Domingo de la Santísima Trinidad

Por: padre José Miguel González Martín

Palabra de Hoy
Palabra de Hoy

30 de mayo de 2021

Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios.

Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios.

 “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos,

bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

 

Lecturas

 

Primera Lectura

Lectura del Libro del Deuteronomio 4, 32-34. 39-40

Moisés habló al pueblo, diciendo:
“Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, su Dios, hizo con ustedes en Egipto, ante sus ojos?
Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre”.

 

Salmo

Sal. 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22

R: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió con heredad

La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. R.

La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos,
porque él lo dijo, y existió, él lo mandó, y surgió. R.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. R.

Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. R.

 

Segunda Lectura

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 8, 14-17

Hermanos:
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Ustedes han recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar “¡Abba, Padre!”. Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
“Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado.
Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

 

Comentario

 

Damos gracias a Dios Padre, por medio de Jesucristo su Hijo, que nos ha dado su Espíritu Santo para acompañarnos y guiarnos en el camino de la vida. Hace ya un año, el domingo de la Santísima Trinidad, 7 de junio de 2020, comenzábamos esta bella andadura de Palabra de hoy, proponiendo cada domingo la Palabra de Dios del día, seguida de un comentario y una oración.

Comenzábamos diciendo así: “La Palabra es Jesucristo, el Verbo eterno del Padre, por medio de quien se ha revelado y nos ha hablado en la plenitud de los tiempos, el Logos anterior a todo y encarnado en el seno virginal de María. En la Iglesia cada domingo la Palabra es proclamada en la celebración de la Eucaristía como luz que alumbra al mundo y a cada ser humano. Con el deseo de hacer más cercana esta Palabra, desde la sugerencia de nuestro arzobispo el cardenal Juan de la Caridad, iniciamos esta nueva sección en Palabra Nueva digital. Pretendemos con ello facilitar la lectura en privado o en familia de las lecturas de cada domingo o festivo, que nos lleve a la oración personal o comunitaria, a la contemplación del misterio y a la meditación encarnada y comprometida de sus contenidos, esto es, al encuentro con Cristo, la Palabra, que guía nuestros pasos en el camino de la vida”.

Nos sentimos dichosos de haber llegado hasta aquí y nos proponemos seguir ofreciendo este pequeño y humilde servicio, como granito de arena, como gota de agua en el mar, para bien de todos los que, a través de estas páginas, buscan al Señor, escuchan su Palabra y oran en el silencio de las horas y de los días; para todos los que, contemplando el misterio de Dios y meditándolo, desean vivir cristianamente de manera encarnada y comprometida lo que Él nos pide en el aquí y ahora de nuestra existencia concreta.

A lo largo de toda la historia, el ser humano, en cualquier cultura o latitud, ha buscado siempre el sentido de su ser y existir en algo o alguien, más allá, por encima de él, a quien ha llamado “Dios”. Por eso mismo, podríamos llegar a pensar que “Dios” sería mero producto de la contingencia humana, creación de su necesidad, si ese mismo “Dios” hubiera permanecido inerte por los siglos. Pero, como bien sabemos y experimentamos, no fue y no es así. Dios mismo, Creador y Padre de la humanidad, salió y sigue saliendo de su eternidad al encuentro del hombre que le busca con sinceridad de corazón y limpieza de espíritu en la historia, en cada cultura, lugar o acontecimiento. Y, poco a poco, se fue manifestando y se sigue revelando en la totalidad de su ser, hasta llegar al abrazo total con la humanidad entera por medio de la encarnación de su Hijo Jesucristo.

Esto es lo que celebramos hoy los cristianos, la solemnidad de la Santísima Trinidad, la fiesta del “Dios” que es, del Dios Padre, Hijo y Espíritu, que se nos ha manifestado en Jesucristo, no del “Dios” que nos hemos imaginado o inventado.

Efectivamente, Dios se nos va revelando y comunicando poco a poco, dándonos tiempo para asimilar su novedad, para que libremente lo aceptemos o lo rechacemos. En la primera lectura de hoy vemos a Moisés recordándonos cómo Dios, el Dios vivo, habló al pueblo de Israel con voz poderosa, tomándolo de entre otras naciones como pueblo suyo, pueblo escogido, librándolo de la esclavitud de Egipto y constituyéndolo pueblo de la Alianza. Fue, en esa experiencia de angustia colectiva y liberación, donde el Señor se manifestó como Uno y Todopoderoso. Moisés invita a reconocerlo y no olvidarlo, a poner en Él la fe y la confianza, a ser fieles a sus mandatos pues en ellos está la clave de la auténtica felicidad humana, de la vida verdadera. Es el pueblo de Israel el primero que, en la historia de la humanidad, vive su religiosidad enmarcada en el monoteísmo, esto es, pone su fe en el Dios Uno y Único que se ha manifestado en su historia, por medio de circunstancias y personas concretas, como Salvador y también como Creador.

Siguiendo su plan de revelación y salvación sobre toda la humanidad, Dios mismo quiso hacerse hombre como nosotros, y tomó carne en las entrañas de María, una virgen de Nazaret, en la Galilea de los gentiles, en medio de su pueblo escogido, para hablarnos en persona, de tú a tú; para que conociéramos directamente en Él, sin mediaciones, su ser y existir; para que aprendiéramos en Él a desarrollar el proyecto para el cual nos ha creado por amor. Jesucristo es Dios mismo hecho hombre por nosotros y para nuestra salvación. Y es, por medio de Jesús, por quien hemos conocido, de manera plena y definitiva, que Dios es Uno solo, en pluralidad de personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las dos grandes novedades y verdades que el cristianismo aporta al monoteísmo judío, sobre el que se edifica, son la Trinidad y la Encarnación: que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo y que el Hijo se ha hecho hombre en Jesucristo.

Es evidente que racionalmente nos cuesta comprender a Dios porque nos sentimos deslumbrados y desbordados por su misterio, no por oscuro sino por inabarcable. Ciertamente no es fácil, por no decir imposible, meter la enormidad del misterio de Dios en nuestra limitada inteligencia, como le ocurría, según la famosa anécdota de san Agustín, al niño que pretendía transportar toda el agua del mar con una pequeña concha a su huequito hecho con la mano en la arena de la playa.

Pero quizás lo más importante no es entender todo sino contemplar a Dios, escucharlo, sentirlo, vivirlo, amarlo. Dios, que como Creador y Padre nos ha creado por amor y para amar, y nos ha dado lo que somos y tenemos; Dios Hijo que, en Jesucristo se ha hecho “Dios con nosotros”, hermano y amigo, compañero de sudores y fatigas, mano tendida y huella que indica el camino; Dios Espíritu Santo, que nos posee, fortalece e impulsa, “Dios en nosotros”, que sana nuestras heridas, purifica nuestras miserias, ilumina nuestra inteligencia, potencia nuestras cualidades, agiliza nuestra libertad.

Es el Dios que nos ha dicho: “Yo estaré con ustedes siempre”, todos los días, hasta el fin del mundo. Es el Dios que, por medio de Jesús, nos dice: ustedes son mis amigos; ya no son siervos, sino amigos. Es el Dios que, en palabras de san Pablo, no quiere que vivamos nuestra relación con Él como esclavos, con temor y miedo, sino como hijos, en amor y libertad, y que nos invita a gritar jubilosamente: “Abbá, Padre”. Y si somos hijos, somos también herederos, coherederos con Cristo, de su gloria, de su divinidad. Gratuitamente Él nos ha llamado a participar, por la comunión en el Espíritu, en lo que Él mismo es.

Es el Dios que nos ha invitado a ir por el mundo anunciando esta belleza y esta alegría: que Dios nos quiere a todos hijos suyos; y para ello hemos de ser discípulos de su Hijo Jesús, aprendices y comunicadores de su amor misericordioso. Y lo seremos recibiendo y viviendo el bautismo en la Iglesia, como el sacramento primero y fundante de nuestra fe, el sacramento que nos identifica con Cristo.

Nuestra fe cristiana en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se nos ha manifestado en Jesucristo, no es inventada ni imaginada sino consecuencia del hecho histórico de la revelación y encarnación de Dios, que se hace realidad patente en cada uno de nosotros cuando abrimos nuestra mente y nuestro corazón, sin prejuicios ni limitaciones, a su verdad y a su amor; cuando recibimos y vivimos consciente y consecuentemente el bautismo que nos identifica con Cristo crucificado y resucitado; cuando como Iglesia, y con la fuerza de su Espíritu, nos implicamos en el compromiso de la transformación de la sociedad en la que vivimos; cuando no permanecemos ajenos o inertes ante el sufrimiento o la injusticia, mirando hacia otro lado; cuando compartimos el dolor y las angustias de los hermanos y hermanas que nos rodean, particularmente en estos momentos difíciles; cuando escuchamos al Padre y nos dejamos impulsar por su Espíritu en el camino de la entrega y sacrificio que el mismo Cristo recorre cada día con nosotros.

Pidámosle hoy, y propongámonos en esta solemnidad de la Santísima Trinidad, ser más y mejores hijos de Dios, más y mejores hermanos los unos de los otros, más y mejores cristianos, discípulos misioneros, bautizados y enviados, dóciles a la acción del Espíritu Santo en cada uno de nosotros.

 

Oración

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te confío mi alma, te la doy, con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida con una infinita confianza porque Tú eres mi Padre.

(Carlos de Foucauld)

 

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

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