los productos más necesarios. En La Habana, que al momento de escribir estas líneas exhibe un alto número de contagiados, no menguan las colas y las aglomeraciones, con todo lo que de ellas se deriva. La maltratada y superviviente libreta ha salido otra vez en defensa de los más desposeídos. Esa cantidad de productos, ahora más caros y que se sabe no cubren las necesidades de un mes, ha sido de nuevo la tabla de naufragio de los más desposeídos. Pero el resto de los alimentos y otros rubros han regresado a la dura batalla de adquirirlos a como dé lugar. Siempre que vemos esos grupos, que pasan horas al sol, en plena calle, en sitios donde casi nunca hay condiciones para una larga espera, pensamos en los ancianos. Para ellos, tengan o no alguna ayuda solidaria de familiares o vecinos, es doblemente duro todo esto. Y pensamos también en aquellos que deben, como asunto de vida o muerte, asumir por sus mayores tales colas.
No son tiempos nobles para la tercera edad estos que se viven. Como tampoco lo son para aquellos que cargan la responsabilidad de cuidar y ocuparse de una persona de edad avanzada. El Estado facilitó la obtención de licencias y la rebaja del gravamen para los cuidadores. Sin embargo, con las actuales subidas de todos los precios, resulta casi incosteable el pago de un cuidador, si se necesita, por ejemplo, cubrir ocho, doce horas de cuidados, para garantizar la jornada laboral del familiar del anciano. Los asilos, salvo aquellos muy renombrados o atendidos por entidades religiosas, además de que no alcanzan sus capacidades y no todo el mundo accede, siguen en general sin cumplir un estándar que resulte si no atractivo, al menos tranquilizador para los familiares que ponen a un anciano al cuidado de estas instituciones. Sin contar que, para la mentalidad cubana, llevar a un anciano a un asilo casi equivale a un abandono.
De ahí se deriva que los propios familiares deben muchas veces asumir el papel de cuidadores y encargarse de sus seres queridos. Hay que aprender sobre la marcha. Hay que soportar muchas veces ofensas y desplantes de ese mismo enfermo por el que se sacrifican muchas cosas. La vida cambia de ritmo, de prioridades, de perspectivas y necesidades. Hay que hacer magia para combinar los horarios de baño, las tres comidas del día (con sus correspondientes preparaciones y fregados), el administrar las medicinas, hacer compras diarias y demás deberes, con los de mantener una carrera profesional, trabajar y asumir además un espacio, al menos mínimo, para la vida privada y el descanso. No ayuda que vivimos en un país donde un transporte para un turno médico, la carencia de un medicamento o las dificultades para conseguir pañales desechables, sillas de ruedas, colchones y camas adecuados para un enfermo postrado o el simple detergente para lavar ropas sucias de orina o de heces fecales (y al propio enfermo), pueden convertirse en terribles odiseas. Todas esas dificultades, requieren soluciones prontas, pues la Isla envejece. Y los cuidadores, de tan usados, también.
La pandemia ocupa ahora un gran número de esfuerzos. Cuando por fin sea derrotada, porque lo será, sin duda, otros problemas igual de acuciantes esperan por soluciones. La otra pandemia, quizás menos visible pero también muy dañina, del desgaste y el sufrimiento diario de ancianos y familiares, precisa atención.
Es preciso potenciar los recursos asociados a la atención de los ancianos, tanto en la salud como en su bienestar en general. Se debe educar a la personas en la existencia de ese envejecimiento poblacional, en especial, a los empleados de los servicios, el personal de la salud y todas las instancias que atienden el público en general. Hay que explicar la atención diferenciada que requieren los ancianos que necesitan de tales servicios. Debe pensarse en la posibilidad de que los jubilados (una persona que ya trabajó y aportó toda su vida) reciban determinadas rebajas en ciertos rubros (transportes, espectáculos públicos y diversos productos muy necesarios, por ejemplo) así como facilidades en compras y gestiones.
Es el Estado el que tiene la capacidad, y la obligación, de generar tales facilidades para mejorar la vida de las personas mayores y de sus responsables. No puede suceder que Cuba, donde tantos envejecen, no sea un país apto para los ancianos. Cuba podrá ponerse vieja, pero tiene que seguir viva, cuidada y bien atendida por sus propios hijos y nietos.

Se el primero en comentar

Deje un comentario

Tu dirección de correo no será publicada.


*