La Serie Nacional y la MLB en el mismo plato
La 60 Serie Nacional de béisbol anda ya por su cuarta semana y aún no he visto las nueve entradas de un solo partido. Ni siquiera mi fuerte afición por ese deporte, nacida antes del surgimiento de esta liga en Cuba, ha podido mantenerme atado al televisor. En algún momento me decepciono y cambio el canal o apago el aparato.
Es probable que no haya tenido suerte. No creo que todos los juegos de la muy joven temporada hayan sido malos. Pero, en esencia, no se trata de eso. Es la calidad general de ese béisbol lo que me aparta de la pantalla. Lanzadores que no encuentran la zona de strike, o que no pueden retirar a un bateador que tenían casi dominado; jugadores incapaces de hacer ajustes en su turno al bate; jardineros que tiran al lugar incorrecto; corredores desconcentrados que ignoran la situación de juego; y estrategias que parecen extraídas de un libro viejo.
Y es justamente lo último, el pensamiento técnico y táctico de los cuerpos de dirección, una de las cosas que más me desanima, que más me disgusta. En ocasiones, tal parece que juegan una pelota de hace varias décadas, distante de la evolución que ha tenido el béisbol.
En la recién comenzada temporada, se han visto juegos de abultados marcadores que parecen ser de otros deportes. Hay un notorio desbalance entre ofensiva y pitcheo, al punto que el promedio de bateo en el torneo sobrepasa los 300.
Los graves problemas en el área de pitcheo son un dolor de cabeza para los técnicos, en tanto los abridores explotan muy temprano y no pocas veces se produce un desfile de lanzadores en el box para tratar de contener la ofensiva contraria, de manera que es difícil mantener una adecuada rotación de abridores y preservar los roles de los relevistas.
Es justamente en el pitcheo donde parecen estar las mayores deficiencias de la pelota cubana actual, al menos es lo que se refleja en la Serie Nacional. Pero hay otro indicador que apunta en esa dirección. No hay ahora mismo un solo lanzador cubano que se destaque en Grandes Ligas, salvo los cerradores Aroldis Chapman y Raysel Iglesias, quienes pertenecen a un grupo generacional que emigró hace unos cuantos años.
Los cubanos, no obstante, estamos bien representados en la Major League Baseball (MLB). Después de República Dominicana y Venezuela somos la mayor presencia extranjera en el mejor béisbol del mundo, a pesar de los oscuros laberintos que deben sortear los atletas nuestros para llegar allí. En esa presencia hay peloteros de la Isla con actuaciones muy destacadas; y algunas, brillantes.
Si en la pasada temporada varios de ellos fueron líderes en departamentos ofensivos, como Jorge Soler (jonrones), José D. Abreu (carreras impulsadas), mientras otros alcanzaron distinciones de mucho renombre, como Yordan Álvarez (novato del año), o Aroldis Chapman (relevista del año), en esta campaña reducida también han hecho méritos los jugadores de la Isla. José D. Abreu es el mayor candidato para ser elegido Jugador Más Valioso de la Liga Americana, Luis Robert Moirán estuvo encabezando a los novatos del joven circuito hasta el mes de septiembre, y el también novato Randy Arozarena está robando titulares de la prensa en la postemporada por lo que está haciendo con los Rays de Tampa.
Los peloteros nombrados, y otros, son referentes para analizar el béisbol cubano en las últimas décadas, estableciendo las diferencias generacionales. Cuando José D. Abreu, Yulieski Gurriel, Kendrys Morales, Yoenis Céspedes, o Alexei Ramírez, llegaron a la MLB, ya habían probado su enorme talento en la Isla; en cambio, Jorge Soler, Randy Arozarena, y el resto de los más jóvenes, no habían desarrolado su potencial, aunque –varios de ellos– jugaron en la Serie Nacional.
Pero llama la atención que el talento de una buena parte de quienes arribaron en los últimos tiempos a la MLB no haya sido debidamente identificado por los técnicos de la Isla. El ejemplo más notorio es el de Arozarena (Arrozarena en Cuba), quien después de haber tenido una destacadísima temporada 2014-2015 con Pinar del Río, fue excluido del roster pinareño para la Serie del Caribe para incluir a varios peloteros de otros conjuntos con menor rendimiento.
Ese año, el joven de 19 años fue líder del equipo en carreras anotas (29), OBP (414), y cuarto en averaje (293). Como curiosidad: la dirección de los pinareños escogió al tunero Yordan Álvarez como refuerzo en la postemporada. Es decir, que el equipo de esa provincia tuvo en su nómina a dos de los novatos de mayor impacto en la MLB en los dos últimos años. Pero tampoco el futuro novato del Año de la Liga Americana fue a la Serie del Caribe.
Las “razones” por las que los directivos del béisbol cubano, en las últimas décadas, han dejado fuera de las selecciones a muchos jóvenes como Arozarena y Álvarez –y a otros no tan jóvenes– son dos: el miedo a la deserción, y la apuesta por peloteros de larga trayectoria (aunque hayan pasado ya su mejor época), a quienes, además, consideran muy confiables (incapaces de quedarse en otro país).
Esa torpe política –los jugadores sembrados y las exclusiones– ha hecho naufragar la selección cubana una y otra vez, ha contribuido al retroceso de ese deporte, pero también ha precipitado la fuga de muchos talentos que, tal vez, si hubieran recibido otra atención, no hubieran tomado la arriesgada decisión de emigar.
Quienes seguimos el béisbol, el de adentro y el de afuera, vamos a toda máquina en octubre: de vez en cuando vemos algún partido de la Serie Nacional, y estamos atentos al desarrollo de la postemporada de Grandes Ligas. Ya sabemos que en la Serie Mundial habrá presencia cubana, al menos por la Liga Americana. Entre los Astros de Yuli Gurriel y Aledmys Díaz, y los Rays de Randy Arozarena y Yandy Díaz, estará el campeón del joven circuito, el retador del campeón de la Liga Nacional (Bravos o Dodgers).
La bola sigue en juego.
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