Cuatro deslumbrantes Giselle, cuatro años después

Por Reny Martínez

Giselle BNC en Kennedy Center de Washington 2018Giselle BNC en Kennedy Center de Washington 2018
Giselle BNC en Kennedy Center de Washington 2018

Gre y Quenedit final de GiselleConstituye un reto para este cronista, en tanto único crítico de danza venido de la Isla y testigo presencial de este histórico acontecimiento artístico para las dos naciones involucradas –Cuba y Estados Unidos de América–, el expresar con justas palabras desprovistas de todo chauvinismo, o apasionamientos nacionalistas a ultranza, las mágicas noches desplegadas por el Ballet Nacional de Cuba (BNC) en la Sala Eisenhower, el principal escenario del John F. Kennedy Center for the Performing Arts, al borde del río Potomac en la capital de los Estados Unidos.
Y para aquellos que pudieran desconocer su significación, me atrevo a señalar la efeméride: se cumplieron cuarenta años desde la última vez que el BNC bailó en ese país y en el mismo palco escénico, con la eximia Alicia Alonso en su paradigmático rol de Giselle. Además, entre otras razones de peso, esta leyenda viva y gloria de la danza norteamericana (su carrera llegó a la cima en Estados Unidos durante los años cuarenta y cincuenta de la pasada centuria), actualmente directora general de la compañía y su prima ballerina assoluta, estuvo presente con toda la augusta vitalidad de sus noventa y siete primaveras.
Gloriosamente, gracias a las gentilezas de la editora en jefe de la revista Danza Hoy en español y el Servicio de Prensa del Kennedy Center, pude valorar las entregas diversas y notables (todas ovacionadas en pie) de los cuatro elencos seleccionados por la dirección artística del BNC, con el propósito de deslumbrar con su virtuosismo técnico a las exigentes audiencias cosmopolitas que concurrieron a esta importante institución, del 28 de mayo al 3 de junio de 2018.
Mencionaré a vuelo de pluma, algunas señales que denotan ingenuidad o ignorancia en materia de ballet y de su repertorio canónico, proveniente de un sector del público asistente a las representaciones de este clásico, al comprobar sus réplicas espontáneas y gratificantes (a veces extemporáneas) ante los múltiples giros; las cargadas desafiantes; los saltos con un ballon notable; los arabesques penchées sostenidos; así como los balances en pointe; los chenées en las diagonales de vértigo; los tours o promenades á la seconde, entre otros. Paralelamente, se desarrollaba la pantomima con claridad interpretativa y, en ciertos momentos, las pinceladas de humor provocaron discretas risas: por ejemplo, en la escena del acto I cuando Giselle y el duque deshojan la margarita; o cuando este se disfraza de aldeano y olvida la suntuosa espada en su cintura.
En consecuencia, para una mejor comprensión de los espectadores neófitos, me parece pertinente relatar el argumento concebido por Théophile Gautier, inspirado por una popular leyenda alemana contada por Heinrich Heine, según la reconstrucción de la escritura coréutica realizada inteligentemente por la propia Alicia Alonso, a partir de la original de Jean Coralli y Jules Perrot (según la versión estrenada en 1841 por el Ballet de L´Opéra de Paris), con el soporte musical de la música compuesta por Adolphe Adam. Sin duda, mediante el paso de la coreografía a otras compañías, esta se enriqueció o contaminó con variados aportes, como los del eminente maestro Marius Petipa durante su preeminencia en los ballets de la Rusia zarista.
En esencia, aquí se relata la historia de una chica campesina asediada o cortejada por dos pretendientes: uno de ellos es el Duque de Silesia disfrazado como un aldeano y el otro es Hilarión, el guardabosque. La bella Giselle escapa de su hogar en la temporada de la vendimia para divertirse con sus amigos y el pretendiente favorito: el disfrazado duque. Pero su madre, Bertha, está preocupada por la frágil salud de su hija, y, eventualmente, la reingresa en su casa, pues teme que se sobrepase y pueda transformarse en una wili (atormentadas almas de jóvenes doncellas que murieron antes de sus bodas).
Desafortunadamente, cuando Giselle es coronada reina de la vendimia, la rivalidad entre el duque y el guardabosque se acalora, irrumpe en la aldea el séquito de una cacería real en busca de refrescos y reposo, entonces el duque es descubierto como miembro de la realeza por Hilarión, y Giselle pierde su mente porque descubre que el duque está comprometido con otra de su clase, y muere.
En el acto II, la acción tiene lugar ante la tumba de Giselle instalada en un claro del bosque. Hilarión está sollozando sobre la tumba, mientras que algunos otros aldeanos tratan de alejarlo y de quitar de su mente la pena. Entonces aparecen extrañas luces (como fuegos fatuos): las wilis anuncian así su llegada y los lugareños salen en estampida. Cuando Giselle emerge, Myrtha, la reina de las wilis, celebra su iniciación en la cofradía y le ordena bailar con el duque hasta que muera. Entre tanto, las wilis apresaron a Hilarión. Pero el amor de Giselle por el duque ha sobrevivido a su muerte, y trata de salvarlo. La aurora anuncia su llegada, el duque es salvado, las wilis se disipan con la luz del día y Albrecht se lanza sobre la tumba y pena por siempre.
Sin duda, el cuerpo de baile femenino reiteró su profesionalismo y disciplina en sendos actos, pero demostró ser incomparable, referencial, en sus elegantes “maniobras” del espectral segundo acto: impecables en el tránsito de las wilis en posición de arabesque –desde coté cour a coté jardin–; las dos diagonales con una asombrosa precisión y sincronía en sus port des bras y los port des tetes –que incitaron cerrados aplausos–, por solo mencionar lo más relevante.

Giselle BNC en Kennedy Center de Washington
Giselle BNC en Kennedy Center de Washington

Tres principals alternaron el rol titular, dos con-sagradas como Viengsay Valdés (electrizante por su fiabilidad en la ejecución y la pasión de su proyección escénica) y Sadaise Arencibia (un despliegue de lirismo y elegancia en la línea); además Grettel Morejón (juvenil debutante refinada, con una fresca y personal entrega). Cada una mostró sus distintivas personalidades al regalarnos a la aldeana traicionada en todos sus matices, en sus tesituras, coherentes con las demandas dramatúrgicas del rol: incluso en la figura espectral de la wili, danzante hasta la muerte. Aquí, cada una exhibió su pericia en las difíciles batteries, o en los soubresauts italianos, o en los ligados petits battements.
El BNC demostró, en esta ocasión, que posee una infantería masculina de altos quilates, si bien interpretativamente algunos se revelan bisoños. Notables estuvieron los alternantes en el papel de Albrecht: Dani Hernández (el único étoile del BNC hasta hoy), con su porte de danseur noble y hermosas piernas largas, con trabajados empeines; los bailarines principales Raúl Abreu y Patricio Revé (talentos evidentes en ciernes, a un paso de la nominación como principals). Dos excelentes bailarines démi’charactére alternaron en el desempeño del importante personaje de Hilarión, fue el caso de Ernesto Díaz, con confirmada veteranía, y el joven debutante Ariel Martínez, ambos revelaron sus cualidades histriónicas y el atletismo propio de un guardabosque.
Destacaremos el notable rigor en la entrega de las variaciones virtuosas de Ginett Moncho (Myrtha, reina de las wilis), o la dupla alternante como las wilis Moyna y Zilma, en la piel de las juveniles Chavel

Giselle BNC en Kennedy Center de Washington 2018Giselle BNC en Kennedy Center de Washington 2018
Giselle BNC en Kennedy Center de Washington 2018

a Riera e Ivis Díaz o Ely Regina y Bárbara Fabelo (deslumbrantes en sus renversés o los assemblés respectivos).
En esta versión, Alonso ha remplazado, en el primer acto, el tradicional pas de paysains por un festivo y brillante pas de dix, donde destacan los solistas por su técnica y musicalidad, y los personajes de composición adquieren una relevancia no otorgada en otras producciones, tal es Bathilde, la prometida del duque y Berthe, la madre de Giselle.
Reconozcamos, antes de concluir, que, si bien algunos props y costumes del primer acto se muestran fatigados, susceptibles de renovación, ya sea en sus colores y sus figurines, lo demás en la producción mantiene las adecuadas condiciones escénicas. En cuanto al segundo, su producción y puesta en escena sigue mereciendo el Grand Prix de Paris, recibido hace varios lustros en el Festival de los Campos Elíseos.

No será ocioso apuntar la excelente entrega musical de la Orquesta Sinfónica del Kennedy Center, esta vez bajo la batuta del maestro cubano Giovanni Duarte, quien se benefició con las estupendas entregas de la sección viento-metal y de la arpista Susan Robinson. Ω

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